LA RADICALIZACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO

Política de consumo emocional

El aparente hartazgo institucional por parte de los ciudadanos esconde una vivencia tribal del debate público alimentada por la política de trincheras

Política de consumo emocional.

Política de consumo emocional. / La Provincia

Joaquín Anastasio

Joaquín Anastasio

En algún momento de la reciente historia española la mesura y la racionalidad políticas empezaron a sufrir, el consenso y los pactos de Estado dejaron de estar de moda, y la convivencia ya no era un valor en alza. Arrastrado por los contextos de dos crisis económicas, una pandemia mundial, el nuevo orden geopolítico, el auge de los populismos, la guerra cultural emprendida por el neoconservadurismo internacional, y la crisis de la democracia liberal, el país vive desde hace tiempo en permanente estado de convulsión política pese a la estabilidad social aparente, y a los buenos datos macroeconómicos de los últimos años. Los factores exógenos y la propia dinámica política nacional, sometida a una fractura parlamentaria desde hace años, han provocado una crispación y una polarización políticas que se ha trasladado en parte a la sociedad, pero que sobre todo alimenta una creciente desafección y desconfianza de las instituciones.

La política de trincheras en el Congreso de los Diputados y en otros espacios institucionales del país causan hartazgo en la sociedad civil y está alejando a muchos ciudadanos del debate público, pero son muchos los que todavía siguen el día a día de la actualidad y se acercan a la vida política a través de los medios de comunicación. No siempre, eso sí, con afán formativo e informativo, sino con ánimo y actitud de espectadores de esa lucha de gladiadores en la arena del circo nacional, ya sean parlamentos donde los insultos cruzan los escaños con destino al bando contrario, platós de televisión o estudios de radio con tertulianos debidamente asistidos por los correspondientes argumentarios de partido, o artículos incendiarios en prensa que rivalizan en descalificaciones y acusaciones hacia los políticos con las que estos se intercambian entre sí. Y fuera de la prensa convencional, las redes sociales arden cada día en debates que multiplican exponencialmente el ya de por sí tórrido panorama político nacional.

Los estudiosos y especialistas en la materia identifican esta forma de interesarse por la política o participar en ella con la del consumidor emocional, es decir, justo lo contrario de lo que esta actividad debería infundir en la sociedad: la racionalidad en términos de convivencia, progreso colectivo y defensa del interés común. Con el consumo racional, también en política, se persigue básicamente satisfacer una necesidad concreta y para ello se trata de maximizar la relación calidad/precio. El consumo emocional valora otros aspectos muchos más subjetivos que remiten a aspiraciones personales, pero también apelan a la pertenencia a un determinado grupo en contraposición a otros colectivos. Es lo que muchos ciudadanos buscan cuando expresan sus preferencias políticas a través del voto, o cuando se acercan al debate público como consumidores de la actualidad política. No hay afán de reflexión de fondo sobre los problemas de los ciudadanos y de la sociedad, sino necesidad de identificación con algunas de las partes en litigio, o incluso de sumarse a una de las trincheras. Es lo que algunos llaman la nueva cultura del tribalismo.

El barullo informativo

«Ahora hay un acercamiento a la política más emocional y menos instrumental. Antes la política era el medio para gestionar la cosa pública en función de los modelos sociales que proponían los partidos políticos, se votaba al que se consideraba que defendían tus intereses, ahora se juega más con el corazón y la pasionalidad», reseña en este sentido el sociólogo canario Juan del Río, director de la consultora Técnicos de Socioanálisis. «El ejemplo último lo tenemos en esa batalla entre programas que ni siquiera son de información política como los de David Broncano en TVE (La Revuelta) y Pablo Motos en Antena 3 (El Hormiguero). Simbolizan esa polarización, es un indicador de la dinámica ‘o eres mío, o eres mi enemigo’». «También hay mucha responsabilidad por parte de los medios de comunicación convencionales, que pierden presencia e influencia y la gente se refugia en los pseudomedios, en las redes, aparecen los bulos, y eso va calando porque no hay credibilidad. De ahí surgen fenómenos de oportunismo políticos como Trump y todo ese mundo de extrema derecha que aprovechan el caldo de cultivo», añade.

Algo parecido expresa otro de los prestigiosos sociólogos canarios, Miguel Martín, director del Instituto Perfiles ‘Técnicas en Socioanálisis’. Considera que «el acercamiento de los ciudadanos en este contexto a la política es muy diferente a la de antes», entre otras cosas por la evolución de los medios de comunicación, la crisis de los medios convencionales, la proliferación de medios digitales y la revolución de las redes sociales. «Esto es clave, porque se va perdiendo reflexión y objetividad y se refuerza una visión parcial y muy marcada por la polémica y la polarización. Las redes sociales trabajan con unos códigos de comunicación en cuanto a la polarización muy similares», observa Martín.

Según Martín, «nos encontramos con que el consumidor cada vez quiere tener una información más masticada digerible, a la que no le tenga que poner esfuerzo, y que se alinee con sus posicionamientos con cualquier debate o polémica. Esto tiene que ver con la forma en que se consume la información hoy en día, no solo la política». «Es verdad que hay mucha oferta informativa, pero está muy fragmentada y atomizada. No sabemos si los datos de audiencia de muchos programas de moda suman la de los productos y medios convencionales», reflexiona. Considera que son programas de TV que eran late show que incorporan espacios que tocan la actualidad política más en clave de polémica y de confrontación entre tertulianos que de análisis o explicación. En el mismo sentido sobre este barullo informativo se expresa el director de la Uned en Gran Canaria, Juan José Rodríguez, quien comenta:«no estamos profundizando en el debate político y en la información que trasciende de él sobre el porqué de las cosas, estamos valorando simplemente el titular y eso nos conduce a la polarización y la desafección».

Cree Rodríguez que los soportes denominados ‘alternativos’ no tienen credibilidad entre quienes no son sus consumidores, pero sirven de plataforma para determinados mensajes y sostener un amplio frente comunicativo.

Históricamente, la política española tenía una polarización que Del Río califica de «positiva», pues había diferentes opciones de izquierda y derecha, «y más o menos la política funcionaba con cierto grado de diálogo y de consenso». Ahora el problema afecta a todas las sociedades occidentales y un proceso de desafección total de la ciudadanía con la política. «Esto ha hecho surgir partidos de corte populista y vemos que entre la gente más joven que siempre ha vivido en democracia, van surgiendo apoyos a formaciones radicales, sobre todo de extrema derecha, y eso hace de la política algo cada vez más alejada de los problemas reales», atestigua. «Lo estamos viendo en muchos países, como en EEUU con el fenómeno Trump. Las élites políticas pierden credibilidad y la gente más joven se apuntan porque no ven futuro en el sistema».

La sociedad canaria vive con menos tensión la polarización en el resto del Estado por su cultura de pactos y su alejamiento del ‘universo M-30’ en Madrid

El director de Técnica en Socioanálisis prosigue en sus apuntes. «Antes el centro era claramente dominante en la posición ideológica de los españoles, también en Canarias, pero ahora el centro es la minoría porque los partidos se han radicalizado y la gente sigue a los suyos aunque se hayan distanciado de su posición ideológica natural, y tiene además otras ofertas de corte extremista», señala. Según él, pese a todo, «hay desafección porque la gente ha percibido que el sistema no ha respondido a las crisis económicas del 2008 y de la pandemia» o no logra dar solución a problemas como la falta de vivienda. «Hay radicalización por desafección, aunque parezca contradictorio. Los ciudadanos sienten que los partidos ya no les representan», recalca. Hay otros elementos en juego: «En los últimos diez años se ha duplicado el porcentaje de personas que aseguran sentirse discriminados por razones políticas. Tenemos el ejemplo del procés catalán, en el que se rompieron familias. En Canarias tenemos los debates sobre qué hacemos con la inmigración o el incremento de la turismofobia, con posiciones polarizadas», expone.

Miguel Martín, por su lado, considera que la crisis de los partidos tradicionales y la consiguiente búsqueda de opciones alternativas en un factor añadido de polarización pese a que en realidad se amplía la oferta política, sobre todo porque ésta surge en los extremos y especialmente en el ámbito de la derecha. También están lo que él llama «los movimientos por antagonismo originados por la intensificación de emociones negativas hacia el otro bando», que es lo que pasa con el PSOE y el PP en España en la actualidad. La consecuencia, advierte, es el crecimiento de la abstención, el voto nulo y el voto en blanco, en los procesos electorales, y en otro plano el rechazo al sistema en su conjunto y por ende a las opciones supuestamente «antisistema», es una enmienda a la totalidad es un sentimiento de rechazo a todo el sistema político. «Unos ciudadanos pueden optar por expresar el rechazo apoyando el populismo y otros se pueden ver arrastrados hacia una identificación más fuerte con un grupo político más polarizado, lo que llamaríamos el tribalismo político. A día de hoy no lo tenemos pero es un punto más del alineamiento», asegura Martín.

Los expertos advierten que el fenómeno de la inmigración empieza a calar como factor de distorsión entre la población de las Islas

También en ese ámbito del debate público Canarias tiene sus singularidades que en ocasiones son muy relevantes. La impresión entre los sociólogos es que aunque el Archipiélago no es ajeno a la tendencia internacional sobre el consumo emocional (o pasional) de la política, sí vive de una forma mucho más matizada la batalla ideológica que se libra en el tablero estatal. No llega a las Islas la bronca del ‘universo M-30’ madrileño con la intensidad que se vive en la Península y especialmente en la capital, con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, como principales protagonistas, y con los socios parlamentarios del Gobierno (entre ellos CC) y Vox como actores secundarios de cada una de las partes, respectivamente. Pero también una guerra sin cuartel en el ámbito mediático y judicial, y con otras instituciones del Estado, como la Fiscalía General del Estado, involucradas.

En este contexto, ¿se puede afirmar que los ciudadanos interesados en la política buscan información que les refuerce en sus ideas? «Siempre ha sido un poco así, en España había líneas editoriales muy claras entre los medios convencionales. En Canarias no estaba tan clara y determinada la posición de los medios, siempre han estado mucho más matizado. Pero en la actualidad, esto se ha radicalizado por la influencia de los medios digitales y de las redes sociales», asegura Del Río. «Hay todo un aparato de información manipulada o directamente falsa que afecta mucho a la opinión pública. Con el tema de la DANA en Valencia se está viendo cómo desde los medios se crean discursos diferentes en función de como se enfoquen las responsabilidades políticas, y tampoco desde la política se consigue actuar de forma consensuada en un asunto tan trágico», se lamenta.

El factor inmigración

Sea como fuere, los tres sociólogos contactados señalan que la cultura política en Canarias es más proclive a los pactos y eso descontamina el debate en general y la propia vivencia del ciudadano respecto del debate público. «En Canarias siempre ha habido una tradición de gobernar en coalición y hace que la gente no vea a los partidos con la radicalidad que se ve en el resto del Estado», señala Del Río. Según él, el debate político no ha sido tan agresivo como lo que vemos en el Congreso de los Diputados, pero recuerda que en el último sociobarómetro, de hace apenas unas semanas, «vemos determinadas variables que están ganando posiciones como la del sentirse discriminado por razones económicas, orientación sexual o pensamiento político, y eso va aumentando el grado de conflictividad».

Miguel Martín, desde el Instituto Perfiles, destaca como singularidades significativas la existencia de un partido nacionalista «muy arraigado en la sociedad canaria y con mucho peso», en referencia a CC, así como otros de ámbito insular (ASG y AHI fundamentalmente) con el foco puesto en la defensa del territorio, ya sea canario o de cada isla, y que «eso genera un nuevo eje de comunicación que es el territorial». De hecho, es llamativa la oferta de todo tipo de medios de ámbito local e insular y su función informativa muy pegada al terreno en todo el Archipiélago, así como el interés de los ciudadanos en cada uno de esos municipios e islas en conocer de forma directa lo que más cerca les atañe, seguramente sin que los bulos y la desinformación tengan oportunidad de aparecer. Pero al igual que los otros sociólogos consultados, considera que la crisis migratoria y el drama humanitario que pone el descubierto está marcando la percepción política y social por parte de los ciudadanos, que observan con irritación y malestar la deficiente gestión del problema por parte de las fuerzas políticas y las administraciones, sobre todo las de ámbito estatal en ambos casos, y empiezan a reaccionar.

«El fenómeno de la inmigración está empezando a calar como factor de distorsión, porque está logrando meter miedo a la gente. Lo está contaminando todo porque empiezan a tener cada vez más apoyo argumentaciones como que a los migrantes se les da más recursos que a los locales o consumen recursos sociales que no pagan. Van calando mensajes de partidos neoconservadores sin que los partidos tradicionales logren gestionar adecuadamente el fenómeno», advierte Juan del Río, una opinión compartida en parecidos términos por sus colegas Miguel Martín y Juan José Rodríguez, y un dato que obliga a una reflexión sobre el tipo de información que se difunde a este respecto como contrapunto obligatorio a los discursos xenófobos y a los bulos con los que se alimenta en muchos casos el consumo emocional de la política por parte de los ciudadanos.

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