Lo mejor del 28º Festival de Música de Canarias, fechado del 10 de enero al 19 de febrero, es que el Gobierno autónomo haya salvado su continuidad en el piélago de pesadumbres económicas que condicionan todos los parámetros de la vida insular, y los culturales con singular ferocidad. Braceando entre olas bravas, Candelaria Rodríguez ha conseguido una programación reducida si se compara con los años de abundancia, pero inteligente y llena de atractivos. Esto es lo "segundo mejor", porque nadie puede negar que directores como Mehta, Salonen, Gardiner, Perahia, Nott y Bolton, garantizan un circuito sinfónico de alta tensión. Vean, si no, lo que están promocionando otros festivales europeos de tantas o más campanillas que el canario. Si mantienen en las próximas ediciones el nivel de esta fase "de transición" quedará asegurada la supervivencia del acontecimiento vivo de la cultura insular con mayor proyección internacional. Un corte, incluso temporal, sería mortífero por frustrar el hábito que se traduce interiormente en llenos totales y por fomentar en el exterior un olvido seguro de la magnífica renta acumulada en casi tres décadas de generosa inversión e impagable trabajo. El mundo va muy rápido y los continuos cambios engendran desmemoria.

Lo "tercero mejor" es que, sin perder la personalidad sinfónica de sus orígenes, el Festival compensa la hoy impensable hoja de costes de siete u ocho orquestas fuera de serie, como fue la norma, con entes camerísticos, instrumentales o vocales, de "primo cartello" -nada teloneros, quiere decirse- de probado éxito en Canarias, como son el refinado King's Consort con dos programas vocal-instrumentales muy motivadores; el Giardino Armónico de Antonini con un solo concierto no menos apetecible; y dos acreditados cuartetos de cuerda, los de Oslo y Colonia.

Lujos rescatados. El morbo sinfónico está polarizado por el debut de la Orquesta de la Comunidad Valenciana (titular del Palau de les Arts), con el gran Zubin Mehta en el podio. Son buenos conocidos desde que el maestro preside el Festival del Mediterráneo y monta cada año dos o tres grandes producciones de ópera y numerosos conciertos y salidas. En muy pocos años, esta orquesta se ha puesto en cabeza de las españolas y se codea con las mejores del mundo. En programa, el 13 de febrero, la cumbre sinfónica del Festival: la muy difícil y grandiosa Octava de Bruckner, un texto que pocos conjuntos se atreven a sacar en gira.

Con las sinfonías 5 y 7 de Beethoven y dos obras bartokianas de gran repertorio, no luce arriesgada la apuesta de Esa-Pekka Salonen en dos programas con la Philharmonía londinense (12 y 13 de enero). Otra cosa será cómo las haga sonar, pues el célebre maestro finlandés siempre tiene mucho que decir en lecturas personales con las que puede cada cual sentirse más o menos en onda pero no indiferente. Incompatible con las rutinas, Salonen se acerca al repertorio con mirada descubridora y nunca pasa sin debate.

No parecen menos sobados los dos programas de Ivor Bolton (22 y 23 de enero) con la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo: Mozart, Haydn, Beethoven y Schubert. Pero la pureza del estilo, sin manías "historicistas", siempre es oportuna para versionar a los clásicos, y más cuando el Concierto de violín de Beethoven, cima del género, cuenta con un solista como el joven armenio Sergej Khachatryan, enigmático y deslumbrante en su recital del Pérez Galdós (creo que para la Sociedad Filarmónica), que dejó muy tenso el apetito de volver a escucharle; o el inmenso clarinetista Daniel Ottensamer va a tocar el Concierto de Mozart. Por su parte, el maestro Bolton es una de las batutas europeas en alza meteórica.

Ya consagrado, Jonathan Nott debuta aqui con la Sinfónica de Bamberg, suyo es el mérito notable de nutrir cada año la mayoría de los atriles del Festival wagneriano de Bayreuth (abriendo edición los días 10 y 11 de enero). El primer programa tiene al pianista chino Kinsang Lee, también debutante, como solista del Concierto 23 de Mozart, con la más elegante de las sinfonías de Dvorak, la Séptima, cerrando sesión; y en el segundo toma a su cargo el estreno mundial del único encargo de este año: un concierto para piano de José Manuel López López, con el mejor de los intérpretes del piano contemporáneo en España, Alberto Rosado, y la Cuarta de Mahler (la sinfonía de la "vida celestial") con la soprano Mojca Erdmanm, otra que se estrena en Canarias con el lied de movimiento final.

John Eliot Gardiner, viejo amigo, dirige una sola vez (11 de febrero) a la Orquesta de Cámara Mahler y el Coro Monteverdi. El programa, con la Cuarta de Schumann, incluye el aquí inédito Requiem para Mignon y una Canción nocturna del mismo autor, con Gerd Voss como narrador. Novedad bienvenida por tratarse de una "rareza" tardía del gran compositor romantico.

Y Murray Perahia, divo del piano que estuvo anunciado en varias ediciones anteriores y canceló siempre en el último momento, se presenta al fin con la celebérrima Academy of St. Martin in the Fields londinense (16 de febrero). Además de dirigir Haendel y Haydn, tocará el solo del último de los conciertos para piano de Mozart, el num. 27. Como debutante, es el más esperado.

la fura redime un tópico. Los placeres sinfónicos del Festival no se agotan en las sesiones comentadas. Las dos orquestas canarias comparecen con sendos programas, frecuentadísimos, hay que decirlo, pero tal vez por ello incitantes, ya que ni Pedro Halffter ni Víctor Pablo Pérez se resignarán a pasar inadvertidos. El primero, con la orquesta y el coro de la Filarmónica de Gran Canaria, tiene a favor de las sobadísimas Carmina Burana de Orff la escenificación espectacular de La Fura dels Baus (16 y 17 de enero). Es la primera vez que esta cantata archipopular se presenta escenificada y todos los referentes coinciden en que la aportación furera es digna de su fama por imaginación, colosalismo y garra teatral. A ver...

Con la Sinfónica de Tenerife dará Víctor Pablo dos Beethoven: el Concierto Emperador con el afamado especialista Paul Lewis al piano, y la Sinfonía Heroica, difìcil siempre y pocas veces lograda (28 de enero).

Otra novedad es la de duplicar algunos programas con el Centro Expomeloneras, como el Cuarteto de Oslo y uno de los programas del King's Consort.

Merece aplauso el sostenimiento del Festival en las Islas, este año con cuatro convocatorias camerísticas de alto nivel: el citado Consort inglés, el Giardino italiano y los cuartetos de cuerda de Colonia y Oslo, que rotarán en las cinco islas no capitales, con dos saltos a La Graciosa. El concierto universitario en el Paraninfo de la ULPGC tendrá como protagonista al joven pianista tinerfeño Javier Negrín (10 de febrero) que se atreve nada menos que con los 24 Preludios Op.11 de Scriabin, colección de joyas que requieren, además de consumada técnica, musicalidad exquisita y una singular imaginación del color. Y el Joven Festival, en su segunda edición, recupera al magnífico Fernando Argenta como presentador de un variado y popular programa de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas, dirigida por Pascual Osa (14 de enero). Además, un programa de humor y música a cargo del Mozart Group (4 de febrero) y, en el Teatro Guiniguada, las Marionetas del palacio vienés de Schönbrunn (10 de febrero). Feliz programación con el asequible precio únco, por función, de 12 euros.

En la zona de sombra. No parece fácil una mejor distribución de los menguados recursos, pero no todo es digno de aplauso, y aquí viene el capítulo de los cuestionamientos. Para empezar, es la primera edición sin estreno absoluto del compositor canario. Muy mal. Y peor aún el hecho de haber cancelado tardíamente el encargo al lanzaroteño residente en Barcelona Nino Díaz, cuando ya tenía la pieza concluida. Recuperarla es un deber ético y estético.

En segundo lugar, un Festival básicamente orquestal sigue ignorando a los excelentes directores canarios en activo, llamados esporádicamente para actuaciones menores, Es el caso del espléndido Gregorio Gutiérrez, la prestigiosa Gloria Isabel Ramos, y no hablemos de Alberto Roque, aún inédito en 28 convocatorias. Esto es insostenible y exige corrección. ¿Por qué se contrata a los buenos solistas isleños y se margina a los directores? ¿A qué criterio responde esta discriminación?

Otro caso de incumplimiento de la norma no escrita de que, en igualdad de condiciones artísticas, hay que primar a los canarios, estuvo a punto de darse con el Orfeón Pamplonés para las Carmina Burana, cuando el Coro de la Filarmónica de Gran Canaria las interpreta triunfalmente. Rectificaron a tiempo, pero esa tentación arbitraria siempre está latente.

Hay que tener cuidado con el equilibrio del repertorio y primar el gusto del público. En Canarias se han conocido gracias al Festival de Música inmejorables versiones del gran sinfonismo romántico, posromántico y contemporáneo, sin prescindir de los siglos XVII y XVIII. ¿Qué gusto personalísimo determina ahora el sobrepeso de los barrocos y los clásicos? Es muy dudoso que sea el púbico quien lo pide.

En definitiva, mientras estas cosas ocurran no es posible la "summa cum laude". Una pena, porque lo demás merece diploma.