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Suicidio infantil, el fracaso como sociedad

Detalle de una obra del Cepca sobre el suicidio adolescente. JUAN A. RIERA

Hola, Sara, te estaba esperando. Tienes una cita conmigo en un ratito». Sara tiene 14 años y está sentada en una sala de espera con su padre a la derecha y su madre a la izquierda. Se revuelve nerviosa en el asiento y me asiente con su cabeza. Después la mirada se dirige unos segundos hacia la pared blanca del fondo de la sala y termina agachando la cabeza y cerrando los ojos. Sara acude a mi consulta de psiquiatría infantil desde hace 3 meses. Como muchos adolescentes, no lo está pasando bien.

Un famoso tabloide anglosajón publicaba en el año 2018 que Europa se encontraba ante una generación suicida. Afirmaba el autor del artículo que la prevalencia de ansiedad, depresión, autolesiones y suicidio en la infancia y adolescencia había aumentado de manera exponencial en los últimos 5 años. Entre las causas de ese incremento se mencionaba la pérdida de valores, la incertidumbre ante una realidad cada vez más confusa para los jóvenes o la falta de perspectivas de futuro en el ámbito laboral, social y económico.

Sara entra en mi consulta y se sienta dejando caer los codos sobre las piernas. Recordamos cómo el confinamiento la separa de sus actividades deportivas y compañeros del colegio. Pero lo peor viene después. Al volver a la calle, al colegio. Sensación de miedo, de ahogo al ir de compras. Crisis de ansiedad diarias. Pensamientos recurrentes imposibles de eliminar relacionados con enfermedades y con la pérdida de sus amistades. Y poco a poco, mes tras mes, va apareciendo la tristeza, el insomnio, la pérdida de apetito, la incapacidad para disfrutar con actividades que antes la entusiasmaban y la desesperanza.

En un artículo publicado en la Revista Europea de Psiquiatría en pleno confinamiento, los Doctores Fiorillo y Gorwood alertaban del incremento de los trastornos psiquiátricos, síntomas psicológicos, problemas sociales, sintomatología psicosomática y todo tipo de trastornos mentales y del comportamiento. Advertían que la pandemia traería consigo un impacto psicológico sin precedentes, comparable e incluso superior a lo que supuso la Segunda Guerra Mundial.

Los padres de Sara me piden hablar a solas, sin su hija presente. Una vez más, escruto sus miradas. Es lo mejor que se puede hacer cuando la mascarilla obligatoria en los centros sanitarios no te permite ver la expresión de la cara. Son ojos tristes, preocupados. Pero sobre todo llenos de preguntas. En alguna consulta anterior me confiesan que se sentían culpables por ignorar lo que veían en el día a día. El primer tema que abordamos es el que más le preocupa. Las autolesiones y el suicidio. Desde que salió de su último ingreso hospitalario, Sara no ha presentado nuevas lesiones por cortes en los antebrazos ni ha vuelto a tener pensamientos suicidas. Sus padres ya hablan con ella de sus sentimientos, de sus ideas de muerte y de los impulsos que la conducen a las autolesiones.

Desde el inicio de la pandemia, los datos indican que el número de solicitudes de cita en las Unidades de Salud Mental de Canarias se han triplicado en menores de 18 años. También se han triplicado los ingresos debido a causas psiquiátricas en esas edades. Los suicidios constituyen la primera causa de muerte no natural en adolescentes. Cada día se suicidan 11 personas en España. Aunque la mayoría son mayores de 50 años, cada vez se incrementan los acontecidos en menores de 18 años. La sanidad es la estructura básica del estado del bienestar. Por eso es prioritario. Sobre un Sistema Público de Salud Mental ya tensionada y con escasos recursos antes de la pandemia, se ha desatado la tormenta perfecta. Nuestros políticos y gestores de la sanidad tienen que ponerse las pilas. Es necesaria la creación de un plan nacional para la prevención del suicidio y homogeneizarlo entre comunidades autónomas. Hay que mejorar e incrementar los recursos materiales y humanos, tanto a nivel hospitalario como ambulatorios, de atención a la Salud Mental dirigidos a la infancia y adolescentes. Implantar programas de formación para los centros escolares dirigidos a profesores, servicios de orientación y resto de profesionales que atienden a los niños. Es prioritaria la formación específica en Psiquiatría de la Infancia y Adolescencia para los pediatras de atención primaria y urgencias. Por último, mejorar la detección precoz del riesgo suicida en atención primaria y urgencias hospitalarias.

El Profesor Robert Waldinger es el cuarto director de un equipo de investigación que plantea como objetivo encontrar el motivo de la felicidad en el ser humano. El trabajo, que comienza en el año 1938 en la prestigiosa Universidad de Harvard, se desarrolla sin interrupción hasta el momento actual mediante el análisis de una infinidad de variables significativas para la sociedad occidental. Las conclusiones en este momento son sorprendentes. Distintos aspectos tradicionalmente considerados como los más importantes para el desarrollo de la felicidad (salud, trabajo o amor) no parecen estar en la cabeza de la competición. En cambio, un constructo considerado secundario en nuestras vidas saca varias cabezas de ventaja. Se trata de la socialización. Efectivamente, la socialización parece que es la culpable de un porcentaje importante de nuestra felicidad. Las relaciones sociales y las familiares se atribuyen el éxito de aportarnos la alegría vital.

¿Nos ha robado la pandemia las relaciones sociales y eso ha coartado nuestra felicidad? Sara es el nombre ficticio de una paciente. Pero su sufrimiento, y el de su familia, es real. Muy real

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