La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cumpleaños de ‘La Provincia’

«Se le ha dado por completo la vuelta al calcetín, y lo hemos visto y vivido

en primera fila, y en demasiadas ocasiones en la trinchera»

La historia del periodismo está llena de citas célebres. Por ejemplo, una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que dice que los periodistas somos «los perros guardianes de la democracia». Esta doctrina nació en la Europa de las democracias, y ya es jurisprudencia que los medios de comunicación tienen entre sus funciones descubrir lo que los poderes, ahí queda eso, quieren ocultar.

José María Ordovás, eminente científico español daba la fórmula de la longevidad «…acostarse cada noche con la idea de que al día siguiente se tiene una misión». La apunté y le hice una ficha porque el periodismo libre y comprometido con la sociedad, respetuoso con la deontología profesional y las leyes, tiene un componente misionero. «Al periodista que no haya tenido problemas le falta algo…» me consolaba un compañero cuando recién ingresado en el oficio empecé a recibir anónimos y algún que otro zarandeo.

En 1966, cuando reaparece LP aprovechando la Ley Fraga que acabó con el monopolio de Prensa del Movimiento, eran momentos finimundistas para el Régimen del 18 de julio (de 1936), que se había ido degradando en paralelo a la degradación de la calle de LPGC que llevaba ese nombre: asombrábase el recién llegado Gobernador Civil, Gerona de la Figuera, cuando en uno de sus paseos en moto comprobó que era un barrio de putas. Mandó parar inmediatamente tal actividad comercial. A partir de ahí se le llamó El Siroco… porque había dejado el polvo en suspensión.

LA PROVINCIA fue fundada al igual que el Real Club Náutico por un militar peninsular desinquieto e ilustrado, Gustavo J. Navarro Nieto, que enseguida entendió que Gran Canaria en particular, y las islas orientales en general, tenían un problema: el hegemonismo imperialista de la provincia única de Santa Cruz de Tenerife. A la división se dedicaron con ahínco y en 1927 LA PROVINCIA vio cómo nacía la provincia de Las Palmas.

El secreto para que la proximidad surta efecto en un periódico local se basa en la credibilidad y en la utilidad social. Entre el inicio de la aventura en 1911 y aquel 1927, cuando el dictador Primo de Rivera firmó el Decreto de la División Provincial, pasaron muchas cosas. Hubo epidemias, como ahora, y la gente fallecía por el cólera, la meningitis, la viruela o, la peor de todas, el hambre negra, que diezmaban en especial los barrios pobres. Hubo cuarentenas, confinamientos y restricciones a la movilidad entre islas.

En medio de la Primera Guerra Mundial las autoridades decidieron ocultar el problema epidémico a la población y cortaron en seco las notas informativas y negaron lo que afirmaban los entierros que recorrían las calles. En alguna ocasión, el director tuvo que levantar un trabajo vetado por la censura… pero dejó el espacio en blanco como muestra clara de resistencia. Se hizo todo lo que se pudo, y más, para evitar el desabastecimiento por la especulación de los mercaderes del dolor.

El periódico tomó partido (y sigue haciéndolo) por muchas causas nobles que conectaron con la población transversalmente.

Al reaparecer en 1966 después de unos años de ausencia forzosa en el franquismo del yo, mi, me, conmigo, se continuó con un periodismo valiente, cercano y progresista. Visto desde hoy, resistente. Ante el acoso e intento de derribo de las autoridades en su defensa intransigente del Régimen inamovible también nos dábamos ánimos en la mínima Redacción de Murga 21: «Resistiremos».

Participantes de la Marcha Verde dirigiéndose hacia el Sáhara Occidental español en 1975 con el Corán en la mano.

La Dictadura pasó, pasaron aquellas pompas y esplendores flash y aquellos palos… y LA PROVINCIA permaneció atravesando guerras, crisis y pandemias.

Esto del inconformismo –co-mo se le decía entonces, porque la crítica estaba prohibida, sustituida por el alambicado eufemismo de «contraste de pareceres dentro de una ordenada concurrencia de criterios»– fue fundamental. En aquellas circunstancias nos colábamos por las grietas del muro impenetrable. «Éramos los rebeldes. Los que sobrepasábamos las líneas rojas, o más exactamente, las azules, e intentábamos sortear, con desigual suerte, el campo de minas del artículo 2 de la Ley Fraga de Prensa e Imprenta».

El coste fue alto en multas gubernativas, expedientes y amenazas. Y en el cruel martirio de Salvador Sagaseta, que nunca olvidaremos. Cambiaron los directores pero no cambió la línea aunque se mejoró la técnica de regatas de navegar contra el viento dando bordos para llegar a la boya de meta y continuar «tocando las narices» o más abajo incluso. José Luis Martínez Albertos, el primer director, y Guillermo García Alcalde poco después, dejaron la carta de navegación.

Desde el principio tratamos de iluminar las tinieblas. Y se empezaron a sacar a la luz a seis columnas comportamientos que hoy forman parte del diccionario de la corrupción. Desvelamos, gracias al chivatazo de un marino de guerra, como en Fuerteventura se vendían solares en marea baja; y como se destrozaban las Dunas de Maspalomas y se trapicheaba con el urbanismo. Hasta la fecha.

En 1969 empezaron los movimientos para actualizar los Puertos Francos de 1852. Claro que una cosa pensaba el Ministerio de Hacienda y otra los Cabildos y la sociedad civil canaria, como Agamenón y su porquero. En 1970 ya se hablaba y discutía sobre el REF (Régimen Económico y Fiscal) del que una cosa pensaba el ministro de Hacienda y otra la sociedad canaria. Poco a poco fue colándose la idea de hacer algo más ambicioso, y en aquella España uniforme donde la mera palabra regional era anatema empezamos a hablar de Estatuto y Autonomía.

No hubo conflicto entre la pasada defensa de la provincia y la exigencia de autonomía regional. Las circunstancias las convirtieron en complementarias.

Con los reportajes de chabolas en pleno franquismo conseguimos casas para chabolistas, y mostrar la cara que se ocultaba; LA PROVINCIA dinamizó la conversación regional aprovechando el puertofraquismo con una campaña preñada de ideas progresistas, y cobijó en sus páginas las opiniones de los principales líderes de los partidos demócratas aún clandestinos. Los lectores tuvieron la primera noticia de que había partidos y partidarios. La izquierda asomó la cabeza con fuerza y alternativas.

Tras el REF de 1972, o a la vez, se batallaba por la Universidad Completa que colmara las necesidades y aspiraciones de Las Palmas, aunque fuera una reivindicación esencialmente grancanaria. El triunfo de la utopía en 1986 fue reconocido también por los enconados adversarios (ATI, fundamentalmente) como un triunfo de este periódico. Se hacía un periodismo de campaña cuando era menester. Y así se iban logrando cosas: el CULP, por ejemplo, la UPC (no se confundan, Universidad Politécnica de Canarias); o el plan de puertos mixtos de uso polivalente pesquero deportivo lanzado por Olarte para contrarrestar los efectos sobre la pesca artesanal isleña de la futura descolonización del Sáhara que estaba solo a un par de almanaques de distancia. La lista es interminable.

Hoy ya no hay columnas en blanco, aunque se mantengan las presiones desde el Poder, o mejor, los poderes. Que son frecuentes sobre todo en época de crisis, cuando se debilita el pilar más importante de la economía periodística, la publicidad. Por algo don Tomás (Hernández Pulido, director general de Prensa Canaria y accionista) me decía un día, ante mis veladas e ingenuas críticas a las exigencias de un anunciante que «donde hay publicidad resplandece la verdad».

Los tiempos han cambiado mucho, muchísimo. Se le ha dado por completo la vuelta al calcetín, y lo hemos visto y vivido en primera fila, y en demasiadas ocasiones en la trinchera, como cuando algún petimetre engominado llegado a ministro nos declaró la guerra a mediados de los 90 hasta excluirnos de la tradicional comida de Navidad del Ayuntamiento por desafectos. Ignoró, pobre pero engreído diablo, que como dice el Eclesiastés «quien tira una piedra a lo alto, encima le cae».

En febrero de 2012 el Nobel Vargas Llosa lo sintetizaba admirablemente: «El amedrentamiento y la amenaza para instalar la autocensura (…) obligando a los periodistas (…) a convertirse en censores de sí mismos y a escribir mirando a hurtadillas a su alrededor es un método que todos los dictadores modernos practican…» Y sus aprendices, sean políticos, cardenales o rectores. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Lo importante hoy es que LA PROVINCIA lleva 110 años dando la lata. Y en la parte que me toca solo 54. No está nada mal. Siempre me he sentido aparte de reportero, artillero. Como decía el liberal alemán Gensher: «La prensa es la artillería de la libertad».

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