Opinión

Un museo con alisios dentro

Un museo con alisios dentro

Un museo con alisios dentro / LP / ED

Juan Diego López Arquillo

Construir en Canarias ha sido, a lo largo de la historia, un reto técnico, por la limitación en los materiales disponibles. Históricamente, Canarias no contó con los materiales cerámicos que definieron otras tradiciones constructivas en el continente. Pero, en cambio, la riqueza de rocas ha facilitado la tradición de la piedra mampuesta, las armaduras ligeras de madera y técnicas locales moldearon una morfología arquitectónica muy variada, pero con el denominador común de la innovación en las técnicas constructivas originales que, extrapoladas en ciudades y pueblos, han contribuido a potenciar una identidad común desde la adaptación de sistemas foráneos a condiciones insulares.

Esta adaptación técnica no solo permitió resolver las limitaciones materiales, sino que también dio lugar a un lenguaje constructivo muy reconocible que dio lugar a los elementos tan bien conocidos por todos y que hoy son las claves elementales de la arquitectura tradicional: patios, balcones, balconeras y balconadas, techados y almizates, haciendas y lagares cuya tradición ha sido, a menudo, encasillada en un tipismo injusto que homogeneiza la riqueza de variaciones presentes en las diferentes islas. 

Esta simplificación formal, promovida en parte por políticas y discursos de patrimonialización del siglo XX, ha reducido la arquitectura canaria a estereotipos como las fachadas encaladas y los balcones de madera, ignorando la complejidad técnica y la diversidad tipológica que realmente la caracterizan, y que contienen variaciones tan radicalmente diferentes como las casas de pescadores de Lanzarote o las casonas de La Orotava, pasando por los barrios de hotelitos de los centros de Santa Cruz o Las Palmas.

Durante el siglo XX, Canarias también fue escenario de intentos de inventar un estilo arquitectónico propio que ideara elementos neohistóricos. Este movimiento, influido por corrientes neohistoricistas y el Art Decó, buscaba reelaborar elementos foráneos para crear una identidad estilística canaria. Sin embargo, estas propuestas rara vez trascendieron lo anecdótico, dejando ejemplos curiosos, aunque no siempre integrados en un discurso arquitectónico coherente, que sí constituyo el reduccionismo formal del racionalismo arquitectónico. 

El racionalismo dejó una impronta significativa en las islas, especialmente entre los años 20 y 40 del siglo XX. Tenerife y Gran Canaria en particular, conservan un conjunto muy notable de obras racionalistas -de las principales de España- que convierten su entorno en un museo de la arquitectura racionalista, comenzada a la vez que los referentes arquitectónicos de la modernidad, como Le Corbusier o Mies van der Rohe, comenzaban sus obras más significativas de los años 30. 

En la arquitectura racionalista confluyeron por primera vez en el Archipiélago los elementos para poder construir una identidad arquitectónica común en la modernidad: un momento de necesidad social de gran volumen de viviendas, una tecnología constructiva novedosa, duradera y sencilla de consolidar en el archipiélago -el hormigón armado y el bloque de hormigón además de los revestimientos continuos técnicos- y una oportunidad estilística de homogeneizar la expresión de los edificios evitando las diferencias económicas y culturales. Este enfoque, heredero del racionalismo europeo, permite que los arquitectos trabajen con un lenguaje universal adaptado a las particularidades locales. Las obras contemporáneas no buscan imitar un pasado idealizado, sino responder a las necesidades reales de un territorio fragmentado y diverso.

Evolucionando desde mediados de los años 60, aquel racionalismo que había ido cambiando tras varias décadas, fundaba el contexto contemporáneo, en el que la arquitectura canaria se enfrenta a retos cruciales, especialmente en entornos urbanos donde tras décadas de desmanes urbanísticos dejaron su huella. Muchas ciudades y pueblos han visto cómo crecimientos desordenados y un planeamiento heterogéneo y excesivamente disperso, han impactado negativamente en sus paisajes urbanos, en su movilidad del día a día y en tener un espacio público algo denostado. 

Pese a ello, los arquitectos canarios han mostrado una notable sensibilidad al insertar nuevas construcciones que regeneran y cualifican el espacio público. El clima benévolo del Archipiélago, donde gran parte de la vida social se desarrolla al aire libre, convierte el espacio público en el núcleo de la experiencia urbana. Los proyectos recientes han priorizado intervenciones que hacen las ciudades más habitables y amables. Desde parques que integran vegetación autóctona, hasta plazas que promueven la interacción social, estas obras destacan por su cuidado diseño y su compromiso con los usuarios, como los grandes espacios de las ramblas o el parque García Sanabria o la Granja en Santa Cruz, o los de San Telmo y Santa Catalina en las Palmas. 

Por otro lado, Gran Canaria ha destacado por su enfoque en la rehabilitación de fortificaciones históricas, incorporándolas a la vida cultural y urbana de la isla. Ejemplos como el Castillo de La Luz y el de La Mata en Las Palmas muestran cómo el patrimonio puede ser revitalizado para, a su vez, revitalizar barrios enteros, desde el equilibrio entre el respeto por la historia y la funcionalidad contemporánea.

En ambos casos, el cuidado por la materialidad ha sido una constante. Los arquitectos en Canarias han mostrado un interés particular -de la necesidad de traer todo del exterior- en la elección y el uso de materiales, adaptándose a las especificidades del lugar sin renunciar a la calidad técnica ni a la búsqueda de una belleza funcional.

Desde todo este recorrido, el desafío actual de la arquitectura canaria se centra en la regeneración urbana y la sostenibilidad. La necesidad de corregir errores del pasado exige un enfoque crítico y propositivo. Se han desarrollado iniciativas para recuperar barrios históricos -como El Toscal en Santa Cruz o Vegueta en Las Palmas-, reintegrándolos en la vida urbana de manera respetuosa y facilitando la recuperación de la calidad de vida en ellos. 

El diseño bioclimático, el uso de energías renovables y la integración de sistemas constructivos eficientes son ya una realidad en muchos proyectos recientes, lo que hace que el conjunto arquitectónico de Tenerife-Gran Canaria se presente como un verdadero museo al aire libre de la arquitectura racionalista y contemporánea. Desde las obras racionalistas de principios del siglo XX hasta las cuidadas intervenciones urbanas actuales, el Archipiélago demuestra que su arquitectura no es un conjunto homogéneo, sino una expresión diversa y adaptativa de su entorno, que ha sabido crear una identidad común durante el último siglo, haciendo de las ciudades un pequeño museo de arquitectura…pero con alisios dentro. 

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