Refrescante fue el primer concierto de la Philharmonia Orchestra de Londres, ya que las dos obras programadas puede decirse que gustan a la mayor parte de los aficionados, dándose, además, la circunstancia de que son las más populares de sus autores. Vaya por delante el éxito del concierto del jueves que tuvo una propina acorde: el Preludio del Acto III de Lohengrin, de Wagner.

La versión que nos ofreció el gran director finés Esa-Pekka Salonen de la Quinta de Beethoven (la Quinta, por excelencia) en líneas generales fue buena aunque quizás pecara de exceso de énfasis y en muchos momentos me pareciera poco contrastada en su dinámica, aunque la belleza de la obra lo disimulara bastante a lo que no fue ajena la extraordinaria calidad de la Orquesta, magnífica en todas sus secciones. Como excepción al poco contraste apuntado, recuerdo como momentos magníficos, el comienzo del Andante, el Trío del Scherzo, y sobre todo la transición de este último al Finale con ese timbal, magnífico, escondido detrás de los contrabajos, auténtico protagonista de ese momento mágico que inicia el brillante Final, que también tuvo momentos magníficos, como la cita del Scherzo antes de la arrebatadora Coda final.

En el Concierto para Orquesta de Bartok, su obra más extendida, el director hizo algunos cambios en el conjunto aumentando en dos las cinco divisiones de la cuerda y colocando al timbalista en su sitio habitual. Pero eso es lo de menos; lo importante es que fue una versión muy buena con los movimientos muy bien contrastados, con la expresión que se pide para cada uno de ellos, destacando la gracia chispeante del Juego de las parejas, la seriedad no exenta de humor negro de la Elegía, la inesperada aparición de la Canción del Maxim's , de La viuda alegre, en el Intermezzo y toda la preciosa obra que tuvo una versión completa, pues a la concepción del director respondió una Orquesta en estado de gracia. La interminable ovación tuvo su regalo y esperamos impacientes su segunda actuación.