La vida le ha dado una nueva oportunidad. Así lo entiende Álvaro Vizcaíno Albertos, de 38 años, que permaneció 48 horas herido en la costa de Punta Paloma, en el municipio de Pájara, tras haberse precipitado por unos acantilados. Álvaro se recupera en el Hospital General Virgen de la Peña de las heridas sufridas al tiempo que lanza un mensaje aconsejando a los senderistas y a los aficionados a los deportes de aventura que siempre vayan acompañados en el desarrollo de estas actividades. Vizcaíno lo tiene claro: " Un milagro me ha salvado la vida. Pensé que no lo contaba". Su excelente estado físico, su afición a los deportes náuticos y su equilibrio emocional han sido determinantes para sobrevivir a esta trágica experiencia.

Eso sí, contando con la participación de sus tres rescatadores, tres policías de Fuerteventura que se encontraban pescando en una zodiac y de todo el personal de los servicios de rescate que se implicaron en la búsqueda.

La habitación número 114 de la Segunda Unidad del Hospital majorero fue ayer un hervidero de amigo y periodistas en busca de la historia de este ´Robinson´ que lleva diez años residiendo en la isla majorera. Los amigos le mostraron su apoyo y se interesaron por su estado de salud y los medios de comunicación deseaban conocer de primera mano la experiencia sufrida por este profesional del turismo.

El pasado sábado, Álvaro y su amiga Marga decidieron dar un paseo por la zona del litoral oeste que atesora numerosos parajes de incalculable belleza al ser una zona que se mantiene en estado salvaje por el poco tránsito humano. Sin embargo, el domingo el joven madrileño decidió dar un paseo por los acantilados de Punta Paloma, a la altura del Barranco de Pescenescal, y donde concluye la playa larga de Cofete." Mi amiga, que vive en Costa Calma, se había ido a trabajar y cogí mi Isuzu Trooper y me fui a recorrer esta zona que es preciosa", aseguró Álvaro Vizcaíno desde el hospital majorero.

Un fatal resbalón

El joven salió solo con el bañador puesto en una mañana con un calor radiante y un magnifico estado del mar, algo inusual en la costa de Barlovento. En un momento del recorrido, cuando caminaba por unas dunas de arenas duras y plagado de moluscos petrificados "me resbalé y me desplacé a una enorme velocidad cuesta abajo. Intenté con los pies y las manos agarrarme, pero fue imposible. Me traicionaron las dunas". También añade que "me quedé colgando del acantilado que podría tener unos 4 ó 5 metros de altura. Veía las rocas y el mar abajo e intenté reaccionar, pero no puede. La fatiga hizo que no soportara ese esfuerzo y caía a las rocas".

La caída fue traumática. El impacto acabó con un fuerte golpe en la cadera, dos fracturas en la pelvis y una herida abierta en el brazo izquierdo, al margen de numerosos rasguños en los brazos y piernas. "El dolor era inmenso. A pesar de ello, no perdí nunca el conocimiento. Luego recordé que en las proximidades había una pequeña cala con una playa de arena, me deslicé gateando por las rocas, llegue al agua y comencé a nadar en aquella dirección".

Sin embargo, el agua salada se convirtió en un enemigo de las heridas. "Estaba desnudo porque al arrastrarme por las rocas me rompí el bañador, sangrando en las heridas sufridas y con problemas para mantenerme a flote. En un momento de la travesía me vine abajo. Los dolores intensos me imposibilitaban seguir; tenía el cuerpo paralizado. Sin apenas fuerzas para continuar, me hundí y lle- gué al fondo. Pensé que mi aventura se acababa y estaba muerto. Allí, una fuerza me alertó que tenía que vivir, me impulsé como pude en una roca y salí a la superficie hasta que con mucho esfuerzo llegué a la pequeña cala".

Una vez que llegó a la pequeña playa trató de organizarse y de pensar como podía sobrevivir en aquellas circunstancias. Buscó jallos o residuos arrojados por el mar. Con unas redes se cubrió el cuerpo desnudo del fuerte frío de la noche y el encuentro de una botella de agua de un litro y medio "provocó que no me deshidratara porque pasé mucha sed por las altas temperaturas que hacían por el día. También encontré un pequeño buggi pero no aparecía nadie por la zona ni por mar ni por tierra y eso me llegó a desesperar", apuntó Vizcaíno.

El martes a media mañana, con el cuerpo entullido por los fuertes dolores de las heridas y por el frío soportado durante la noche, observó en el mar una pequeña embarcación. " Estaba muy lejos y no podían oír mis gritos de alerta. Pensé que lo mejor era ir hacia ellos. A pesar que me encontraba muy débil, no lo pensé. Cogí el bugi, me adentré en el mar y remé con mis manos hacia la zodiac durante más de una hora. O llegaba a ellos o estaba muerto. No tenía otra opción", afirmó el empresario.

"Cuando me encontraba a una distancia menor del barco, me divisaron. Uno de ellos se tiró al agua para ayudarme a mantenerme a flote y un poco más tarde me rescató el helicóptero. A todos los que participaron en mi rescate y que me salvaron de una muerte segura les estoy agradecido de por vida", apuntó Álvaro Vizcaíno. Una de las visitas que más alegró ayer a Álvaro fue la que le hicieron Arán, Alberto y Jorge, sus rescatadores.