Entrevista | Fernando Frías Sánchez Abogado y divulgador científico
Fernando Frías, abogado y divulgador científico: "La libertad de opinión no es para engañar ni para aprovecharse del desconocimiento de la gente"
«Hay tendencias políticas que ven al populismo científico como una mina para conseguir seguidores», afirma

Fernando Frías, abogado y divulgador científico. / LP/DLP.

Fernando Frías combina su profesión de abogado y docente con su faceta de divulgador científico, especialmente contra la pseudoterapias. Socio fundador de Círculo Escéptico y miembro de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, a través de sus ensayos, conferencias y artículos ha defendido la evidencia científica frente a prácticas sin fundamento que atentan contra la salud pública, como la homeopatía o el movimiento antivacunas
El estudio Confianza en la ciencia y Populismo científico en España, de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, señala que el 80% de la población cree en los métodos científicos, pero también hay un sector que desconfía de la ciencia. ¿Por qué se produce esa desconfianza?
Bueno, yo creo que no hay un solo motivo, hay muchos. En primer lugar, está la tendencia que tenemos todos a aceptar más lo que nos gustaría creer que lo que nos dicen. Muchas veces la ciencia es portavoz de noticias que no nos gustaría escuchar, como por ejemplo, el tema del cambio climático, que ha sido un poco una de las estrellas de este estudio. Por otra parte, la idea, la creencia de que existen otros métodos de conocimiento igual de válidos que la ciencia.. De hecho, eso se refleja también en el estudio: prácticamente la mitad de la población piensa eso, que existen otros métodos de conocimiento igual de válidos que la ciencia. Eso es peligroso, porque introduce la posibilidad de que entren ideas, de que entren conceptos que no están ni comprobados, ni validados y que se basan simplemente en puras creencias. Hay una serie de factores muy diversos, muy difíciles de evaluar y que muchas veces están lejos de las ideas que a veces tenemos al respecto.
¿Considera que hay un aumento creciente de ese populismo científico?
Sí, yo creo que sí. Hay un aumento creciente porque hay una serie de tendencias políticas, también ideológicas, que han descubierto que el populismo es una mina a la hora de conseguir seguidores, apoyos y hacer que mucha gente siga esas ideas. Evidentemente hay un interés en fomentar el populismo y eso se refleja en un aumento de esa actitud.
¿En el ámbito mundial o solo occidental?
Yo diría que es fundamentalmente occidental. En otros países lo que tenemos es el auge de los fundamentalismos religiosos, que podríamos decir que es la otra cara de la misma moneda, porque realmente sigue siendo también una base de la irracionalidad. Pero el populismo científico es un fenómeno más característico de Occidente, porque las sociedades occidentales son las que más han basado su confianza y su progreso en la ciencia. Esa especie de admiración por la ciencia constituye también un punto débil a la hora de introducir el populismo.
«Es más fácil lanzar una mentira que razonar y convencer al público de que eso no es cierto»
¿En qué ámbitos considera más necesario o urgente actuar?
Pues yo creo que en todos. En el ámbito legal es más complicado de lo que parece, porque también estamos hablando de una cuestión que muchas veces puede colisionar con derechos tan importantes como la libertad de expresión o la libertad de opinión. Pero siempre se debe actuar en contra de la desinformación. Evidentemente la libertad de opinión no es una libertad para engañar, no es una libertad para aprovecharse de la inocencia, del desconocimiento de la gente. Por lo tanto es un campo de acción, pero evidentemente no es el único. Yo creo que también hay que incidir mucho en la divulgación, en la explicación. No solamente de lo que es ciencia, que ha sido tradicionalmente el campo de batalla en lo que se ha insistido en la divulgación científica, sino también lo que podríamos decir divulgación escéptica. Es decir, explicar qué cosas no son ciertas, qué ideas son falsas, qué terapias no tienen ninguna base científica; alertar a la población con información, más que con medidas legales. Pero con información que incluya estos problemas, estas cuestiones subcientíficas.
Precisamente hablando de la libertad de expresión, ¿cómo se equilibra con la desinformación de los antivacunas, de quienes niegan el cambio climático e incluso de los terraplanistas?
Pues es bastante complejo, porque también está la tentación de dar más elegancia a esas posturas de las que realmente tienen. El terraplanismo es algo prácticamente anecdótico en nuestra sociedad y, sin embargo, últimamente hemos tenido hasta un debate televisado; es una noticia chocante y es comprensible que algunos medios intenten aprovechar el tirón que tiene eso, pero esto es contraproducente. Entonces, más que medidas legales para atajar esto, lo que habría que hacer también es una llamada a la responsabilidad que tenemos todos, que tenemos los medios de comunicación, por un lado, los divulgadores, por otro, y todo tipo de agentes sociales en general. Para darse cuenta de que hay cosas que no merecen recibir la atención que a veces tienen y que realmente lo que se hace al poner los focos sobre ellas es alentar esas posturas y darles más notoriedad de la que realmente tienen.
En ocasiones, desmentir un bulo requiere muchísimo esfuerzo y tiempo, ¿eso puede desincentivar y dejar que se propague?
Sí, bueno, es que realmente ya es descorazonador. Existe la llamada ley de Brandolini, que dice que, efectivamente, el esfuerzo para desmentir un bulo es mayor que el esfuerzo que hay que hacer para crear ese bulo, para divulgar ese bulo. No es únicamente exclusivo de la ciencia, del populismo científico, sino que en general todos sabemos que es más fácil lanzar una mentira que luego razonar y convencer al público de que eso no es cierto, sobre todo si se trata de la típica mentira que la gente quiere creer, que la gente le gustaría creer. Por eso muchas veces no se molesta nadie en desmentir determinadas cosas. Aunque hay algunos bulos y materias que realmente no merecen que se les otorgue ninguna atención. Pero hay otras que por su peligrosidad o por su difusión sí que necesitan que se desmientan y sí que necesitan que les prestemos atención.
Antes ha comentado ese debate televisivo sobre el terraplanismo; también en el concurso del Carnaval de Cádiz se ha viralizado mucho una chirigota antivacunas. Aunque en ocasiones se trata el tema con humor, ¿considera que se le infravalora y se le debería prestar más atención?
Yo creo que el humor es muy importante, es un arma muy poderosa contra este tipo de cosas, pero no es lo único que se debe emplear, ni muchísimo menos. Hay que tener en cuenta también que determinadas actitudes son peligrosas. Las actitudes antivacunas pueden parecernos graciosas o bastante patéticas; a veces desde luego lo son, pero también hay que tener en cuenta que ponen en peligro a muchas personas que no están vacunadas o incluso estando vacunadas pertenecen a ese pequeño porcentaje de personas en las que no surten efectivamente las vacunas, o no pueden vacunarse por algún problema de salud. En fin, se encuentran a merced de que el resto del grupo mantenga esa inmunidad, que se ve como probabilidad si la tasa de vacunación disminuye. Entonces es una cosa que a veces puede resultar bastante ridícula y bastante agresiva, pero que no deja de tener su peligro y por lo tanto hay que prestarle atención.
«Más que aplicar medidas legales, habría que hacer una llamada a la responsabilidad que tenemos como sociedad»
¿También siguen estrategias elaboradas?
Sí, en algunos casos siguen estrategias bastante elaboradas. También hay que tener en cuenta que muchas veces hay otros intereses detrás. Por ejemplo, muchas veces lo que hay son personas que no creen realmente en eso, pero que han encontrado su filón de negocio en ese ámbito. Y en el mundo de los antivacunas, muchas veces hay creencias de fondo de otro tipo, creencias religiosas de determinadas confesiones o creencias pseudocientíficas. Hay una serie de incentivos y de motivaciones que realmente permanecen ocultas, pero que es lo que hace que muchas veces se muevan ese tipo de ideas, que por sí solas no se tienen en pie.
Poniendo como ejemplo las pseudoterapias, las terapias llamadas alternativas, ¿cuáles son los mayores peligros que conllevan?
Bueno, el mayor peligro en sí yo creo que es la puesta en duda de la medicina, de los tratamientos con base científica. Y también la difusión de la idea de que pueden existir otro tipo de tratamientos igual de válidos o incluso más válidos que la medicina científica. Porque, afortunadamente, los seres humanos tenemos una resistencia bastante notable ante la enfermedad y todos hemos oído aquello de que la gripe se va en 7 días con medicamentos y en una semana sin ellos. Muchas veces la medicina es solamente paliativa. Pero hay otros casos en que sí se necesita un tratamiento médico de verdad, un tratamiento oncológico o un tratamiento para determinadas afecciones que necesitan una atención médica. Y nos podemos encontrar con personas que rehúyen esa atención precisamente por creer que la medicina es una manera de aprovecharse de su condición, que sólo persigue intereses económicos o que se puede tratar con otro tipo de prácticas alternativas que realmente no sirven para nada y que a veces incluso son activamente peligrosas.
¿Y qué mecanismos considera más necesarios o importantes aplicar para combatir este tipo de pseudoterapias?
Ahí sí que hay que adoptar medidas normativas, medidas legislativas que impidan que las personas sin ninguna habilitación de ningún tipo, sin información para poner siquiera una tirita puedan ofrecer tratamientos de todo tipo, a veces para enfermedades tan graves como el cáncer. Esto creo que debería tomarse en serio por parte de las administraciones. Ya hubo un intento con el Plan Nacional contra las Pseudoterapias, que parece que el actual equipo ministerial ha abandonado. Pero es imprescindible, porque estamos hablando de personas que están en una situación de vulnerabilidad. Por ejemplo, la familia que tiene un niño con unos ataques epilépticos terribles, puede estar tan desesperada que cae en manos de cualquier curandero, de cualquier charlatán que le va a sacar el dinero y desde luego no va a beneficiar en absoluto al enfermo, todo lo contrario, probablemente le perjudique. A veces el peligro puede ser reducido porque son pocos casos, pero es un peligro real y no tiene sentido que lo dejemos de lado. Insisto, aplicando la legislación vigente ya se podría poner bastante coto a este tipo de cosas. Y, desde luego, también con unas buenas campañas de divulgación y de explicación de lo que tiene sentido como tratamiento y lo que es un auténtico disparate.
¿Se ha abandonado totalmente por parte del gobierno de España ese plan?
De momento parece que está bastante paralizada. Incluso el secretario de Estado llegó a decir que pensaba que los recursos del ministerio se deberían emplear en otro tipo de actividades. Yo, desde luego, discrepo y creo que se debería haber seguido adelante con esa iniciativa. Con las limitaciones que tenía, era lo mejor que hemos tenido en ese sentido.
Ante ese sentimiento de frustración o de impotencia que pueden generar la propagación de bulos que acaban calando, ¿qué recomienda?
En primer lugar, que no perdamos de vista cuál es el objetivo de la regulación, de la explicación y del sentido común, podríamos decir incluso. Muchas veces nos empeñamos en discutir con terraplanistas o con gente absolutamente convencida y no nos damos cuenta de que verdaderamente las personas que están en peligro y las que necesitan ayuda son las que están en esa zona de gris de las encuestas, son las que no lo tienen claro. Evidentemente, si hablamos con un integrista religioso cuya religión le prohíbe las vacunas, pues difícilmente lo vamos a convencer. Pero si hablamos con una persona que tenga dudas, pues es muy posible que podamos ayudarle a resolverlas, a darse cuenta de lo que hay de cierto y lo que no hay de cierto en las ideas que tuviera sobre las vacunas. Ayudarle a tomar una decisión informada que es al fin y al cabo lo que debemos hacer todos, lo que debemos buscar todos. Que la gente tenga la suficiente información como para tomar una decisión racional y no una decisión guiada muchas veces por esos engaños y por esos bulos.
¿Qué responsabilidad tienen los medios de comunicación?
Creo que tienen bastante, porque muchas veces se van a lo sensacional, a lo llamativo. Vuelvo a poner el ejemplo del terraplanismo. Es una idea que es prácticamente anecdótica en nuestra sociedad, va creciendo, pero realmente es una creencia bastante reducida. Sin embargo, si le dan un empaque, si le dan una repercusión, lo único que consigue es que se divulgue este tipo de conductas y de prácticas. Dicho esto, pues también hay que decir lo contrario. En muchos casos los medios han sido fundamentales a la hora de denunciar prácticas pseudocientíficas, de reducir la confianza en pseudoterapias, por ejemplo.Es decir, tienen una responsabilidad muy grande y en función de la actuación que tengan, puede ser beneficiosa o puede ser perjudicial. Pero yo creo que deben tener conciencia de ello, de la importancia que tienen como medios, no solamente de información, sino de formación, de opinión.
Suscríbete para seguir leyendo
- Hacienda lanza un aviso: prohibido seguir haciendo Bizums y transferencias de estas cantidades a partir de ahora
- Ryanair cambia de repente su norma de equipaje de mano: estas son las novedades
- La isla de Canarias que ha cautivado a National Geographic: 'Es un verso libre y aislado
- Rescatan a un hombre en estado grave tras precipitarse con su vehículo por un barranco en Gran Canaria
- Dos encapuchados atacan a una mujer para robar en su casa en Tenerife
- El cribado piloto de cáncer de pulmón se encalla en el Hospital Insular
- El fiestón de cumpleaños de Kira Miró: emoción, sorpresas y la Banda de Agaete en Madrid
- ¿Desayunar en Mesa y López ? Estos son los 11 locales que arrasan en Las Palmas de Gran Canaria