Los Reyes de antaño

Los regalos de Reyes: de la naranja a la tablet

Durante su juventud, el árbol de nuestros abuelos no amanecía lleno de regalos el 6 de enero, muchos solo recibían una fruta o una muñeca de trapo

De la naranja a la tablet

De la naranja a la tablet / LP/DLP

Claudia Morín

«En casa éramos 11 hermanos y no había dinero para tanto regalo, a veces los Reyes Magos nos dejaban una naranja de ombligo, de esas grandes. Con eso nos quedábamos contentos». Así recuerda Soledad Álvarez, de 80 años, algunas de sus primeras Navidades. El seis de enero se vivía de una forma muy diferente hace casi ocho décadas. «Los primeros paquetes que abrí prácticamente llegaron cuando mis hijos se hicieron grandes y empezaron a regalarme a mí, también recibí algo cuando empecé a enamorar con el que ahora es mi marido, pero en casa era todo más difícil », confiesa.

Por ese entonces, el árbol –si es lo que había– no amanecía lleno de regalos, ni mucho menos se pensaba en tradiciones extranjeras como Papá Noel. Tampoco había roscón de Reyes, ni un menú especial, pues según detalla, la comida era la misma de todos los días: caldo y un caldero de batatas. Los lujos se reservaban exclusivamente para la cena de Nochebuena, donde se comía cabrito. Sin embargo, el día de Reyes sí que se celebraba un baile en el pueblo, primero para el disfrute de los más jóvenes y luego para los mayores.

En zonas rurales como Igueste de San Andrés (Santa Cruz de Tenerife), barrios como Schamann (Las Palmas de Gran Canaria) y pueblos pesqueros como Puerto de La Cruz, regalar fruta era un tradición muy bien valorada porque era una época de carestía, de mucha pobreza. Quizás esa naranja equivaldría ahora a recibir una videoconsola o una tablet de última generación. «Antes no había trabajos como los de ahora, la mayoría se dedicaba al campo y en mi familia, por ejemplo, había años que ni siquiera daba para que cada uno tuviéramos una pieza de fruta debajo de la almohada», sostiene.

Otros niños de familias menos numerosas, como la tinerfeña Lucía Morín, tenían «la suerte» de que les regalasen una muñeca de cartón o de trapo –cosida muchas veces por sus propias madres– y algún juguete de la época. «La mía era de cartón y me encantaba. La llevaba conmigo a todas partes, pero un día se me ocurrió lavarla y se estropeó», relata Morín.

Otra de las que alcanzó una muñeca fue la grancanaria Carmen Ramos, que la cuidaba «como si fuera una princesa e, incluso, le cosía ropita». Vivían en el barrio de Schamann y en esa época no tenían ni luz ni agua. «Era lo que había y a lo que estábamos acostumbrados». Eran cuatro hermanos y cada uno recibía un regalo. Por esos días, también había puestos de chucherías para los chiquillos en la plaza. Una de las tradiciones favoritas de Ramos, con seis o siete años por ese entonces, era ir con su madre a comprar una corneta de plástico para alguno de sus hermanos.

Fiesta del consumo

Con el paso de los años, el crecimiento económico experimentado y la proliferación del voraz consumismo han transformado la tradición y, ahora, los tres reyes magos han pasado de llevar únicamente oro, incienso y mirra a venir cargados de regalos.

El profesor titular de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna (ULL), José León García, señala que es cierto que la economía ha tenido mucho que ver en esta transformación, pero que, al mismo tiempo, se ha instaurado una sociedad de consumo que en los últimos años ha crecido «de una forma extraordinaria». Ahora, argumenta que existe una presión para regalar cosas durante estas fechas, que se han convertido en «una fiesta del consumo».

El investigador resalta que, en estos tiempos, la cantidad de dinero que las familias gastan en regalos es inmensa. «A veces esto deriva en un enorme despilfarro porque los niños tienen tantos juguetes que no saben cuál utilizar y terminan dejando algunos de lado. Deberíamos apelar a una cierta responsabilidad en los regalos, pensar más en su utilidad o que tengan un fin instructivo», argumenta.

Por estas fechas, subraya, no solo hay que pensar en contribuir a que los comercios tengan beneficios, sino que también hay que inculcar la cultura de la austeridad, que defiende que «no por tener más cosas vamos a ser más felices o a vivir mejor». Se trata de un estilo de vida que, según apunta, «convive muy bien con la sostenibilidad». En esta línea, afirma que el nivel de consumo actual se ha convertido en «una dinámica insostenible, en especial, porque todo se hace con recursos limitados desde el punto de vista ambiental».

Apostar por la austeridad

Antes, casi por obligación, todo el mundo tenía esta mentalidad austera. Sin embargo, León destaca que ahora la sociedad ha evolucionado hacia el extremo contrario, centrándose en el consumo y en la cultura de las marcas, «más banal».

En inglés, el término Holiday Season se utiliza para describir a la temporada navideña que empieza de manera oficial el último viernes de noviembre, con las primeras compras del Black Friday. «Desde este día de rebajas y hasta el final de las fiestas, regalar se convierte en una norma de uso social, no solo por Papá Noel y Reyes, hay otras tradiciones como el amigo invisible que también se centran en obsequiar a familiares, amigos o compañeros de trabajo», defiende.

La población recibe estímulos constantes que animan a comprar y que, en palabras del profesor de la ULL, los poderes públicos deberían controlar. «Apelar a un consumo responsable en estas fechas, como se hace por ejemplo con ciertas bebidas, sería una buena opción para promover prácticas sanas».

El ejemplo de las residencias

Los centros de mayores son un buen ejemplo de este consumo responsable. Muchos, como el Centro Sociosanitario de Santa Cruz, tienen como tradición pedir a las familias que traigan un regalo, que los sanitarios entregan a los mayores la mañana del seis de enero. Con esta iniciativa no solo los llenan de ilusión, sino que apuestan por la calidad y el simbolismo del detalle, antes que por la cantidad. «Está claro que no hay que llegar a los extremos de antes, cuando ni siquiera se regalaba, pero sí hay que evitar caer en estímulos innecesarios», razona León.

Con la mirada puesta en el futuro es imposible predecir si, en las próximas décadas, las tendencias de consumo crecerán aún más o si, por el contrario, volverán a estar de moda los pequeños detalles. El geógrafo asegura que este es un debate que la población se suele plantear especialmente en épocas de crisis. «Lo experimentamos hace poco, con la pandemia, mucha gente comenzó a ahorrar porque los recursos se reducen», reflexiona el investigador.

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