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La ermita de Puerto Rico, olvidada

El pequeño santuario está declarado Bien de Interés Cultural y sometido al más completo de los abandonos

Sobre el dintel de la puerta, rematado por una cruz, se labraron motivos vegetales que recuerdan a la cultura azteca. FUSELLI

Cerca de la Casa de los Coroneles, en uno de esos parajes singulares, con ese color ocre, amarillento, en medio del paisaje majorero más envolvente, aparece desdibujada, con puertas rotas, la ermita de Puerto Rico, también conocida como Puerto escondido o casa del capellán, la iglesia más antigua de La Oliva y un monumento que parece olvidado.

El historiador Pedro Carreño destaca que después de la Conquista cuando el caserío de La Oliva adquirió cierta importancia se levantó una pequeña ermita donde se realizaban los oficios religiosos, un fraile se desplazaba desde Betancuria y ese día se quedaba a dormir en ese lugar.

Con el paso del tiempo, y sobre todo con la enorme riqueza que generaba los campos fértiles de esta zona de Fuerteventura, en la que sobresale la construcción de las famosas gavias, que servían para dar agua a las cosechas y que tan buenos resultados ha dado históricamente a las tierras majoreras, La Oliva recobró nuevos bríos y familias procedentes de Betancuria decidieron instalarse en esa población. Como curiosidad, los primeros que se desplazaron fueron los hermanos Juan y Pablo Hernández, que finalmente dieron nombre al valle de Juan Pablo, reconocido como una de las zonas con mayor riqueza agrícola.

Así que poco a poco la desaparecida capital aborigen, rebautizada como La Oliva, por sus abundantes olivos silvestres, recuperó una cierta importancia dentro del nuevo contexto histórico de la isla de Fuerteventura.

El resurgimiento de este grupo de vecinos alejados considerablemente de Betancuria y con la necesidad de poder cumplir con los preceptos religiosos de esa época construyen una ermita. Como señala Carreño, "aquella gente necesita tener a alguien a quien rezarle y también a quien pedirle la protección divina, e implorarle en sus momentos más desolados y oscuros, para ello, se hacen traer una talla de la Virgen de la Candelaria que colocan en su ermita, una advocación mariana con gran arraigo devocional en Canarias. Esta ermita, hoy conocida como la ermita de Puerto Rico, es una de las construcciones más antiguas de La Oliva, tal vez la más, y también formó parte de una capellanía fundada con el fin de aportar recursos a la ermita de San Telmo de Las Palmas de Gran Canaria".

No hay que olvidar que la ermita de Puerto Rico está rodeada de terrenos que generaban importantes rentas. Tal como confirman los documentos de aquellos años, estas rentas se enviaban a Gran Canaria con destino a realizar mejoras en la iglesia de San Telmo.

Motivos aztecas

En cuanto al edificio, que se encuentra maltrecho, con varias puertas rotas, el tejado deteriorado, consta de dos habitaciones contiguas. Como casi todas las construcciones de la época, los muros de esta ermita están hechos con una base de piedra y barro y buena sillería en las esquinas. El techo es de madera de tea y de estilo mudéjar, a cuatro aguas con teja árabe.

El artesonado, reforzado con tirantes en las esquinas y en el centro, además aparece decorado con motivos variados: aspas, crucetas, estrellas y una flor. Cada habitación tiene una puerta y dos ventanas que dan al exterior, de ellas, una ventana da al naciente y otra al poniente, el resto lo hacen hacia el sur.

Para el investigador Pedro Carreño, "sin duda alguna es en la habitación del naciente en la que más se cuidaron los detalles, pues al parecer era la dedicada a la ermita. En su interior había una pila para agua bendita. Tanto el dintel de la puerta (que está rematado por una cruz) como el de la ventana están construidos en piedra de cantería blanca del país, bellamente labradas con motivos vegetales, de los que se ha llegado a decir que recuerda a la cultura azteca, muy similar a la fachada de la iglesia de Pájara, aunque en proporciones y épocas muy distanciadas".

También contaba con una decoración esgrafiada a lo largo y ancho de sus alzados, lo que le daba un valioso aporte decorativo que desapareció durante su restauración.

Una de las grandes aportaciones que aquellos vecinos de La Oliva hicieron a su ermita fue la de adquirir una talla de la virgen de Candelaria que fue objeto de culto durante casi doscientos años hasta que se construyó la nueva iglesia parroquial, nacida para sustituir a esta ermita a finales del siglo XVII. Entonces y en un alarde de adaptación a las nuevas modas se sustituye la vieja y magnífica imagen por otra. La figura actual que se encuentra en la iglesia parroquial de La Oliva tiene gran similitud con una imagen de la Virgen del Tránsito que se encuentra en el convento de Las Catalinas en La Laguna.

La talla más antigua

Aquella primera virgen de La Candelaria, que puede tratarse de la talla más antigua que haya llegado a las islas, apareció muchos años después escondida en la torre de la iglesia parroquial cuando unos operarios hacían limpieza. A esa hermosa figura, de 78 centímetros de alto y con algunos daños importantes, le falta uno de los brazos, permanece a buen recaudo en la sacristía del templo.

Una vez que se produjo este inesperado descubrimiento llegó la sorpresa. Pedro Carreño, gran defensor del patrimonio majorero, contrastó con el restaurador Julio Moisés la singularidad de la obra, coincidiendo que se puede tratar de una pieza que llega a la isla a finales del siglo XV.

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