Ciencia

Una crisis de la razón en el mundo de la posverdad

En las redes sociales proliferan discursos contra la evidencia científica alimentados por el descontento social, el individualismo y el miedo al cambio

Una crisis de la razón en el mundo de la posverdad

Una crisis de la razón en el mundo de la posverdad / Adae Santana

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Santa Cruz de Tenerife

Amparados en la libertad de expresión los participantes de una de las tantas chirigotas que amenizan el carnaval de Cádiz cantan contra las vacunas y el control del gobierno mientras entonan a ritmo coral la repetida consigna de quienes niegan la mayor: «abre los ojos». No son más, pero los negacionistas son mucho más ruidosos. Quienes piensan que la Tierra es plana, que las vacunas son un elemento de control gubernamental o que el cambio climático no existe siguen siendo minoría, pero sus discursos sin evidencia científica se cuelan en platós de televisión, podcast, discursos políticos e incluso actos culturales. En un país donde la amplia mayoría de la población confía en la ciencia y en sus procesos, la pregunta es: ¿cómo ha conseguido el populismo científico colarse en la sociedad española?

El fenómeno es tan reciente que es difícil establecer el origen concreto de esta vorágine negacionista. Para Luis Capote Pérez, codirector del aula cultural de divulgación científica de la Universidad de La Laguna (ULL), no es un fenómeno nuevo. «Siempre ha estado ahí, la única novedad son las redes sociales que les hace ser más ruidosos», insiste el también profesor de Derecho. Con él coincide la psicóloga María Jesús Carbonell, miembro del Colegio de Psicólogos de Santa Cruz de Tenerife, quien insiste en que «ahora lo vemos más porque es más fácil difundirlo y captar adeptos». 

Un ejemplo reciente de que la pseudociencia persiste en la sociedad es la homepatía, que adquirió bastante fama hace unos pocos años. Una popularidad que empezó a caer cuando su ineficacia se hizo patente y después de que los Ministerios de Ciencia y Sanidad lo etiquetaran de pseudoterapia. Y ahora, «como está de capa caída, toman el relevo otras corrientes», sentencia Capote, que insiste: «la pseudociencia ni se crea ni se destruye». 

Pese a que el negacionismo forma parte del vaivén histórico que ha configurado el conocimiento de nuestras sociedades, su rápida diseminación por todo el mundo en una sociedad que juega a la posverdad, preocupa a la ciencia. La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt) ha evaluado en un reciente estudio esta corriente, a la que se ha bautizado como populismo científico. «El populismo relacionado con la ciencia se conceptualiza como un antagonismo percibido entre la gente corriente y el sentido común frente a las élites académicas y los conocimientos científicos», reza el informe. Bajo esta concepción de la realidad, el populismo critica a las élites científicas, cuestiona su autoridad y sugiere que sus pretensiones -basadas en el conocimiento exacto- son inferiores al sentido común.

Sus resultados muestran que en España aún hay «un porcentaje muy pequeño de la población adulta que usa internet en los valores máximos de la escala del populismo». Apenas un 3,6% de la población española niega la realidad científica en redes sociales.

Los expertos encuentran, sin embargo, un punto de inflexión a partir del cual estos discursos empiezan a conseguir nuevos adeptos: la pandemia. «En este periodo se agudiza la información falsa y se jugó a la posverdad como batalla ideológica», resalta el politólogo Ayoze Corujo. La filósofa de la Universidad de La Laguna (ULL), María José Guerra recuerda que el escepticismo por las vacunas que llevaba años gestándose en Europa llegó entonces a su máximo nivel de propagación. Las vacunas contra la covid, pese a corroborar su eficacia, salvar miles de vida en todo el mundo y permitir el regreso a la normalidad tras la pandemia, entraron de lleno en el pensamiento mágico de la conspiranoia convirtiéndose en un supuesto elemento de control poblacional y de limitación de las libertades individuales. 

En plena pandemia a muchos se les activaron los mecanismos cerebrales para hacer frente al caos. «La mente humana necesita tener la sensación de control, y las explicaciones simples como las que dan estas teorías de la conspiración son accesibles y ayudan a gestionar esos momentos de ansiedad y miedo al cambio», destaca Carbonell. 

Una crisis de la razón en el mundo de la posverdad

Una crisis de la razón en el mundo de la posverdad / Adae Santana

Pero la pandemia solo fue la explosión de un fenómeno que venía gestándose desde hacía tiempo. Para el politólogo Ayoze Corujo, en la pandemia confluyeron dos fenómenos: el proceso de desconfianza en las instituciones y la crisis de intermediación de la información. «La desconfianza de los españoles en las instituciones, y en especial a los partidos políticos, llegó con la crisis económica de 2008», recuerda el politólogo, que establece el pico máximo de insatisfacción en 2015. Este fenómeno, como explica, tampoco era nuevo entonces. 

«España es uno de los países que más valora la democracia pero, a la vez, es el que tiene mayor grado de desconfianza en sus políticos», revela Corujo. Esta paradoja tiene nombre: cinismo electoral. «Con la irrupción de las redes sociales la desconfianza se agrava y, tras la pandemia, se extiende a todas las instituciones públicas, incluidos los sistemas sanitarios, las universidades y los científicos», asevera. 

Información sin mediación

Casi al mismo tiempo, con el auge de las redes sociales y la precarización del periodismo, entró en juego un nuevo actor: la crisis de la intermediación. «La conversación pública ya no tiene intermediarios, ahora la información la interpreta cada ciudadano y eso también implica una exposición continua a informaciones espurias o falsas sin que el receptor tenga conocimiento de ello». 

Los algoritmos son los nuevos prescriptores de opinión, y generan un bombardeo de inputs que mantienen al individuo en una burbuja que solo comparte con aquellos que están de acuerdo con él. Además, en el momento en el que es más sencillo encontrar información, la gente tiene menos ganas de buscarla. «Hay tanta información que la gente se satura», insiste Guerra. 

Cámaras de eco del presente

«Vivimos en cámaras de eco donde cualquier elemento consumido por un grupo determinado repercute tan solo en ese circuito cerrado», resalta Corujo, que añade que esto supone que esas vivencias o creencias se convierten así en verdades que generan un «caos epistemológico». Estas cámaras indivualizadas propulsan la información falsa que cala rápidamente en esta era de la posverdad. Porque ya no es tan importante quién tiene la razón, sino quién dice lo que quiero escuchar. «Estamos en la época del presentismo: ni recordamos el pasado ni nos importan las perspectivas de futuro», destaca el politólogo. En definitiva, se deja de saber lo que es cierto o no, pero tampoco nos importa. «El presentismo y el individualismo al final chocan de frente con la epistemología (teorías y fundamentos del método científico)», sentencia Corujo. 

Guerra es más vehemente: «Estamos en la época del empoderamiento de la ignorancia». Como insiste, hoy en día pesa más la creencia, el sentimiento de pertenencia o las emociones, que el bien común, el debate o la deliberación. La población «se encuentra en un bucle dogmático y sectario que parece inmune al diálogo», resalta Guerra, que afirma que «estamos viviendo una degradación epistémica que nos está llevando a un terreno de posilustración o preilustración».

Esta premisa se ha convertido en el modus operandi de la política . La llegada de personajes pintorescos a puestos de mando de muchas naciones, como Donald Trump (Estados Unidos), Jair Bolsonaro (Brasil) o Javier Milei (Argentina), es muestra de ello. «Este tipo de personajes, así como los partidos reaccionarios de extrema derecha, juegan a la ambigüedad», relata Corujo. Por un lado, asumen los preceptos de la ciencia, pero, por otro, en sus discursos apoyan una máxima: la experiencia vale más que la evidencia.

Los algoritmos son los nuevos prescriptores de opinión, y generan un bombardeo de inputs que mantienen a la persona en una burbuja

Son ellos, además, la máxima expresión del poder que ha adquirido el movimiento anti woke. Este término -que significa literalmente «despierto»- se acuñó en Estados Unidos para definir a aquellos que se mantenían alerta con el racismo hace varias décadas. Sin embargo, en un giro inesperado, la palabra fue apropiada por los sectores ultraconservadores para definir despectivamente a las ideologías progresistas o de izquierda, a los que denunciaba por haber la cultura de la cancelación. 

Los factores sociales no son los únicos. También se puede estar más predispuesto a caer en las redes del negacionismo. «Hay rasgos de la personalidad que hacen más proclives a asumir estos discursos como la desconfianza, la necesidad de destacar o las tendencias anárquicas», añade Carbonell, que insiste en que muchas veces lo que más pesa es «sentirse alguien» y la pertenencia a un grupo selecto. 

Redes asociales

Si bien la amalgama de factores es infinita, todos los expertos tienen claro que hay un actor común en todo lo que está ocurriendo: las redes sociales. Plataformas como Twitter (ahora X), Instagram, TikTok o Facebook han sido claves para realzar estas dudas contra el establishment, fomentar el individualismo e incentivar la pérdida del diálogo. «No hay cabida en estas plataformas para el debate; solo valen los likes y dislikes pero no la deliberación», relata Palmero. «Con internet, cualquier persona, informada o no, puede difundir a un público amplio sus ideas y calan especialmente aquellos que tienen cierto carisma», relata Anibal Mesa, sociólogo de la ULL. 

Las redes sociales han realzado las dudas contra los poderes, fomentado el individualismo e incentivado la pérdida del diálogo

Para Capote, este fenómeno es una respuesta social a las decisiones políticas y comunicativas, a veces poco meditadas, que han coartado la libertad de expresión. «No puedes convencer a la gente a empujones», sentencia el profesor de la ULL, que asevera que en algunos casos, las medidas para frenar este tipo de discursos han sido contraproducentes, en especial aquellas cuyo propósito es salvaguardar la veracidad de la información. «El fin no siempre justifica los medios», razona. Y es que, a ojos del experto estas políticas para dirimir entre la verdad y la creencia han llegado a ser tan invasivas que coartado la libertad de la población para equivocarse. «¿Por qué se decide que no tengo posibilidad de contrastar?», se cuestiona Capote, que insiste en que no se puede «inmunizar» a la población contra la información errónea o los bulos. Ya se ha probado antes y no funciona. «En la España franquista se censuró toda aquella información que tuviera relación con eventos paranormales, y en los 70, cuando la dictadura estaba de capa caída, hubo un boom de avistamientos», reseña. Por último, Capote considera que parte de la responsabilidad de este auge negacionista recae en los propios científicos y su actitud frente a ellos. Ya el informe de la Fecyt pone de manifiesto que la mayor parte de la población considera que los investigadores son muy poco proclives a aceptar opiniones. Solo el 15,6% de la población considera que los científicos están muy abiertos a recibir retroalimentación mientras que apenas el 14,7% considera que prestan mucha atención a las opiniones de los demás. Este inmovilismo percibido también ha pasado factura. «No puedes convencer a la gente a empujones», insiste Capote, que critica que el mecanismo de defensa contra estas personas haya sido la burla. «Esto genera que haya gente que apoye sus ideas, no por convicción, sino por apoyo a alguien que ha sido machacado», insiste. 

Capote asegura que la comunidad científica «ha cometido muchos fallos». A su parecer los divulgadores «han pecado de ser demasiado agresivos a la hora de demostrar la ciencia», algunos se han dejado llevar por la fama y se han metido en campos que le son ajenos y la mayoría aún no ha asumido aún que, incluso mostrándole a la gente pruebas sobre lo que intenta divulgar, «pueden seguir creyendo en lo que le da la gana». Pese a esto, Mesa defiende la importancia de la divulgación ya que es la forma de dar «la batalla al negacionismo».  

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