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La banda de las cinco cuerdas

Imponiendo por fin su propia voz tras superar el papel de mero instrumento de acompañamiento, el timple vive hoy en las Islas su gran momento en manos de una nueva generación de músicos

La banda de las cinco cuerdas

La banda de las cinco cuerdas / Shamir Auyanet

Miguel Ayala

Miguel Ayala

Las Palmas de Gran Canaria

Ya es oficial: el timple se ha independizado. Al menos en partituras y escenarios. A lo largo de la última década, el instrumento tradicional canario se ha consolidado dejando de ser un mero acompañante parrandero para imponer su voz propia. Aguda, brillante, versátil; dulce y alegre, melodiosa, cantarina... Única y nuestra. De todos, aunque durante los años 80 del siglo XX se apoderase de ella el nacionalismo más casposo del Archipiélago, una majadera utilización identitaria que provocó en la sociedad progresista de las Islas un generalizado (y verbalizado) sentimiento contrario al esperado que se resumía con «Canarias es mucho más que tollos, papas arrugadas y timples.»

Como cualquier estrella del rock en decadencia, el timple tocó fondo y cayó en el folclorismo.

Su enjuto físico de alrededor de 40 centímetros de estatura media, repleto de pintaderas, teides o ídolos de Tara dibujados, tampoco le ayudó en su reinserción social, aunque en la escena artística canaria de finales de la década de 1980 e inicios de los 90 se mantuvieron activos, como si de miembros de la resistencia musical se tratase, intérpretes como Nino Jiménez, Totoyo Millares, Agrícola Álvarez, Paco Suárez o Ramón Gil, quienes nunca dieron la espalda ni dudaron de las virtudes del instrumento y que como tocadores se convirtieron más tarde en referentes para el fallecido José Antonio Ramos, Domingo Rodríguez “El Colorao”, Benito Cabrera o Saúl Camacho, quienes, a su vez, lo serían para Althay Páez, Germán López, Yone Rodríguez, Laura Martel, Beselch Rodríguez y, entre otros, Abraham Ramos [ver entrevistas en páginas siguientes], una recién llegada generación que insufla oxígeno renovado a este instrumento; una nueva vida que, sin alejarse del folclor, le lleva a codearse sin complejos con el jazz y el pop; con las raíces latinas y las composiciones sinfónicas. Una banda de profesionales que son quienes hoy integran ese delicado club de las cinco cuerdas que devolvió el lustre perdido a nuestra pequeña joya musical.

Pasado sonoro con mucho futuro

Superada esa etapa en el espectro artístico, había que reconducir las consecuencias del binomio timple y público, una desafección generalizada cuyo principal punto de inflexión se produce con el éxito del espectáculo Timples@2000, que en 1999 reunió sobre un mismo escenario a tres de los músicos más importantes que ha dado nuestro folclore: Benito Cabrera, Domingo Rodríguez “El Colorao” y José Antonio Ramos, junto a una orquesta sinfónica, donde llevaron el sonido del timple a lugares por los cuales nunca antes había transitado, una apuesta que se repetiría veinte años después cuando Colorado Producciones presenta Timples@2021, un proyecto que actualizaba la evolución del instrumento donde participan Benito Cabrera y Domingo Rodríguez “El Colorao” como supervivientes de aquel primer espectáculo, pero acompañados en esta ocasión de tres nuevos timplistas: Germán López, Althay Páez y Yone Rodríguez.

Los protagonistas de aquella iniciativa que triunfó entre el público de todas las Islas rememoran cuánto les sorprendió encontrarse en las puertas de los teatros y auditorios antes de cada concierto «a muchos jóvenes timplistas tocando», admitía en aquel entonces Yone Rodríguez en un programa especial emitido por RTV Canarias.

Acompañados de un grupo formado por 16 músicos bajo la dirección musical de José Brito y la dirección artística y de producción de Miguel Ramírez, los timplistas interpretaron temas propios y populares con arreglos de otros músicos contemporáneos.

A raíz de aquel hito, el históricamente pedregoso camino del timple recibe una primera capa de asfalto que permitiría a los tocadores transitarlo sin tantos baches; una nueva hoja de ruta cuya consecuencia más evidente es la cada vez mayor presencia en los teatros y auditorios del Archipiélago de espectáculos protagonizados por la pequeña guitarra de cinco cuerdas, así como su inclusión en las programaciones de las fiestas populares de las Islas.

Derivado de las guitarras y vihuelas del Renacimiento y Barroco europeo, la presencia en Canarias del timple –denominado en sus orígenes tiple por su timbre agudo– se sitúa a principios del siglo XIX.

Uno de los primeros y más importantes fabricantes de timples en las Islas fue el lanzaroteño Simón Morales Tavío (1897-1967), quien los elaboraba de manera artesanal, dotándolos de una reconocida calidad, llegando a fabricar algunas piezas consideradas hoy verdaderas obras de arte.

Los instrumentos del luthier nacido en Soo (Teguise) estaban muy cotizados por su calidad de construcción; de hecho, su aportación al desarrollo del timple fue el germen del cual nace en 2011, en el Palacio de Spínola de la Villa de Teguise, la Casa-Museo del Timple, dedicada a informar sobre la historia del instrumento y las técnicas de su fabricación.

El centro lanzaroteño es visitado mayoritariamente por turistas curiosos en conocer más sobre el emblemático icono musical de Canarias, que sirvió de souvenir sonoro para agasajar a personalidades internacionales como los astronautas de la misión Apolo XI o, entre otros, Mijaíl Gorbachov, último presidente de la URSS.

Sin embargo, ni cuatro caballeros que pisaron la Luna ni un político considerado padre de la perestroika pudieron arrebatar el título de embajadores del timple a la nueva hornada de tocadores y compositores surgida en el Archipiélago en los últimos treinta años.

La aportación del timplista José Antonio Ramos a la banda sonora original compuesta por Pedro Guerra para la película Mararía (1998), nominada en los Premios Goya a Mejor Música Original, caló en el público peninsular; Carlos Núñez tampoco ha dudado en incorporar el timple a su fusión musical y Rosana, la cantante y compositora canaria, tira con frecuencia del brillante sonido que el músico majorero Althay Páez arranca al pequeño instrumento.

Quedan cosas por hacer, como por ejemplo potenciar una mayor presencia femenina en el universo timplista –«cada vez se abren más espacios y oportunidades para generar un cambio real», dice la timplista grancanaria Laura Martel– o apostar porque en las aulas se consolide su práctica, apoyándose en la visibilidad que ha recuperado tras pasar una larga temporada en la UCI musical de los instrumentos rotos.

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