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OPINIÓN

Becas Fulbright, más necesarias que nunca

Becas Fulbright, más necesarias que nunca Alberto López San Miguel

Cuando hace más de 75 años el Senador de Estados Unidos James W. Fulbright creó el programa que lleva su nombre lo hizo con un objetivo: evitar conflictos. Estamos hablando de 1946, justo después de la II Guerra Mundial, y el Senador pensaba que una de las maneras de evitar que esta tragedia se repitiese era mediante el conocimiento mutuo entre las personas de diferentes países, de forma que las sociedades se consiguieran entender mejor y con ello se contribuyera a superar las posibles diferencias.

¡Quién le iba a decir al Senador que en 2022 el mundo se encuentra en una situación que hace más necesaria que nunca el entendimiento y lo que se viene a denominar la ‘diplomacia pública’! Los conflictos bélicos significan una derrota de los cauces de consenso y negociación que las naciones y sus ciudadanos deben cuidar para que no se lleguen a escenarios bélicos. Las becas Fulbright y su objetivo de entendimiento mutuo son hoy más necesarias que nunca. Si todos nos conociésemos un poco más seríamos más tolerantes, más flexibles, más propensos al entendimiento y por ello menos proclives a los enfrentamientos. Y eso es lo que persiguen las becas Fulbright.

Quizá por eso el Programa Fulbright fue merecedor del Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, porque va más allá de un prestigio académico y busca algo más, quiere que los becarios Fulbright den a conocer su cultura y se empapen de la ajena, que sean ‘embajadores culturales’ de sus países. Es más que ‘una beca’.

Por supuesto, son prestigiosas, y por descontado, buscan la excelencia académica, porque los procesos de selección son rigurosos y persiguen que sean becados los mejores proyectos de investigación o estudios. Pero los tribunales que realizan la selección, casi todos formados por antiguos becarios, buscan también en los candidatos las aptitudes y actitudes que hagan de ellos transmisores y receptores de la cultura y de la sociedad donde desarrollarán sus programas.

El Gobierno de Canarias ha entendido muy bien el programa y colabora con Fulbright para traer a jóvenes estadounidenses a las islas. La Universidad de La Laguna y la de Las Palmas también tienen convenios con la Comisión Fulbright para acoger todos los años a estudiantes, profesores e investigadores Fulbright de EE. UU. A todo ello se une un buen número de estudiantes e investigadores canarios que han ido o están ahora en Estados Unidos con una de estas prestigiosas becas. Al fin y al cabo, Canarias y lo que hoy son los Estados Unidos se conocen desde el siglo XVI, y dicen que cuando Estados Unidos se independizó, el brindis bien se pudo hacer con vino de Canarias, del que tanto Thomas Jefferson como George Washington eran unos enamorados.

Esperemos por tanto que el programa Fulbright siga poniendo su grano de arena para evitar los conflictos mundiales, y en el caso de Canarias y Estados Unidos, que contribuya a mantener ese lazo profundo de amistad surgido a través de tantos años de contacto entre las dos culturas.

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