La basílica del Pino ofrece cada principios de septiembre un milagro en directo: la bajada de la Virgen del Pino, un acontecimiento en toda regla de añusgamiento, suspiro y alguna lágrima.

Son doce minutos de descenso desde el camarín a su trono de paseo, pero intensos para los que van a pagar la promesa en una mayor intimidad que en la romería o el día grande.

Tras la misa de las siete y media, y sobre un mar de tules blanco, la imagen baja a tierra. Pero no siempre lo ha hecho igual. José Luis Yánez, cronista de Teror, tiene por escrito que tras estrenarse el actual templo en 1767 el camarín quedó un nivel por encima de la feligresía. En los primeros años se realizaba el descenso por una escalera, fuera de plano y ante la dificultad, en 1786 se emplearon unas poleas para sortear la vertical hasta que en 1927 llegó el párroco Antonio Socorro Lantigua, y mandó parar. Fue Agustín Alzola y González-Corvo, "veraneante en la villa", matiza Yánez, el que ingenió un revolucionario mecanismo que encargó ejecutar al carpintero Manuel Henríquez Yánez. Henríquez montó dos carriles, unos cabos, y una polea de carraca y linguete y lo que desde siglos fue un simple traslado en 1928 tornó en fenómeno.

El chisme oculto por las flores, las gasas y el propio manto, y la atmósfera, la expectación y el lentísimo bajar da forma al portento. La iglesia se llena y rebosa por la plaza del Pino y la calle Real, creando en esta última una hilera de público que se arrima a estribor para tratar de captar un instante del prodigio colando la vista por el zaguán a decenas de metros.

Todo esto hoy, en Teror, tras la misa de la siete y media de la tarde. La próxima gran cita con la patrona, el miércoles 7 de septiembre, con la romería que parte del Castañero Gordo a las cuatro de la tarde y el 8, día grande, con su desfile y recepción de autoridades.