Las campañas electorales siempre se hicieron a la carrera, pero los nuevos tiempos imprimen matices desconocidos hasta los últimos años. Cuando uno de los candidatos de relumbrón aterrizaba en las Islas era prácticamente obligado el aderezo de una pompa cuasi romana con la intervención de teloneros que caldearan el ambiente. Ayer, Pablo Casado se calzó los atavíos propios de quienes trabajan el metal -"ya saben lo que me gusta el bricolaje", afirmó el candidato del PP-, se los quitó, bajó al muelle desde El Sebadal, sentó (o le sentaron) frente a sí a los de su partido, soltó su rollo y salió pitando hacia el aeropuerto mientras una unidad móvil difundía su mensaje urbi et orbi.
¿Dónde quedaron esos mítines de Mariano Rajoy o José María Aznar con unos espacios amplios repletos de afiliados arrastrados desde los más remotos confines de la Isla? Al menos estos agradecerán que Twitter, el streaming y, en definitiva, la fibra óptica les dejen disfrutar de una cañita, mientras la celérica caravana se maquilla al estilo red neck bajo un sol justiciero.
Antaño, por lo menos el candidato puntero al Congreso de los Diputados, Guillermo Mariscal en este caso, habría podido decir esta boca es mía. Incluso habría restado tiempo para que también se pronunciara el presidente del PP en la demarcación autonómica, pero tampoco Asier Antona pudo pasar de seguir a Casado como los patitos a mamá pato; pachín, pachín, pachín.
¿Y los que cubren la información? Pues a tragarse el mensaje. Que dice el candidato que el año pasado se perdieron 100.000 turistas, pues así se queda; que la oleada migratoria es un alud, pues venga, y dos huevos fritos.
