La infancia ahogada en abundancia

La infancia ahogada en abundancia

La infancia ahogada en abundancia / LP/DLP

Roberto García Sánchez

El amanecer del 6 de enero, otro día de ilusión y misterio, se ha transformado en un verdadero despliegue de opulencia. Las miradas deslumbradas de los niños ante montones de regalos no solo reflejan asombro, sino también, tristemente, un síntoma de nuestra civilización contemporánea: el exceso. Hoy, esta práctica aparentemente inofensiva lleva consigo riesgos profundos que trascienden lo anecdótico. Desde una óptica evolucionista, cultural, social, neurocientífica y clínica, el exceso de regalos el Día de Reyes amenaza la formación de individuos resilientes y equilibrados.

El ser humano, moldeado durante millones de años por condiciones de escasez y esfuerzo, está biológicamente equipado para valorar aquello que requiere trabajo y paciencia. La evolución, en su inmensa sabiduría, favoreció a quienes aprendieron a diferir la gratificación y manejar la frustración ante los obstáculos. Sin embargo, en este mundo de catálogos brillantes y envíos en 24 horas, hemos desactivado esos mecanismos adaptativos. Cuando los niños reciben un torrente de regalos sin esfuerzo, se siembra la idea de que el deseo es sinónimo de derecho, un mensaje evolutivamente disonante que amenaza con atrofiar la capacidad humana de luchar y perseverar.

La capacidad de tolerar la frustración es uno de los mayores logros de la evolución humana. Los niños que crecen en un contexto donde sus deseos son satisfechos de manera instantánea pierden la oportunidad de desarrollar las habilidades necesarias para enfrentar un mundo lleno de retos. Lo que para nosotros, como especie, fue un valioso aprendizaje colectivo, parece estar siendo socavado por la cultura de la inmediatez.

La tiranía del consumismo

La festividad de Reyes Magos, cargada de simbolismo y tradición, se ha convertido en una víctima más del consumismo desenfrenado. En sus orígenes, el intercambio de presentes era un gesto significativo, un eco de los regalos que los magos ofrecieron al niño Jesús. Oro, incienso y mirra: símbolos de riqueza espiritual, no material. Pero ¡ay!, cómo hemos distorsionado esta costumbre. Hoy, el incienso ha sido reemplazado por tabletas, el oro por consolas de videojuegos, y la mirra por juguetes de plástico que terminarán en la basura antes de la primavera.

El exceso de regalos no solo banaliza la tradición, sino que también impone valores equivocados. Los niños, bombardeados por montones de objetos, aprenden que el afecto y la felicidad se miden en unidades de consumo. La cultura enseña que más es mejor, perpetuando un ciclo insaciable de adquisición y desechos. Lo que era un gesto de amor y cuidado se convierte en una compulsiva acumulación, dejando a los niños atrapados en la paradoja de tener mucho y querer más.

En un mundo donde los padres compiten por ser los Reyes Magos más generosos, el exceso de regalos también genera tensiones sociales. La desigualdad se hace más evidente cuando un niño recibe un modesto regalo mientras su compañero de clase amontona montes de juguetes. En este contexto, los niños no solo interiorizan el consumismo, sino también el clasismo. Además, se impone una narrativa de «padres ideales» que vincula la cantidad de regalos con la calidad de la paternidad. Este paradigma empuja a las familias a endeudarse o a sacrificar su tranquilidad financiera para cumplir expectativas irreales, perpetuando un ciclo de presiones sociales insostenibles.

El cerebro infantil saturado

El cerebro infantil, maravillosamente plástico y adaptable, también es vulnerable a los excesos. La neurociencia ha demostrado que la gratificación inmediata activa los circuitos de dopamina, el neurotransmisor del placer y la recompensa. Sin embargo, el bombardeo constante de estímulos placenteros satura estos circuitos, reduciendo su sensibilidad y generando un apetito insaciable por más.

Un exceso de regalos puede, literalmente, reconfigurar el cerebro infantil. Los niños que están acostumbrados a obtener todo lo que desean sin demora tienen mayor dificultad para desarrollar funciones ejecutivas como la autorregulación y el control de impulsos. Estas habilidades, esenciales para el éxito académico, social y emocional, se ven obstaculizadas por la constante saturación de recompensas fáciles.

Además, el exceso también disminuye la capacidad de los niños para experimentar gratitud. Cuando todo está garantizado, el cerebro deja de registrar la novedad y el valor de las cosas, minando la capacidad de disfrutar plenamente.

El resultado de esta combinación de factores se refleja en las consultas de psicología infantil. Cada vez más niños muestran dificultades para tolerar la frustración, estallan en berrinches desmedidos cuando algo no sale como esperan, o exigen resultados inmediatos sin considerar los procesos. Estas conductas no son caprichos, sino síntomas de una estructura emocional debilitada.

El exceso de regalos contribuye a la creación de expectativas irreales. Los niños que se acostumbran a recibirlo todo desarrollan una falsa percepción de control sobre el mundo, lo que genera estrés y ansiedad cuando la realidad se impone. En lugar de aprender a lidiar con la adversidad, estos niños desarrollan una dependencia malsana hacia el placer inmediato, lo que puede escalar en problemas más graves como la adicción o la incapacidad de formar relaciones significativas.

Una llamada al cambio

Frente a este panorama, es urgente replantear el significado del Día de Reyes. Los regalos no deben ser eliminados, pero sí transformados. En lugar de montones de juguetes, podríamos ofrecer experiencias: una excursión familiar, una tarde cocinando juntos, un libro que invite a imaginar. Estos regalos no solo crean recuerdos perdurables, sino que también fomentan habilidades esenciales como la creatividad, la empatía y la conexión.

También es crucial enseñar a los niños el valor de la espera y la gratitud. El simple acto de hacerlos partícipes en la selección de un regalo para otra persona, o de envolver los suyos, puede ayudar a reconectar con el verdadero espíritu de la festividad: compartir, reflexionar y valorar lo que se tiene. Finalmente, los adultos debemos liderar con el ejemplo.

Si queremos que nuestros hijos aprendan a disfrutar de las pequeñas cosas, debemos mostrarles cómo hacerlo. Si queremos que valoren la gratitud, debemos practicarla nosotros mismos. El cambio cultural comienza en un nivel individual, con actos que inspiren a los más jóvenes a seguir un camino más saludable y equilibrado.

Resulta esencial entender que el exceso de regalos en el Día de Reyes no solo amenaza con arruinar la magia de la festividad, sino que también pone en peligro el desarrollo emocional, social y cognitivo de nuestros niños. Es hora de recuperar el espíritu de esta celebración, alejándonos del consumismo desenfrenado y volviendo a lo esencial: enseñar a nuestros hijos a valorar, a esperar y a compartir.

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