Magno concierto de la Orquesta de Bamberg y gran noche del maestro Nott. Su segundo programa confrontó la contemporaneidad del estreno absoluto al esplendor de un Mahler de primer nivel, y en ambos sobresalieron el trabajo del director y el rendimiento del colectivo. El único estreno de este año, encargado en colaboración con Radio France, fue un éxito a despecho de su radicalidad. Lo verifican dos salidas a escena del compositor, el madrileño José Manuel López López (1956), uno de los grandes de su generación, prestigioso en la vanguardia parisina y buen amigo de Las Palmas, donde hace pocos años tuvo lugar el estreno español de otra de sus obras. El Concierto para piano y orquesta presentado ahora se apoya básicamente en dos parámetros: una fascinante especulación sobre la "cara oculta" de los timbres instrumentales y su movilidad de raíz espectralista; y la voluntad de estructura que cuaja en la coherencia del movimiento único, cuya sostenida tensión atrapa la escucha y a nadie deja indiferente.

Otra cosa es el gusto de cada receptor y su disponibilidad a un código que, como los más representativos e influyentes desde la segunda mitad del sigo pasado, desecha los valores expresivos tradicionales y nada tiene en común con las nociones de organización, emotividad y belleza sensorial de la gran música pretérita. La actitud cultural abierta que reivindican todos los lenguajes artísticos del siglo XXI, cuyo compromiso de ruptura coexiste con neoclasicismos o neorromanticismos siempre latentes, describe sin vuelta atrás la innovación que este tiempo aporta al proceso evolutivo de la música. López redescubre los instrumentos en la tímbrica del piano preparado, cuerdas accionadas con púas, tabaleos sobre las boquillas de los vientos, maderas con aire no temperado, sordinas infrecuentes y percusiones privativas. La gran orquesta romántica muestra en esta escritura una de las posibilidades que la transforman sustancialmente. Y las microformas puntillistas que se suceden no dispersan el sentido, sino que lo reordenan con energía y rigor insólitos. Cambia la superficie, pero la verdad de la creación en sus formas más imaginativas sigue siendo la misma. Cuando subordinamos la subjetividad del gusto a la apreciación objetiva del resultado sonoro llegamos mejor a la esencia y, desde luego, entendemos el sentido proyectivo de los encargos de obra nueva, concepto diacrónico que trasciende el momento histórico.

El pianista Alberto Rosado hizo una interpretación sensacional del solo, extremadamente complejo y virtuoso. Su lealtad al texto transmite de manera idónea la dialéctica del sonido ahogado y seco confrontada al armónico, con espléndidas variantes en la acción directa sobre el cordaje. Secundado en los mecanismos de esas alternativas por la pianista grancanaria Natalia Falcón, con la que compartió estudios en Budapest, su trabajo le ratifica en la cima del pianismo español contemporáneo. Jonathan Nott desplegó con análoga perfección una profunda cultura de la vanguardia musical europea, con respuesta brillantísima de los músicos de Bamberg.

Después de esto, la Cuarta Sinfonía de Mahler fue el retorno a los lenguajes intemporales. La belleza, la expresividad, la hondura, el noble sonido, la controlada emoción, la fluidez cantábile, la riqueza de matices y el inconfundible mahlerismo de la interpretación de Nott solo admiten la calificación de maravillosos. Mucho mejor que en el programa del día anterior, la orquesta y sus excelentes solistas sedujeron con calidades del mayor rango. La soprano Mojca Erdmann, muy lírica y buena liederista, cantó el movimiento final con musicalidad y limpieza que hacían innecesaria la pundonorosa advertencia previa de su proceso gripal, protestada por una persona del público antes de escucharla.