Los clientes más antiguos de Víveres Martel aún pueden pedir un fiao en las compras de fin de mes o cuando no han tenido tiempo de pasar por el cajero. A priori, parece que es la única ventaja de las vetustas tiendas de aceite y vinagre respecto a los grandes supermercados, pero hay más. Por ejemplo, encontrar una selección de quesos del país, unas lentejas de Lanzarote o una pastilla de jabón suazo.

"Aparte de eso, lo más importante es el trato personal, aquí se mantiene el contacto directo con la gente y es una pena que todo esto desaparezca". Juan Martel Alayón lo afirma con pesadumbre porque sabe que cuando él se retire pondrá punto y final a la pequeña historia de esta tienda de la calle Armas, en pleno casco histórico de Vegueta. La fundó su padre, Antonio Martel Martel, en 1936, antes de empezar la Guerra Civil, y ahí sigue 75 años después. Solo se han cambiado algunas estanterías en el almacén porque la madera se picó. El resto está igual.

Esta tienda fue elegida ayer por Inés Jiménez, consejera de Industria del Cabildo de Gran Canaria, para presentar un estudio de la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (Fedac) sobre el comercio tradicional en la Isla, que revela que aún existen unos 300 establecimientos, de los que 80 están dentro de la categoría conocida como tiendas de aceite y vinagre.

El nombre, recordó Inés Jiménez, procede de la costumbre antigua de dividir los comercios en dos partes: en el lado del aceite se vendían los alimentos, mientras que en la del vinagre se instalaba una cantina para que "los hombres se echaran los pizcos". Las costumbres han variado y ya no se sirven bebidas, pero el resto sigue igual en muchas de estas tiendas repartidas por toda la Isla, con las estanterías atiborradas hasta el techo con todo tipo de productos.

"No solo se vendían comestibles y granos, también había herramientas de ferretería, tejidos, calzado, loza, productos de limpieza o material escolar; y sobre todo era un lugar de encuentro", resaltó la consejera. Hasta la fecha, pues el trabajo de campo aún no ha finalizado, se han inventariado más de 300 comercios, de los que 169, el 55 % del total, corresponden al grupo Venta de Productos. En este apartado, precisó, merecen mención especial las denominadas tiendas de aceite y vinagre. "Existían diferentes tipos, dependiendo de si vendían sólo productos de primera necesidad, denominados abacerías, si eran de aceite, vinagre y jabón o si pertenecían a la categoría de ultramarinos, pues vendían todo tipo de productos y hasta se atrevían con la venta al por mayor".

Ese era el caso de Víveres Martel, rememoró ayer su propietario, cuando le llegaban pedidos de toda la ciudad y cargaban un camión de reparto "que llegaba hasta San Mateo".

El estudio de la Fedac también cataloga 22 Talleres, divididos entre imprentas, zapaterías, sastrerías, relojerías, ebanisterías, tapicerías, talleres mecánicos y las dos partidoras de almendras existentes en Tunte, en San Bartolomé de Tirajana, y Valsequillo. En el apartado de Servicios son 100 comercios, que equivalen a más del 33 % del total, entre los que están barberías, restaurantes, cafetines, bares, pensiones y sociedades recreativas y culturales. El grupo menos numeroso es el de Venta Ambulante, con el ejemplo del mercadillo junto a la plaza del Pino, en Teror, sustentado principalmente en la venta de productos alimenticios como turrón tradicional, jarea, castañas, pan, dulces, queso, bocadillos de chorizo y helados.

Los municipios de mayor población, como Las Palmas de Gran Canaria y Telde, son los que conservan un número mayor de estas tiendas. En la capital, los barrios de Vegueta, La Isleta o Triana dan muestras de esta pervivencia. En Víveres Martel, en los diez minutos que duró la presentación, entraron media docena de clientes. Ninguno pidió el fiao.