La Gran Canaria de 1946 vivía todavía momentos de rigor y escasez, de histrionismo patriótico y ajustes de cuentas. Un tiempo en blanco y negro saturado de yugos y flechas, y un denso caminar de grandes necesidades. A falta de diarios locales, el periódico La Falange se erigía como principal aglutinante de noticias. "Con gran recogimiento e íntima emoción", la Falange de Las Palmas conmemoraba en esos días el X aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera. Los actos de ese año revistieron un gran simbolismo, ya que los "camaradas" de toda la provincia se concentraron en la Cruz de Tejeda. Nada hacía presagiar entonces que aquellas primeras lloviznas que deslucieron el patriótico acto se convertirían en cuestión de días en el mismo diluvio.

A las once de aquel sábado 30 de noviembre de 1946, después de una mañana nubosa, se precipitó sobre Tejeda uno de los más torrenciales aguaceros de los últimos años. Hasta las tres de la tarde aún no había cedido la intensidad de las lluvias. Las aguas causaron estragos en diferentes lugares del pueblo, donde cundía el desconcierto y el dolor.

Una nube negra se puso sobre la Casa de la Huerta y descargó con fuerza toda el agua. El barranquillo se convirtió en un caudaloso río que arrastraba personas y objetos domésticos, sacados violentamente por la fuerza de la corriente.

Desde ese mismo día, Tejeda se convirtió en el centro de atención y recepción de la solidaridad de toda la isla. Se trataba del temporal más grave que habían sufrido sus habitantes, al menos durante el siglo XX. Seis de sus hijos perecieron entre el lodo.

La noticia trascendió nuestras fronteras. El gobernador civil, José María Olazábal, envió desde Madrid el siguiente telegrama: "Informado catástrofe Tejeda ruéguele exprese mi sentimiento a damnificados significándole me ocupo obtener ayuda Gobierno que se precise. Salúdale. Olazábal".

Tan pronto se tuvo conocimiento en la ciudad, el gobernador interino, a la sazón, secretario del Gobierno Civil, el señor Gamarra, organizó sobre la marcha una expedición de socorro, con el médico de la beneficencia, Armando Torrent, practicantes, botiquín de urgencia, una sección del Cuerpo de Bomberos de Las Palmas, víveres, ropa y hasta el consuelo de un grupo de monjas de la caridad. En el mismo carro de los bomberos viajaban también el sargento Angulo y el arquitecto municipal, el señor Cardona Aragón.

Los expedicionarios no pudieron pasar de la Cruz de Tejeda por hallarse cortada la carretera, por lo que los bomberos tuvieron su primera y ardua tarea antes de llegar al pueblo: despejar la vía de piedras y tierra que habían arrastrado las aguas. La lluvia torrencial inundó varias casas del pueblo. Para evitar daños mayores y dar salida a las aguas que se remansaban, amenazando con inundarlo todo, fue preciso hacer volar con dinamita un trozo de muro de la vieja carretera.

Segundos antes de la tragedia, Rosario García Lorenzo, de 42 años, guisaba la leche. Su marido había salido temprano para Arucas a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, ya de tardecita, se había quedado sin gran parte de su familia. El vecino José Díaz fue a recogerlo con su camión a la Cruz de Tejeda.

Escenas dramáticas se registraron en aquel pago. La torrentera arrastró a siete miembros de esta familia y el rescate de algunos sólo fue posible con el concurso de un grupo de voluntarios que generosamente desafiaban la furia de las aguas.