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Javier Reyes Acuña Fotógrafo

Javier Reyes: «Tenían miedo ante la cámara porque nunca se habían hecho una foto»

El fotógrafo Javier Reyes Acula (Haría, 1926) es memoria viva de la fotografía en Canarias

Desde su Lanzarote natal retrató la realidad de su Isla, extrapolable a la situación del resto de un Archipiélago por entonces tan humilde como singular; tan surrealista como bello.

El fotógrafo lanzaroteño Javier Reyes. RUBÉN ACOSTA

Pese a la calidad y la trascendencia de sus fotografías usted repite siempre que no se considera un artista.

Para nada. Yo he sido un trabajador. Ser artista es otra cosa aunque gracias a Dios me ha salido algún trabajito bonito y por eso dicen lo de artista. Pero sobre todo es trabajo. Yo no tengo ilusión por ser artista.

Lo que no podrá negar es que gracias a su objetivo las nuevas generaciones canarias han podido conocer la tan dura como singular realidad de las Islas, concretamente de Lanzarote en su caso, entre los años 50 y los años 90 del pasado siglo. Vamos, su mirada enriquece la Historia de las Islas.

Eso sí es así, pero yo me di cuenta ya después cuando he ido organizando los archivos y mirando los negativos. Fueron muchos años de trabajo. Piense que empiezo a trabaja con 18 años aunque ya hacía fotos antes, de muchachillo.

Usted nace en 1926. Es decir, comienza a trabajar de fotógrafo en torno al año 1944. ¿Cómo se inicia en la fotografía, especialmente en un lugar con tantas limitaciones como era el caso de Lanzarote en aquella época?

En mi juventud unos compañeros del pueblo de Haría tenían una máquina fotográfica sacada por cupones, de esas ordinarias. Entonces nos hacíamos una foto y eso... A mí me comenzó a gustar lo de los carretes y tal. Más tarde tuvimos un batallón de militares en el pueblo y uno de ellos me invitaba a su casa, donde tenía un estudio fotográfico de aficionados. Yo me fijaba un poquito y fui cogiendo recorte y aprendiendo. La gente del pueblo entonces empezó a darse cuenta que hacíamos fotos en Haría y me compré una máquina Zein de 6x9 mm y, más tarde, otra de 35 mm, con las que comencé a hacer fotos para las cartillas de racionamiento, fotos en bodas... Así empecé.

"Yo no tenía ilusión por ser artista; he sido un trabajador aunque me ha salido algún trabajito bonito"

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Creo que para ganarse en aquella época la vida también fueron importantes las fotos de los carnet de identidad.

Claro. Lo del carnet fue importante. En aquel entonces la gente tenía que ir hasta Arrecife desde Haría a hacerse esa foto pero empecé a hacerlas yo aquí y me venía todo el mundo. Le hice la foto del carnet a todo el municipio de Tinajo en primera y segunda remesa porque a los cinco años había que renovarlo. Me iba para abajo con mi familia, ya con todo organizado, con una cámara pequeñita de 35 mm cargada con una película que dejaba hacer 36 fotos; ahí mismo aprovechaba yo y si podía poner a cinco personas juntas las sacaba y después la ampliaba al tamaño que correspondía para el carnet de identidad. Les cobraba dos o tres pesetas; así se hizo bastante trabajo. Y luego seguía por el municipio de Haría, en sus barrios, La Graciosa...

Pues precisamente de La Graciosa es una de sus fotos más famosas, con las seis mujeres bajando los riscos de Famara cargando cestos sobre la cabeza... ¿Sabe que esa imagen decora un importante restaurante de Londres?

Pues no. Qué bonito. Yo la he visto también en revistas extranjeras. Para hacer esa foto me uní a ellas, que iban cantando por la veredas esas y yo detrás, acompañándolas porque también iba para La Graciosa a quedarme allí. Eran las fiestas del Carmen y en La Graciosa tenía unos amigos que me alojaban gratis.

"Empiezo con las fotos en 1944, con 18 años, en el estudio que un militar tenía en su casa de Haría"

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¿Usted cuándo comienza a darse cuenta que eso de hacer fotos no se le daba muy mal del todo?

Pues realmente no me doy cuenta de eso hasta que me hago más mayor. Ahora que lo tengo todo archivado es cuando me he dado cuenta del trabajo que he hecho pero por entonces, nada.

Fue al empezar a digitalizar mis fotos en blanco y negro, miles de negativos, cuando comienzo a darme cuenta. Después de jubilarme en la Caja de Ahorros me lo tomé más en serio; también había dejado ya de trabajar en el estudio. Tuve una librería a dónde la gente iba a hacerse las fotos y allí las recogían. Me había comprado una ampliadora para el laboratorio pero cuando pasé a la Caja de Ahorros cerré el local porque ya no era negocio aunque cuando me jubilé compré otra ampliadora nueva y todos los cacharro para continuar, pero ahí está aún sin tocar porque al final no me animé. Preferí empezar a hacer excursiones a la Península y viajar a muchos sitios de España y también del extranjero.

¿En quién se fijaba usted o de quiénes se inspiraba para realizar sus fotos?

Me compré unos libros de fotografía para coger recortes de las cosas y ver cómo se trabajaba en el laboratorio, en fin. Pero ya luego cuando empezaba a hacer mis fotos me imaginaba la posición, sacaba fotos de paisajes... Siempre a mi gusto. Si salía, bien; si no, pues nada.

"El DNI fue clave; la gente ya no iba a Arrecife a fotografiarse porque yo lo hacía en el pueblo"

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Oiga, otra maravilla salida de su objetivo es la fotografía de un cura llegando a lomos de un camello a Haría.

Ah, sí. Aquello fue en Ye.

Dicen los fotógrafos que en muchas ocasiones la mejor foto es la que ven con sus ojos, no a través del visor de la cámara, y que por eso se les escapa. ¿Se ha quedado rascado con alguna imagen que se le escapase?

Claro que sí. Es que no daba tiempo con aquellas máquinas de carrete. Y luego porque había montón de trabajo. Yo tuve más de una vez tres bodas en un día: iba a la iglesia, les sacaba la foto y luego tenía que ir a la casa para sacarlos con el brindis; así en las tres. Entonces les decías que volvías más tarde para fotografiarlos con la tarta y así poder ir haciendo las otras dos bodas. Había que combinar. Terminaba una y me iba a las otras.

Me acuerdo que en Ye una vez al cura, que le gustaba hablar con la gente, lo invitaban al brindis e iba caminando a las casas, se le olvidó que tenía otra boda en Máguez. Cuando se dio cuenta me repetía: «Javier, que se nos pasó la hora». Entonces el hombre me comenta de camino: «Javier, yo le voy a decir que se nos pinchó una goma y tú dices que sí, que yo ya luego te perdono el pecado». Y allí que llegamos. Estaba el novio esperando en la plaza con una cara de angustia y le dice al sacerdote «cómo es eso, que está todo el mundo esperado en la boda por usted». Y el religioso le responde: «¡Ay chico! Es que se nos pinchó la goma, ¿verdad Javier?» Y yo al lado: «sí, sí, sí... Efectivamente».

Javier Reyes, en Lanzarote. Rubén Acosta

Usted fue testigo también del desarrollo de la isla de Lanzarote y, sobre todo, de cómo fue cambiando su gente.

Lo viví todo. Vi cambiar y crecer todo. Gente que se iba a estudiar a Gran Canaria o la Península porque en Lanzarote no había muchas posibilidades. Yo no me pude ir porque mis padres no tenían dinero para eso. Me defendí poco a poco y, bueno, después ya sí pude salir de Lanzarote y conocer la Península y oros países, pero cuando ya fui mayor; antes, todo lo iba aprendiendo sobre la marcha.

También creo que existe una una colección importante de postales turísticas realizadas por usted.

Efectivamente. Hay montones de postales también en mis archivos. Las tengo archivadas por años y debidamente numeradas.

"La tecnología ha avanzado mucho pero actualmente hay gran interés por la foto antigua y sus mecanismos"

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Don Javier, ¿qué ha sido más difícil: hacer todas esas fotos o tenerlas correctamente archivadas y documentadas?

Bueno, si no tuviéramos las fotos pues no existiría el archivo. No sé si me explico...

Claro, claro...

Yo me tuve que hacer un ropero donde ahora las tengo todas guardas por fechas y, después, en unas libretas escribía su descripción por si tenía que irlas a buscar. Y luego están las fotos a color, que tengo ahí todavía 300 carretes de película en sus bolsitas.

Volviendo a sus comienzos profesionales, allá por 1940, ¿cómo se tomaba la gente eso de ponerse ante una cámara de fotos?

Muy asustados. Había mucha gente que venía del campo, asustaditos porque nunca habían visto una cámara de fotos. Llegaban con toda la ropita rota porque eran familias muy humildes. De La Graciosa mismo venían con las camisas llenas de parches que les cogían en sus casas. Todo eso aparece en las fotos.

"La fotografía de antes tenía más sabor; se cuidaba el detalle porque hacerse una foto era un acontecimiento"

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La fotografía sufrió una gran revolución con la llegada del formato digital, que además de facilitar los procesos al no necesitar ya el farragoso revelado, ofrece una imagen más nítida. ¿Es usted más partidario de la fotografía analógica que de la digital?

Las fotos digitales esas que hay ahora son muy perfectas, muy claritas, y más cómodas también. Yo ahora estoy en mi casa durmiendo y cuando me despierto mi hijo me ha sacado montones de fotos, que da igual cómo salgan porque hay veinte, pero antes no; antes había que cuidarlo todo un poco más. Decirle a la persona que ponga la cabeza así, que mire para allá... Hoy no. La tecnología ha avanzado mucho pero actualmente hay mucho interés por la foto antigua y sus mecanismos. Se escribe mucho sobre aquello porque está de moda.

Los detractores de la fotografía digital, especialmente los conservadores de los archivos históricos, insisten mucho en recordar la cantidad de imágenes realizadas con cámaras digitales que acaban perdiéndose. De hecho, uno de esos profesionales pone como ejemplo que en los álbum de fotos de nuestros hogares se mantienen aún fotos en papel de cumpleaños celebrados hace 50 años y, sin embargo, se nos han extraviado las realizadas hace tan sólo unos meses.

Eso es cierto. Sin ir más lejos, tengo la foto con mis padres, que no tendría yo más de un año y medio o dos en ese momento. Es la única que conservo de niño junto a ellos y la he mantenido porque la tengo en papel.

"Me llamaron varias veces para retratar a los fallecidos dentro del féretro; niñitos muertos, señoras..."

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A eso me refiero.

Claro. Si no la hubiera guardado todos estos años en papel, vaya a saber usted dónde habría acabado esa imagen.

Hablábamos antes del interés actual por la fotografía analógica frente a la digital. ¿Cree que la foto antigua tenía más sabor?

Sí, mucho más sabor. Mire, antiguamente, y eso se aprecia cláramente en las fotos históricas, se cuidaban los detalles. Ve uno ahora en esas imágenes de antaño a la gente bien vestida, con sus bigotes arreglados... Hacerse una foto era un acontecimiento en aquella época, además de que no se podía repetir mucho porque los materiales eran costosos y delicados; había que aprovecharlos bien.

¿Cómo conseguía usted en Lanzarote esos materiales?

Los rollos de película se compraban en cajas por metros. Eran de 50 metros y tú cortabas más o menos los que necesitabas; un metro o cincuenta centímetros. Yo las encargaba primero en Las Palmas de Gran Canaria y ya después incluso en Arrecife. Hasta en Barcelona las compraba. Me llegaban unas latitas todas cerradas y eso lo habrías al oscuro o con luz roja o verde en el estudio de revelado. Luego, cuando volvías a necesitarlas otra vez, te volvías al laboratorio y con mucho cuidadito la sacabas.

"No sé mi foto favorita pero los retratos de muchachas como si fuesen artistas me dieron mucha propaganda"

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Imagino que habría que tratarlo todo con muchísimo mimo porque si no se perdería dinero.

Buff. Es que si no lo hacías así se te echaban a perder y perdías mucho dinero.

¿En aquellas décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo en Canarias existió también la tradición de sacarles fotos a los muertos?

Sí. A mí me llamaron varias veces para retratar a los fallecidos en su casa, dentro del féretro. Recuerdo haberle hechos fotos a niñitos muertos, a señoras... Era tradición. Ahí están también en mis archivos esas fotografías.

Para acabar, ¿se atrevería a elegir usted de entre todas sus fotografías cuál es su favorita?¿De entre todas las que yo hice?

Sí.Buff (risas). A ver, gustaron mucho algunas imágenes que les tomé a muchachas, como si fueran artistas, y que utilicé para propaganda colocándolas en las vitrinas del zaguán de mi negocio. Pero no pensaba yo por entonces en cuáles eran las mejores que había hecho; esas las elegía para llamar la atención de los clientes y hacerme propaganda.

Don Javier, ya se acabó la entrevista. ¿Hay algo que yo no le he preguntado y que usted quisiera decir?

Pues que podríamos haber estado un mes hablando de mi trabajo porque a mi me ha gustado mucho esta entrevista.

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