Recorrer los tajos de Las Salinas del Carmen con José Alejandro González Mederos es como dar un paseo por la historia de Fuerteventura. Hace 15 años que sus manos no sujetan el ruedo que le permitía formar los pequeños montones blancos que dan vida a las salinas. Mederos, como le conocen todos, fue el primer salinero de la Isla, un trabajador inagotable al que sus compañeros recuerdan con cariño y las nuevas generaciones de salineros admiran por lo que representa.

Mederos sabe muy bien lo que es trabajar desde joven. Sus padres habían decidido vender unas tierras en Cuba, adonde habían emigrado años antes, y regresar con toda la familia a Gran Canaria. Allí trabajó en los tomateros del Carrizal (Ingenio) hasta que, con 41 años, la insistencia de Miguel Velázquez, propietario de Las Salinas, le llevó hasta Fuerteventura. En la isla majorera vivió en la casa que, hoy en día, se ha convertido en el Museo de La Sal.

Él solo se encargaba de secar, regar y vender la sal, hasta que poco a poco, los tajos se fueron secando y fue necesaria la ayuda de otros hombres para sacar adelante el negocio. Mederos se encargó entonces de transmitir a los nuevos trabajadores los conocimientos que él había adquirido. "Era una persona con mucha sangre y duro. Cargaba las carretillas con sal a pesar de superar los 70 años", recuerdan los nuevos salineros. De un vistazo, el viejo salinero era capaz de identificar los tajos más productivos, los que se secarían antes o los que darían problemas porque la sal se pegaría.

Buen trabajador

Mederos no se conformaba con lo que le daba el trabajo en Las Salinas. Intentó embarcarse pero pronto se dio cuenta que el mar no estaba hecho para él, así que decidió regresar a tierra firme. Los trabajos que desempeñó durante su juventud hicieron de él un negociante, siempre metido en la compra-venta de animales. Transportaba vacas, cabras y cerdos desde Gran Canaria a Fuerteventura. "Traía hasta 40 vacas de un solo viaje", recuerda. Lo mismo ocurría con los burros que enviaba a Las Palmas de Gran Canaria. Cuando el trabajo como salinero fue aumentando, contrató hombres que ayudasen en la producción y adquirió unas tierras cercanas a unos extranjeros en las que puso animales.

Mederos se considera un hombre "pobre pero serio" y muy trabajador. "Yo no soy de esos que se sientan en un ladrillo a fumar un cigarro, soy como un coche al que se le aprieta la pata hasta que aguante", afirma. Por ese motivo, dice, Miguel Velázquez lo quería trabajando en Las Salinas.

Son pocos los que al hablar de José Alejandro González Mederos en Fuerteventura no recuerdan una anécdota. En las múltiples profesiones que ha desempeñado a lo largo de su vida llegó a trabajar incluso como mecánico. "De tres coches hacía uno", sonríe pícaro. Algunas veces era capaz de arreglar coches que los mecánicos de la Isla no sabían reparar. En alguno de esos trabajos tuvo problemas, cuando en el momento de entregar el coche descubría que una gallina había puesto sus huevos en el interior. Hasta que no nacían los polluelos, el coche no se entregaba a su propietario.

Si de algo se siente orgulloso este nonagenario es de su cabeza, que no cambia por nada, y en la que, a pesar de no saber escribir, hay muchos oficios. Siempre supo buscarse la vida, lo hizo para poder sacar adelante a sus nueve hijos. Hoy en día, este entrañable salinero, capaz de recordar detalles de su larga trayectoria laboral, se pierde al tratar de contar cuántos nietos y bisnietos tiene.