El otro 11-S, el de La Aldea, es el reverso de la moneda, la cara de la alegría. Los aldeanos compensan su lejanía del resto de la isla con cuatro días de fiesta hasta que el cuerpo aguante, y donde El Charco es sólo el punto y aparte hasta la subida de la rama del próximo fin semana. Ayer, además, fue un día perfecto. Amaneció soleado, pero con la brisa apropiada para no sucumbir al calor en el baile del muelle. Allí empieza todo, tanto para los que vienen de amanecida desde los chiringuitos del pueblo como para los que llegan frescos desde sus casas. Son dos horas con la Banda de Agaete a trapo bajo y la tentación de saltar al agua. Pepe Marrero lo hizo en varias ocasiones. Es algo normal, salvo que se lleve un traje negro de alpaca, que mojado pesa veinte kilos. "Estás sudando", le decían con sorna cuando volvía al baile.

Si hay fuerzas, el siguiente paso es tomarse unos botellines de cerveza en los bares de la playa, pues luego espera el chapuzón para refrescar el cuerpo y la gran comilona bajos los pinos del parque Rubén Díaz.Allí se refugian las familias aldeanas y forasteras, los grupos de amigos y algunos turistas despistados que no dejan de sorprenderse a cada minuto. En una las mesas se plantaron ayer los hermanos Bolaños Almeida, del barrio aldeano de El Polvorín, y no soltaron las guitarras hasta la hora de correr para El Charco. Hay quien echa la siesta, pero es difícil distinguir quién se ha echado un rato a dormir y quién ha caído rendido del cansancio. A las cuatro y media comienza el lento peregrinar hasta la orilla de El Charco y las cinco llega la explosión de alegría. Hay quien sale bailando del agua y no se quita la sonrisa en varios días.