"Los que no se han jubilado, se han muerto y otros han abandonado para dedicarse a la hostelería o al comercio", afirma el último pescador profesional de Tarajalejo, Gervasio Sosa. "Las condiciones de trabajo son muy duras: luchamos contra el viento, el frío y la lluvia. Cada día es una aventura y llegar a tierra es como resucitar". Una vida intensa. En ocasiones, Gervasio sale al amanecer y otras al ocaso, e incluso con su lista tercera llega a Morro Jable y está fuera de casa varias jornadas para llenar sus neveras. Y su familia siempre con el alma en vilo, a pesar de las nuevas tecnologías y la comunicación.

"Este oficio me lo enseñó mi padre y de pequeño recuerdo más de 20 barcos trabajando a diario, y el doble en verano", asegura. En el mar había más movimiento, compañeros e incluso alegría, pero ahora en esta playa reina el silencio y en sus aguas encuentra soledad. Hace unos 40 ó 50 años, Tarajalejo fue el pueblo más próspero de los alrededores en este sector.

Por las mañanas las falúas arrancaban los viejos motores y regresaban cargados con cajas de pescado para vender por las casas y los alrededores. "Ahora la pesca no da dinero, y se vive muy mal, de ahí la progresiva desaparición de todos las barcas. La única que queda es la mía porque puedo trabajar en lo que sé y me gusta", asegura este superviviente.

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