Tres días de hielo son suficientes para iniciar un tejido empresarial en condiciones. Ayer, con la isla entrando en estado de sorbete, más líquida y menos cremosa, la parte más alta de la isla ofrecía mucha menos nieve, a cambio de un surtido catálogo de productos alimenticios, de tal forma que se podía volver a casa con un muñeco en el capó y una compra de fruta y verdura -fresca, fresca-, en el portabultos.

Chiringo Chan Chan, Piñas Asadas Falo, Don Bocata Ice-Cream, o Frutas y Verduras de Diego Sarmiento eran parte del corredor comercial que se colocaba en el zaguán de la vía de acceso al Pico de las Nieves, convertida desde el lunes en un paseo peatonal cerrado al tráfico y con vistas al nevero. Pasada la euforia y el enrale inicial por el acontecimiento meteorológico ayer la visita a la zona cero de hielo era sosegada, con pachorra, sin atascos y con características propias del garbeo por el parque y la compra en el centro comercial que la de acudir a investigar el fenómeno de la meteorología.

Otra cosa era los trabajos que vivían el empresariado local. Rafael, Falo, Santana, con su hijo Guillén, se emplantanó con dos parrillas con su compresor de aire a manivela. Con solo dos grados a las siete de la mañana abría su establecimiento con 200 piñas gordas. A mediodía había despachado la mitad, lo que sirve de baremo de la menor asistencia al mundo corneto interior. Alejandro Ramírez, del ya casi mítico Chiringo Chan-Chan, y que se encuentra en cualquier acontecimiento anómalo de la isla interior, se ha dado un tute desde el lunes en formato maratón.

Cada vez que se le acaba la mercancía baja a Teror a reponer y seguir. Hasta las dos de la mañana estuvo el miércoles para cuatro horas después volver a repartir chocolate caliente, tongas de donuts y bocadillos de chorizo, por supuesto, de Teror. Alejandro Ramírez abría a las seis de la mañana "y ya había gente, de verdad", pero ni un grado centígrado: "Es que estábamos a cero".

Un cero que mientras pasaban las horas subía mucho. Los manchones, cada vez más escasos entre los pinos, eran ahora el objeto codiciado. Cada vez que se avistaba uno, familias y parejas se plantaban encima para una foto, para la bola o para resbalarse acelerando sin querer el calentamiento insular.