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Análisis

Puerto Cabras y don Teófilo Martínez de Escobar

Al sacerdote se debe el inicio de que la capital cambiara su antiguo nombre por Puerto del Rosario | Se trasladó a Puerto Cabras para crear la Parroquía de El Rosario

El sacerdote Teófilo Martínez de Escobar. | | LP/DLP

El pasado mes de febrero se cumplieron 110 años de la muerte del virtuoso sacerdote, Teófilo Martínez de Escobar, y es a quien, en cierto modo, se debe el inicio de que la capital majorera cambiara su denominación por Puerto del Rosario, a pesar de la serie de especulaciones que se han vertido en este sentido.

Biografiando brevemente a este singular clérigo nacido en Vegueta en 1833, recordaremos que se ordenó a los 25 años de edad. En su juventud se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, en cuya ciudad fue profesor del colegio de San Fernando impartiendo clases de Latín, Francés, Griego, Geografía, Historia, Retórica y Poética. Posteriormente marchó a Cuba en donde desempeñó la cátedra de Metafísica en la Universidad de La Habana, de la que llegó a ser el mejor decano que ha pasado por sus aulas. Al terminar su labor universitaria regresó a Gran Canaria, colaborando activamente con El Museo Canario, del que fue presidente y al que donó su importante biblioteca y varios objetos de valor.

Nieto del famoso escultor guiense José Luján Pérez, y hermano de los célebres patricios don Amaranto, abogado, escritor y poeta, y don Emiliano Martínez de Escobar, sacerdote, de nuevo en la isla comenzó a desempeñar su meritoria labor sacerdotal. Primeramente estuvo adscrito a la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, posteriormente fue teniente cura de la parroquia de Nuestra. Sra. del Pino de Teror, y por último logró trasladarse a Puerto Cabras para crear la parroquia de Nuestra Señora del Rosario.

Parroquia fundada en 1906

Esta arraigada advocación mariana de la Virgen ya estaba entronizada en la isla desde principios del siglo XIX, cuando doña Teresa López de Martos, una dama peninsular, la trajo de Andalucía y la colocó en un almacén cedido en 1812 por José Francisco Velázquez en la calle de la Marina (hoy Gobernador García Hernánez) que haría las veces de ermita, y que será luego custodiada por la popular tabernera de aquel puerto, María Estrada. Y fue a partir de 1845 cuando el pueblo exigió la creación de una parroquia independiente de la de Tetir, pero este empeño no se pudo conseguir hasta que en 1905 llegó el ilustrado y longevo don Teófilo desde Las Palmas para fundarla. La primitiva imagen será luego sustituida en 1845 por una nueva talla que donó el terorense avecindado en Tetir, don José Cristóbal de Quintana.

Con la creación de la parroquia, el máximo anhelo del nuevo párroco era sustituir de inmediato la toponimia de Cabras de aquel puerto por el de la intitulada Patrona de la localidad. Al sacerdote le pareció un nombre inadecuado y se quería eliminar para que el pueblo se pusiera a la altura de los tiempos introducidos con el nuevo siglo. La oportunidad le va a ser propicia al cura cuando unos meses más tarde, en marzo de 1906, visitó la Isla el rey Alfonso XIII.

Durante el encuentro de don Teófilo con el monarca, el sacerdote aprovechó la visita para exponerle al soberano su deseo, que hizo extensible al del resto de la población. Don Alfonso XIII, que pocas semanas después iba a contraer matrimonio con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, con el mayor desparpajo, típico del Borbones, le espetó al clérigo: “Si en vez de Puerto del Rosario quiere usted que se llame Puerto Victoria, en este mismo momento firmo el real decreto”. Pero el cura no se arruga ante la solemnidad del acto y con gran respeto le contesta al rey: “Lo siento, Señor, pero no puedo aceptar esa sugerencia porque el pueblo desea que el nombre sea el de nuestra Patrona”. “Entonces, –le dice el joven monarca– pues pidamelo por conducto reglamentario y espere a que se pronuncie mi consejo de ministros”.

Medio siglo de espera

Va a transcurrir medio siglo para que se vuelva a tratar el tan anhelado tema de la sustitución, porque no será hasta el 27 de mayo de 1955, cuando en sesión plenaria presidida por el alcalde y ocho concejales se adoptó el acuerdo para el cambio definitivo, decidiendo la corporación que en lo sucesivo la capital majorera se denominara Puerto del Rosario. El expediente, incoado por el ayuntamiento de Puerto de Cabras, fue aprobado por el Consejo de Ministros del 16 de marzo de 1956, expresando el texto del Ministerio de la Gobernación “que el nombre actual es considerado un vejamen de tipo permanente que se presta a la ironía que humilla y expone a las continuas burlas de los que visitan el lugar, siendo justificado el cambio de nombre que se propone, por el de Puerto del Rosario, ya que, siendo la Patrona del Pueblo la Santísima Virgen del Rosario en quien todo el vecindario tienen depositada su fe, es perfectamente consecuente la nueva denominación que se propone”.

Como llegó a decir el versado articulista Vicente M. Encinas, no tenemos que añadir comentario alguno. Así se hizo y así está escrito en la más alta magistratura del Estado, aunque no todos los majoreros estuvieron y están aún de acuerdo. Y hay parroquianos devotos de la Excelsa Patrona que sugieren que tal vez los tiempos que se avecinan reivindiquen el nombre primitivo, ya que el lugar aún tiene impregnada la esencia de la mayor parte de la historia de Fuerteventura. Así lo llegó a exponer en una ocasión el entonces alcalde, Eustaquio Santana, al preguntarle un periodista si era partidario del cambio de nombre. Entre otras cosas, el edil municipal majorero indicó “que si llegase el momento de plantearse este asunto habría que estudiarlo con profundidad y celebrar un referéndum municipal e incluso insular ya que se trata de la capital de la isla”.

No hay que olvidar, que hubo islas del Archipiélago que se llamaron en la antigüedad Capraria, nombre genérico que se deriva de la palabra latina que significa “perteneciente a las cabras” y, aunque no todos estén de acuerdo, la deformación fonética de esta etimología es hoy hipotéticamente el nombre de Canarias. Los canes nada debieron de tener en este asunto, aunque Plinio el Viejo, que no era un geógrafo viajero, sino un compilador de fichas recogidas en varias lecturas, dijera desde la lejanía que el nombre de nuestras islas se relacionaba por la cantidad de canes de enorme tamaño. El escritor naturalista y militar romano del siglo I debió de confundir los mamíferos carnívoros con los rumiantes ovinos que abundaban desde lejanas memorias en Fuerteventura, por la sencilla razón que los primeros apenas podían alimentarse, mientras que los incontables herbívoros se podían sostener con los extensos mantos de hierbas, forrajes y plantas que crecían por todos los rincones de las islas.

Y ya que hablamos de este noble animal, no estaría de más recordar que el apellido castellano más antiguo establecido en Canarias es el de Cabrera, llegado de Andalucía con los primeros Señores propietarios de las islas realengas, que también trae sus legendarios orígenes de estos mamíferos. Una cabrera era sinónimo antiguamente de un recinto o corral de cabras, como lo acredita su escudo de armas, aunque actualmente la Real Academia de la Lengua Española le da de significado “pastor de cabras” o “ la mujer del cabrero”.

Así que no se cabree nadie que la historia, es la historia.

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