Una marejadilla roja como la que afecta de vez en cuando a los mejillones emergió ayer de las urnas para revalidar -con mejor nota para los socialistas- un gobierno de la izquierda menos frágil que el anterior. No deja de resultar paradójico que un partido tan poco amigo de las reválidas en la enseñanza como el PSOE se haya beneficiado ahora de sus buenos resultados en el examen de las urnas. Más conservadores de lo que pudiera parecer, los españoles han decidido que lo mejor es seguir con lo que había, mejorando la prima a los socialdemócratas. Al PP lo han enviado directamente al purgatorio.

Ya puestos a abundar en paradojas, la izquierda mayoritaria podría deber su éxito al miedo que suscitó en el electorado un partido de extrema derecha y extremo folclore -Vox- que amenazaba con asomar su patita de lobo, como en efecto la asomó. Pero poco. La idea de un retorno a la España del nacionalcatolicismo, las vírgenes, las procesiones, los toros, la montería y el carajillo parece haber bastado para movilizar a los votantes más perezosos. O eso indica, al menos, el crecimiento de la participación ciudadana en nueve puntos respecto a las anteriores elecciones de 2016. Si alguna duda había, queda claro a quien ha beneficiado.

Estos eran, a fin de cuentas, los comicios del miedo. Las derechas los presentaban como una amenaza para la unidad del país, que estaría comprometida por los pactos entre Pedro Sánchez y los independentistas catalanes. Por la banda de enfrente se invocaba el pánico al franquismo, que es siempre un argumento de peso al que contribuyó el PP de Casado en su porfía por mimetizarse con Vox.

Tanta apelación a los remotos tiempos de la guerra civil no podía desembocar más que en una movilización general de las que suelen preceder a las grandes batallas. Pocos se han quedado casa. El beneficiado ha sido el PSOE, que además gozaba de la ventaja de ejercer el gobierno, con lo que eso atrae a los votantes indecisos, incluyendo entre ellos a los conservadores.

El otro ganador fue el nacionalismo catalán, si bien la baraka de Sánchez y su contrastada habilidad para urdir pactos podría permitirle eludir a tan incómodo socio. Aun así, la influencia política de Cataluña sigue yendo más allá de su 20 por ciento de participación en el PIB. El independentismo ya había modificado el panorama electoral, al alumbrar -por mera reacción- el nacimiento de una ultraderecha nacionalista que no aparecía por el Congreso desde los lejanos tiempos de Blas Piñar. No es seguro que ERC pueda determinar ahora el futuro gobierno, pero sería un tanto temerario ignorar los resultados que obtuvo.

Posible pacto con Unidas Podemos

Sánchez lo tendrá más fácil, a cambio, con Unidas Podemos. No solo porque el partido de Pablo Iglesias le haya devuelto buena parte de los votos prestados en 2016, sino -y, sobre todo- por el cambio de actitud de los morados. La sobrevenida fe constitucional de Iglesias ha limado lo bastante su anterior perfil antisistema como para convertir a su partido en un apoyo aceptable e incluso un socio de gobierno si esas fueran sus exigencias.

Para aquella nueva minoría que quizá esté digiriendo el susto de encontrarse con un gobierno de izquierdas, bueno será aclarar que los rojos ya no son lo que eran. Baste observar el ejemplo de Grecia, donde una coalición de izquierda radical gobierna desde hace años bajo el estricto mandato de la Unión Europea. O el más cercano, geográficamente, de Portugal, país en el que la socialdemocracia apoyada por los comunistas aplica fórmulas económicas ortodoxas y, a la vez, medidas favorables a los trabajadores. La UE comandada por Ángela Merkel actúa en estos casos como un disolvente capaz de aguar el rojo más intenso hasta convertirlo en un mucho menos refulgente color rosa.

Todo cambia para que todo siga igual. El PSOE ha relevado al PP como partido más votado y, a pesar del bajón de Podemos, las izquierdas suman una treintena de escaños más que en las últimas generales. Su posición es algo más confortable; pero lo cierto es que siguen dependiendo del apoyo de otros partidos para gobernar; y la experiencia sugiere que esas fuerzas auxiliares suelen pedir contrapartidas con boca de fraile.

Lo de ayer lo habría resumido como nadie el maquiavélico Giulio Andreotti, quien estableció que el poder desgasta mucho€ sobre todo a los que no lo tienen. Sánchez, que ya lo tenía, está en condiciones de revalidarlo, incluso si juega como alternativa la improbable carta de Ciudadanos. Solo queda preguntar a cuánto asciende la factura en la barra, pero eso ya se daba por descontado antes de que el presidente pasara la reválida de ayer. Con nota para su partido, por cierto.