Vivieron felices, comieron perdices y se divorciaron a los 50

En la última década ha aumentado en España el porcentaje de divorcios en edades mayores tras décadas de matrimonio: si en 2013 sólo el 27% rebasaba la cincuentena, en 2021 la cifra asciende a casi el 40%

Vivieron felices, comieron perdices y se divorciaron a los 50.

Vivieron felices, comieron perdices y se divorciaron a los 50. / Adae Santana

Nora Navarro

Nora Navarro

«Deshacer un hogar es como romper un reloj», escribe la novelista Deborah Levy en El coste de vivir (Random House, 2019), segunda entrega de su «autobiografía en construcción», en la que narra cómo, a los 50 años, pone fin a su matrimonio y se ve forzada a reinventarse.

Y la línea sigue así: «Ha pasado mucho tiempo por todas las dimensiones del hogar. Por lo visto, un zorro oye el tictac de un reloj a 40 metros de distancia. En la pared de la cocina de nuestra casa familiar había un reloj, a menos de 40 metros del jardín. Los zorros debieron de oír su tictac durante más de una década. Ahora estaba empaquetado, boca abajo en una caja».

En ese tiempo suspendido en la incertidumbre, Levy comienza a escribir el resto de su vida como si desplegara la primera línea sobre una página en blanco, porque firmar un divorcio después de 20 años de matrimonio liofilizado en la recién estrenada cincuentena se parece mucho a cerrar para siempre tu libro de cabecera, y que al mismo tiempo, te arranquen las páginas centrales de tu propia historia.

Vivieron felices, comieron perdices y se divorciaron  a los 50

Vivieron felices, comieron perdices y se divorciaron a los 50 / Adae Santana

Por eso, Levy rompió a escribir en un cobertizo barato que le alquila una vecina de su bloque como trasunto de la habitación propia. «Debía escribir para mantener a mis hijas y tenía que ocuparme de cargar con todo. La libertad nunca sale gratis», advierte.

La sentencia del capítulo más frágil y complejo de su vida, donde confronta sus rémoras, dudas y deseos, resume esa búsqueda de la libertad en el título del libro: el coste de vivir.

Los órganos judiciales de Canarias registraron en el primer trimestre de 2023 la tasa más alta de demandas de disolución matrimonial por cada 100.000 habitantes de toda España, como sucede de forma ininterrumpida desde diciembre de 2019.

La última estadística del Instituto Nacional de Estadística (INE) en materia de separaciones revela que el 30% de los divorcios se producen tras más de 20 años de matrimonio

Así lo confirman los datos del servicio de estadística del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que se hicieron públicos el pasado viernes y que sitúan a Canarias como líder nacional en divorcios, separaciones y nulidades matrimoniales por cuarto año consecutivo. Por provincias, el número de rupturas matrimoniales judicializadas en 2022 fue mayor en Las Palmas (2780) que en Santa Cruz de Tenerife (2.658).

En el plano nacional, las rupturas matrimoniales han registrado una tendencia descendente, año tras año, desde 2014. Sin embargo, en 2021, tras la fase aguda de la pandemia de Covid, incluido el confinamiento, los divorcios, separaciones y nulidades experimentaron un aumento del 13,2% respecto al año anterior, de modo que el incremento puede leerse como una consecuencia del golpe de la crisis sanitaria.

Canarias registra la tasa más alta de demandas de disolución matrimonial por cada 100.000 habitantes de toda España por cuarto año consecutivo desde 2019, según datos del CGPJ

Pero la realidad es que la alternativa de la separación es una senda cada vez más integrada en las dinámicas relacionales, si bien la vida en pareja constituye la elección vital por antonomasia pues, según los últimos datos del CIS, publicados el pasado marzo, el 75,3% de los españoles vive en pareja frente a un 24,5% que no; y entre los primeros, más del 60% suma entre 10 años y 50 años de relación.

Y precisamente, cada vez es más común que las parejas que han mantenido una relación sentimental durante varias décadas conquisten la cincuentena y decidan, como describe Levy, romper el reloj y desmontar el hogar. La última estadística del Instituto Nacional de Estadística (INE) revela que la duración media de los matrimonios en España antes de romperse legalmente es de 16,5 años, toda vez que el 30% de los divorcios se producen tras más de 20 años de matrimonio.

36 años de relación

Así fue el caso de Ángela [nombre ficticio], de 63 años, maestra jubilada y vecina de Las Palmas de Gran Canaria, que tomó la decisión de divorciarse después de 31 años de matrimonio y 36 de relación sentimental. Cuando se produjo la separación, Ángela contaba 54 años, aún impartía clases en un instituto y su hija mayor acababa de convertirla en abuela por primera vez.

«Lo más duro, aparte del complicadísimo proceso de separar una vida en común que ha sido muy duradera, es afrontar tu vida sin el acompañamiento de la otra persona», explica Ángela. «Porque una realidad de los matrimonios largos es que las dos vidas están tan unidas y organizadas alrededor de la otra persona que la sensación de soledad cuando inicias la separación es nueva, desconocida y extraña».

«Solo cuando me divorcié fui consciente de lo enormemente dependiente que era de mi marido», revela Mercedes, de 66 años, jubilada, que finalizó un matrimonio de 27 años

Cuenta Ángela que la decisión de desmontar la casa y separar su camino del de su ahora exmarido se gestó porque «nos anticipamos». Y es que esa soledad, explica, «habría llegado en cualquier caso si seguíamos juntos». «Mi exmarido y yo ya no teníamos la misma idea ni el mismo proyecto para el futuro», explica.

«Durante muchos, muchos años caminamos en la misma dirección, con nuestros más y nuestros menos, naturalmente. Tenemos dos hijas estupendas y una nieta. Pero lo que pasaba es que, a la hora de afrontar nuestra vejez, nuestros proyectos ya no eran los mismos: yo estaba queriendo jubilarme para disfrutar de la vida, viajar, descansar y disfrutar de la familia y las amistades. Y él nunca iba a dejar de trabajar (Risas). Ahora ha pasado el tiempo y estamos mejor, cada uno tiene su vida y hace sus elecciones, pero fue muy complicado, con muchas dudas y sobre todo mucho sentimiento de culpa». A día de hoy, añade, «mantenemos el contacto y una buena relación». «Al fin y al cabo, somos familia, aunque dejáramos de funcionar como equipo».

Según los datos del INE, en la última década se ha incrementado significativamente el porcentaje de divorcios en edades mayores: si en 2013 sólo el 27% de las personas que se divorciaban en España tenían más de 50 años, en 2021 ascendían a casi el 40%. Este fenómeno se denomina «divorcio gris», cuyo término surge a iniciativa de la Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas -en alusión a las canas- y que se refiere a las rupturas matrimoniales que se producen a partir de los 50 años de edad en parejas que llevan juntas casi toda la vida.

«¿Que si fue duro dejarlo a mi edad? Sí. No fue fácil. Hacer ajustes en mi presupuesto... Pero, véanme, estoy feliz, relajada, contenta», cuenta la influencer septuagenaria Aída Sedano

El porcentaje de separaciones en esta franja de edad se encuentra en continuo crecimiento debido, sobre todo, a factores demográficos y sociales como el envejecimiento progresivo de la población, el aumento de la esperanza de la vida y el cambio de mentalidad con respecto a las relaciones sentimentales, antes sometidas al imperativo de «hasta que la muerte nos separe».

En esta línea, Ángela opina que una de las circunstancias que alivia la presión a la hora de resolver si separarse o no tras una convivencia muy larga es que los hijos, en caso de tenerlos, «ya suelen ser mayores e independientes». Y este fue su caso. «Recuerdo que el mayor temor de mis hijas cuando eran pequeñas era que su padre y yo nos separásemos», ríe. «Pero cuando decidimos divorciarnos, en el entorno de ellas lo más normal era que las parejas terminaran separándose, tarde o temprano. De hecho, las parejas raras son las que se mantienen». Actualmente, sus dos hijas están casadas. «Y nos han apoyado, sin inmiscuirse ni hacer juicios de valor, en lo que su padre y yo hemos ido haciendo», concluye.

Apartarse del amor

El informe del CGPJ difundido el pasado viernes revela que, entre enero y marzo de 2023, los juzgados civiles de Canarias computaron un total de 1.448 demandas de separaciones, divorcios o nulidades matrimoniales, un 5,4% más que en el mismo periodo de 2022 (1.374).

Esto supone una tasa de 65,4 rupturas de matrimonio por cada 100.000 habitantes, la más alta de España en el periodo de referencia. La segunda fue la de la comunidad de Navarra (56,4), y la tercera, la de Valencia (53,7). La media nacional fue de 47,1 rupturas matrimoniales por cada 100.000 habitantes, es decir, 18,3 puntos por debajo de la media canaria. La comunidad con la tasa más baja fue La Rioja (30,7).

«Apartarse del amor significa vivir sin riesgo. ¿Qué sentido tiene una vida así? Mientras cruzaba el parque en mi bicicleta eléctrica de camino al cobertizo donde escribo, se me pusieron las manos azules del frío. Ya no llevaba guantes porque me pasaba la vida buscando llaves a oscuras. Me paré junto a la fuente, solo para descubrir que ya la habían clausurado. Un cartel del Ayuntamiento rezaba: ‘Fuente en hibernación’. Me dijo que eso me había pasado a mí también», escribe Levy en el capítulo La República, que sigue así: «Vivir sin amor era una pérdida de tiempo. Estaba viviendo en la República de la Escritura y los Hijos».

La rigidez de los esquemas del amor romántico puede constreñir a las parejas hasta la asfixia, ya que sus mecanismos desplazan muchas formas y espacios de realización, afectos o deseos. Uno de los rasgos comunes de los casos de «divorcio gris» es que, al tratarse de una generación nacida en el contexto de los valores heredados del franquismo y la moral católica, persiste aún la asociación entre las ideas de ruptura, culpa y fracaso, si bien las generaciones nacidas a partir de los años 70 del pasado siglo se han educado en un clima que cada vez respira más libertad.

«Solo cuando me divorcié fui consciente de lo enormemente dependiente que era de mi marido», explica Mercedes [nombre ficticio], de 66 años, catedrática jubilada, que puso fin a su segundo matrimonio después de 27 años. «La mejor decisión que pude tomar fue separarme, y al mismo tiempo, es lo más difícil que he hecho nunca, porque me di cuenta de que no tenía vida propia y de que ya era tarde para empezar de nuevo por tercera vez».

Sin embargo, el peor trago para Mercedes fue el coste económico que supuso (re)construir una vida por separado. «Mi pensión es discreta, tengo un hijo en el paro [su exmarido tiene dos hijos de su matrimonio anterior; ella, por su parte, tiene uno] que necesita mi ayuda y tuve que alquilarme un piso, porque vivíamos en la casa de él».

El proceso de tramitación del divorcio se alargó en el tiempo, lo que supuso un profundo desgaste emocional y también económico para Mercedes, que derivó en varios episodios de ansiedad. Cuenta que hoy su red de apoyo principal son «mis tres amigas del alma, y mi hermano y su familia» y que ha encontrado un cierto sosiego en sus rutinas de natación, paseos y cuidados.

«Es un palo que no te esperas a estas alturas de la vida, aunque al mismo tiempo, como ya has estado casada, sabes que las cosas pueden cambiar cuando menos te lo esperas, pero con el paso del tiempo he entendido que, sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en dos compañeros de piso, cada uno con una mochila enorme a sus espaldas, y que eran más las peleas y reproches que los momentos felices de verdad». Y aunque asegura que no contempla una cita en un futuro próximo, «más adelante, pues no lo descarto más», afirma.

El último informe de la Asociación Española de Abogados de Familia (Aeafa) advierte de que casi el 80% de los divorcios en España son consensuados, pero tras muchos estadios previos de «conflictividad», toda vez que las consecuencias principales que arguyen las personas en procesos de divorcio son el impacto económico sobre los individuos y el sufrimiento que puede ocasionar los hijos. Por otra parte, las causas comunes son «el desgaste, el alejamiento y la falta de comunicación o de chispa».

La conocida actriz Ana Milán, de 49 años, enarboló las siguientes palabras: «Me parece que confundir estar soltera con estar sola es un error. Yo puedo estar soltera, pero sola, no», esgrimió tras anunciar públicamente su última ruptura en 2021. Y quizás una sola palabra sirva para dinamitar un sistema de creencias que obtura las posibilidades de ser un poco más libres a la hora de construir nuestras relaciones sentimentales y sexoafectivas. Y esta mecha prende en cada vez más corazones enjaulados, con su representación más popular en la influencer septuagenaria Aída Sedano, apodada como La Abuela, fenómeno viral que suma millones de seguidores en TikTok después de que narrase su separación después de más de 40 años de matrimonio infeliz.

Natural de México, maestra jubilada, madre de tres hijas y abuela de seis nietos, Sedano comparte en sus vídeos episodios cotidianos como la alegría de poder hacer la compra sin su marido. «Si yo quería melón, él me decía ‘para qué quieres un melón. A mí ni me gusta’. Y entonces no lo poníamos», cuenta en este vídeo, que supera los 3,5 millones de visualizaciones.

«¿Que si fue duro dejarlo a mi edad? Sí. No fue fácil. Hacer ajustes en mi presupuesto económico... Pero, véanme, estoy feliz, relajada, contenta, duermo bien, completamente saludable... Hay que vivir y dejar vivir. Sí se puede», concluye Sedano. El hogar se desmonta, pero el reloj sigue moviendo sus agujas, como si el sol amenazara con volver a salir.

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