- ¿Por dónde llegó el cura Jorge Hernández Duarte a este mundo?

- Por Caracas. El 26 de septiembre de 1955. Soy hijo de inmigrantes, pero en Venezuela estuve solo 17 meses porque volvimos a La Palma. Soy palmero de abuelos, bisabuelos, tatarabuelos...

- Ah. ¿Y qué hacían sus padres tan lejos?

- Mi padre era carpintero. Un muy buen carpintero.

- Como Jesús.

- Y se llama Jesús, mi padre.

- ¡No!

- Sí.

- ¿Y su madre?

- Ama de casa. Muy inteli-gente, pero la vida no le fue propicia. En aquella época pesaba el hecho de ser gente republicana, y son conceptos que en la posguerra condicionaron que las cosas no salieran muy bien.

- ¿Por eso emigraron?

- No, por comida. Luego mi padre, cuando yo tenía ocho años, nos reclamó desde Argentina, donde nació mi hermana. Tengo dos hermanos más y dos sobrinos. Tres años des- pués volvimos a La Palma y a los 13 ingresé en el Seminario de Tenerife.

- ¿Por qué la ocurrencia?

- Cuando era pequeño siempre dije que de grande quería ser cura. Formaba parte de mi vida familiar, que es profundamente religiosa. Además tengo un tío cura que quiero muchísimo.

- Y allí triunfó

- La verdad es que allí las cosas no fueron bien, que digamos.

- Era hippi, confiéselo.

- No. Más que hippi intentaba vivir mucho fuera del seminario. Tenía mucho contacto con la Universidad de La Laguna e inquietudes sociales y políticas de izquierda.

- Hummm.

- Sí, sí, era un poco rojo. Y eso no encajaba muy bien. Pero agradezco a Dios el haber salido del Seminario. Dentro maduras mucho, te enseña a mejorar con la oración y la reflexión. Me generó ese hábito que no tengo boca para agradecer. Pero en la inteligencia emocional era pobre, desconectado con el mundo afectivo. Salir de allí me conectó al mundo real, a todos los niveles.

- No me diga que un cura también puede ser divertido.

- Yo creo que soy un cura divertido. Lo contrario es dar una imagen equivocada de Dios.

- La iconografía religiosa vende un dramón tenebroso.

- Tengo el convencimiento de que Dios no es así, porque nos alegra la vida. Creo en la ternura de la misericordia. Aquel Dios que decían, con un ojo en un triángulo que anotaba todos mis pecados y luego pasaban por una pantalla en el día final. Qué vergüenza, verte tus pecados en pantalla.

- Y la amenazante barbacoa del infierno, ¿qué me dice?

- (Ríe) El Dios del miedo se me fue. No creo en el Dios del castigo, sino en el Dios de Jesús. Y en ese sentido hemos perdido a un gran personaje, lo hemos abaratado, convertido en juez, cuando transparenta a un Dios cargado de ternura.

- ¿Cómo cree que encaja este Dios de misericordia con el desastre que está cayendo?

- La única forma de la que actúa Dios en el mundo es por medio de las personas. Nos invita a que seamos los que multipliquemos los panes y a que seamos capaces de distribuirlo. Dios no nos va a sustituir nunca y yo no quiero que nos sustituya.

- En eso está usted, multiplicando, como un ejecutivo caído del cielo. Que no le para de sonar el teléfono.

- Uno utiliza las técnicas modernas que tiene a mano, el móvil, el Facebook, lo que sea, porque tengo que transmitir el mensaje y uso todos los medios. Pero no tengo yo pinta de ejecutivo, pero tengo que ejecutar.

- Yrichen. ¿Por qué se llama así su obra? ¿Es un acrónimo?

- No, no. Fuimos como parroquia a buscar una subvención y como por parroquia no nos daban nada, decidimos buscarle un nombre. Cuando llegué a casa mi amigo Serafín había oído la palabra yrichen, que significa espía, en guanche. Y como pensábamos hacer un ramillete de acciones, casi como los espías, salió de ahí. Pero nos ha costado que cale porque es complicado, pero lo ha hecho en la sociedad canaria y cada vez es más conocido.

- ¿Cuál fue el día 1 de la fundación?

- Se funda en 1989 en la parroquia de San Isidro, de La Pardilla y Las Remudas, Telde. Allí había un grupo de chicos, en una época en la que la heroína y el hachís hacían estragos. En los sótanos de la parroquia con una médico, una sicopedagoga, un chico del barrio y voluntarios los tratamos. Rápidamente teníamos a 20 ó 30 personas que querían desengancharse.

- ¿Así, sin más?

- Al principio no teníamos ni idea. Sabíamos muy poco, pero empezamos a aprender muy rápidamente, a hacer pequeñas terapias y con el primer dinero que conseguimos pudimos contratar dos personas, para seis meses. Trabajaban seis meses y se quedaban seis meses el paro, pero seguían trabajando todo el año. ¡La generosidad de la gente es extraordinaria!

- ¿Y ahora qué es Yrichen?

- Tenemos 29 personas contratadas, 60 voluntarios que atienden a unas 660 personas, con problemas de drogas, y también mimamos a sus familias.

- Pero esto es una pyme.

- Casi, casi. En 2003 el Ayuntamiento de Telde nos cedió un edificio y tenemos una de las mejores infraestructuras de Canarias. Un piso para el apoyo al tratamiento, una planta de talleres, una parte ambulatoria, una programa para menores muy importante, una farmacia donde se elabora la medicación y una analítica. Y vendrá más..., si nos permiten seguir abiertos.

- Es de suponer que con la bonita crisis que está cayendo se les pongan las cosas más difíciles, justo cuando debería ser al revés.

- Cada año nos quitan en torno al 6 % de subvenciones. Este año más. Y sí. Debería ser al revés, pero las oenegés como la nuestra no son valoradas por la Administración. Somos de las que buscamos financiación propia, y en este aspecto nos sentimos castigados. Hay muy pocas que tengan este número de voluntarios, y somos reconocidos con premios y homenajes, pero este reconocimiento no se ve reflejado en los presupuestos.

- ¿Es cierto que con la crisis hay más drogodependencia?

- La crisis cambia los perfiles. Antes había muchísima gente con problemas con la cocaína que ahora se estabiliza, pero remonta la heroína. La primera es la droga del éxito y la segunda desconecta del exterior. Pero todas son muy dañinas. No hay una más que otra. Es una química que daña el cuerpo.