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Canarias se mantiene al margen de la ultraderecha

Canarias se mantiene a siete meses de la cita electoral al margen de la ola europea que impulsa el alza de la derecha más radical

La aparente presencia invisible LP / DLP

La ultraderecha no había tenido tanta influencia en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Como si se tratara de una nueva pandemia, el virus de este espectro político se ha propagado en los últimos años y ya ha alcanzado el corazón del continente. Con mensajes populistas ha logrado hacerse con los gobiernos de Italia, Hungría y Polonia y campa con holgura en los parlamentos de Alemania, Francia, Suecia, Bulgaria y España. En Canarias, de momento, esta oleada reaccionaria es invisible y el electorado trazó una línea roja que dejó a esta ideología fuera de las instituciones. Si bien en Europa el debate sobre el ‘renacimiento’ de la extrema derecha y el peligro que supone el avance de sus ideas acapara cada vez más espacio en el discurso político. Pero, ¿qué factores están aupando a los herederos del posfascismo? ¿Qué riesgo existe de que sus pensamientos calen en la población? ¿Es posible que entren en los organismo canarios?

El auge de las formaciones ultraderechistas no es un panorama nuevo en Europa, donde ya hace más de dos décadas personajes como Silvio Berlusconi o Jean-Marie Le Pen comenzaron a ocupar portadas por sus reaccionarios postulados. Después les siguió, al otro lado del Atlántico, el excéntrico empresario Donald Trump, que con su ‘America first’ (América primero) conquistó el Despacho Oval de la Casa Blanca en 2017. Y de aquellas lluvias, estos lodos. Giorgia Meloni, Viktor Orban, Mateusz Moraviecki, Matteo Salvini, Marine Le Pen, Alice Weidel o Santiago Abascal se suman a una extensa lista de hombres y mujeres que defienden posturas como el centralismo absoluto o el nacionalismo identitario y enarbolan una retórica cargada de tintes machistas, homófobos y xenófobos.

Los ultraderechistas no han dejado de existir nunca, permanecían «dormidos», señala José Adrián García Rojas, profesor de Ciencias Políticas y Administración de la Universidad de La Laguna (ULL). Ahora «se han puesto chaqueta y corbata», en lugar de vestir camisas pardas, azules o negras –uniformes de los nazis en Alemania, los falangistas en España y los fascistas en Italia– y se han transformado para lucir «más presentables ante la sociedad», detalla el politólogo. Cabe preguntarse si las formaciones ultraderechistas actuales tienen algo en común con el antiguo fascismo. Para el historiador Sergio Millares, la respuesta evidente es que no. «En teoría, aceptan un marco democrático con unas reglas del juego, pero esto es en teoría. Nunca se sabe hasta dónde pueden llegar», apunta Millares.

La crisis económica que estalló en 2008 sirvió a la extrema derecha europea como trampolín para coger impulso y reagruparse. Los problemas financieros, que se han globalizado y cronificado en los últimos años, han propiciado un escenario idóneo para que aflore su «discurso simplista, basado en tópicos y eslóganes que unen con facilidad a la población», destaca García Rojas, quien subraya que las formaciones ultraconservadoras «anteponen a los de aquí», justificándose en que los recursos son escasos y los servicios públicos se resienten por la presencia de foráneos. Desde sus tribunas, hablan de proteger a la gran masa de las clases media y obrera, garantizando que su objetivo es arreglar lo que los partidos tradicionales no han podido resolver. Sus discursos hacen contínuas referencias a que el pasado fue mejor y consideran al «otro» como cabeza de turco de los males de la sociedad. «Sus mensajes van directamente al corazón, no a la lógica, y lanzan ideas fácilmente digeribles que no conllevan complicaciones en su análisis», explica el director del Instituto Perfiles, Miguel Martín.

Este movimiento está representado en España por Vox, que declinó participar en esta información. En los últimos comicios nacionales de noviembre de 2019, el partido liderado por Santiago Abascal se convirtió en la tercera fuerza más votada y logró ocupar 52 escaños en el Congreso de los Diputados, dos de ellos salidos de las urnas del Archipiélago –Alberto Rodríguez Almeida, por Las Palmas, y Rubén Darío Vega, por Santa Cruz de Tenerife–. En países como Bélgica, Alemania, Países Bajos o Francia las formaciones políticas tradicionales mantienen cierto cordón sanitario a la derecha radical, pero el pacto entre el Partido Popular y Vox para gobernar en Castilla y León, Madrid, Andalucía y Murcia deja patente que si los resultados electorales de 2023 obligan a sumar votos para llegar al poder, los ‘populares’ no harán ascos a los de Abascal.

El germen de Vox brotó en 2014, cuando en España surgieron formaciones alternativas. La política, al igual que la naturaleza, tiende a buscar el equilibrio, con lo que ante el crecimiento importante de Podemos –escorado a la izquierda–, Vox se impone como contrapunto al otro lado del arco parlamentario. Parte de los votantes de derechas optaron por brindar su apoyo a los ultraconservadores, según aclara Martín, porque el centro derecha «no acababa de sentirse satisfecho con la marca tradicional –el PP– que defendía estos valores». Sin embargo, a tenor de los estudios, el cambio de dirección y de discurso que ha experimentado el PP en los últimos meses, con la llegada de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del partido, ha servido para reconquistar a quienes estaban dispuestos a radicalizarse.

Uso del miedo

Pero, ¿quiénes sostienen a Vox? ¿Quiénes están detrás de la formación? Grandes fortunas españolas dieron pie al nacimiento del partido aportando financiación para arrancar el proyecto. A pesar de haber emergido de los intereses de las élites, se venden como «hombres y mujeres del pueblo», alejados de la flor y nata empresarial. Jugando ese papel de personas de a pie han conquistado a su electorado, formado mayoritariamente por personas con baja cualificación profesional, escasa formación y salarios medios y bajos, construyendo su principal caladero de votos en los barrios obreros. Sin embargo, las propuestas económicas que presentó Vox en su último programa electoral incluía, por ejemplo, una simplificación del sistema del IRPF con la que los más pobres saldrían más perjudicados –los que ganan hasta 12.450 euros al año pasarían de tributar el 19% al 22%–, mientras que los más ricos saldría mejor parados, con un impuesto del 30% para todos aquellos que cuentan con una retribución superior a 60.000 euros anuales –ahora las rentas superiores a 300.000 euros tributan un 47%–.

Vox rasca apoyos en los contextos más humildes jugando con el temor de la gente para transformarlo en votos. El hartazgo de la población, sumado a la crisis de confianza en el sistema político, que no ofrece respuestas tangibles a los problemas cotidianos, y el desgaste de las instituciones juegan a favor de la derecha más radical en las urnas. Martín señala que «venden un discurso populista lleno de propuestas de difícil aplicación, que el electorado ve con buenos ojos porque tiende a confiar, aunque solo sea por un momento, en que esas soluciones son factibles». Para García Rojas, su ‘modus operandi’ pasa por «regalar los oídos» y defender la idea de que los más desfavorecidos no tienen posibilidades de salir adelante sin apostar por ellos. Además, defienden ante sus votantes que ellos «no son políticos», pese a que cuando llegan a las instituciones cobran los mismos sueldos y disfrutan de los mismos beneficios que el resto de cargos públicos. Estos ingredientes fomentan el voto de castigo. Una «violencia electoral» que contribuye a polarizar a la sociedad.

¿Y en Canarias? ¿Existe una masa social que respalde a la ultraderecha? Los votantes isleños convirtieron a Vox en un cero a la izquierda en las últimas elecciones regionales y municipales y no dejaron que la formación entrara en ayuntamientos, cabildos y Parlamento. El director del Instituto Perfiles hace hincapié en que el discurso de los de Abascal no está adaptado a Canarias y carecen de un programa específico para las Islas, sin lo que es difícil tener calado en la región. Además, apunta que defienden ideas como la recentralización total e, incluso, abogan por la desaparición de las autonomías, aspectos que perjudicarían al funcionamiento y soberanía de las Islas.

La criminalización de la migración es el mínimo común denominador de toda la ultraderecha europea que, en ocasiones, hace gala de un magistral manejo de las ‘fake news’ (noticias falsas) para promover mensajes de odio hacia los migrantes. Vox se suma a este carro y pese a ser una formación marginal en las Islas, intentó aprovechar el caos inicial de la crisis migratoria que comenzó a finales de 2020 para ganar votos. Ahora, las llegadas a las costas se han estabilizado y el resto de grupos políticos plantan cara al discurso xenófobo con el mensaje claro de que es obligatorio ofrecer una atención humanitaria digna a las personas que llegan de forma irregular al Archipiélago, para después trasladarlos a otros territorios y así compartir las tareas de acogida.

A seis meses de las elecciones autonómicas y municipales, la ultraderecha en Canarias es casi etérea. Carece de liderazgo y de líderes. Los nombramientos a dedo y la falta de democracia interna no ayudan a movilizar a la escasa militancia isleña de Vox que está en decadencia. A nivel estatal, el proyecto se resquebraja, con una cascada de escisiones que desinflan el partido. A la espera de la alternativa que pueda impulsar la exdirigente de Vox Macarena Olona, ya se han creado Tupatria, una formación que se define «de derechas, liberal y conservador»; España habla, que nació con el objetivo de «desbancar a una clase política corrompida y a quienes nos mienten y engañan»; o Fuerza Cívica, gestada en el seno de Foro Coches.

Pese a que los vientos de una recesión económica y las turbulencias geopolíticas globales alientan sus expectativas de florecer en las urnas, los sondeos no son muy optimistas con los datos que arrojan en el Archipiélago para los de Abascal. Martín reconoce que para saber qué ocurrirá en la próxima cita electoral hay que analizar la evolución de la guerra de Ucrania y las medidas que promueva el Gobierno de Pedro Sánchez para que los hogares hagan frente a la crisis. De momento, «los estudios apuntan a que sus respuestas no acaban de convencer y se prevé un decrecimiento importante de los bloques de izquierdas, pero sin traducirse en una victoria alternativa», explica el especialista en demoscopia. Vox vive una fase de madurez en la que se ha estancado. A principios de año, los ultraconservadores tocaron techo, manejando datos de intención de voto por encima de los del PP. Ahora están en bajada y se descarta un ‘sorpasso’.

Sin base social

El sistema electoral canario impone una triple barrera para alcanzar un escaño en el Parlamento regional. Así, para que Vox pueda obtener un diputado en las Islas tendría que superar el escalón del 4% del voto, para lo que necesitaría entre 36.000 y 38.000 papeletas –en los últimos comicios les votaron 22.000 canarios, un 2,47%–. Suponiendo que mejoren sus resultados, todavía les quedaría que los números les cuadren por circunscripciones. Para conseguir uno de los nueve diputados autonómicos, necesitan entre 60.000 y 70.000 votos; y en las listas insulares, unos 19.000 votos (en las islas capitalinas). El último sociobarómetro apunta que Vox superará los 36.000 votos, «porque están en un momento más alcista que en 2019, cuando casi no se les contemplaba como fuerza política, pero la mejor estimación posible augura que obtendrán un diputado por cada isla capitalina», declara Martín, quien sostiene que en las no capitalinas «es inviable que entre Vox»

El secreto del antídoto antiultraderechista del Archipiélago puede estar en «el carácter moderado» de los canarios, según García Rojas. A su juicio, Vox no tiene futuro en la comunidad autónoma puesto que el ámbito de centro derecha es angosto y «queda poco espacio para ellos». Otro aspecto que destaca Millares es que las Islas son «una tierra bastante pacífica» y, a pesar de los graves problemas socioeconómicos que ha sufrido la región, «las manifestaciones siempre han sido bastante tibias y moderadas».

Los núcleos fascistas cogieron alas en Canarias a partir de 1936. «Era habitual ver camisas azules, pero era más por lo que significaba en cuanto a las posibilidades de empleo que por compartir su ideología», detalla García Rojas. Los ecos de este movimiento llegaron a las Islas, pero no se generó una base social para sostenerlo. Aunque, a día de hoy, la presencia de la extrema derecha en Canarias es testimonial, el carácter cíclico de la historia puede dejar intuir los próximos capítulos del devenir de la humanidad si prosigue expandiéndose esta ideología por la vieja Europa, donde los devastadores efectos de su pasado apenas han podido cicatrizar.

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