Llega la Navidad y con ella el balance de todo un año, cuando no de toda una vida, dependiendo de cómo le haya ido a cada cual y de cómo haya sabido, o podido, resolver las diferentes situaciones, hasta ser conscientes de seguir vivos y estar aquí, con la que dicen que está cayendo. Ese resumen me transporta a los años cincuenta del siglo pasado cuando el cambio económico del modelo agrícola al turístico ya se vislumbraba y el calendario laboral, el escolar y el litúrgico se confundían entre sí hasta tal punto, que parecía que el último de los tres determinaba el devenir de nuestro país. Seguramente por eso la Navidad comenzaba cuatro domingos antes de la Nochebuena ya que, a falta de otoño, a Gran Canaria llegaba el tiempo de Adviento.

Entonces a la escuela también se iba los sábados por la mañana, con el objetivo de copiar el Evangelio y el dibujo sencillo que a toda España le marcaba la Enciclopedia Álvarez. De esta manera comenzaban los Cuatro Domingos de Adviento con el anuncio de la llegada del fin del mundo y las señales prodigiosas, que anunciaban la llegada del Hijo del Hombre sobre una nube a juzgarnos, rivalizando en teatralidad con el segundo de aquellos domingos donde Juan el Bautista, anunciaba la venida de un Mesías, que desataba la psicopatía de un rey que ordenaba matar a todos los inocentes.

Entre tanto, las primeras lluvias habían llegado, corrían los barrancos por San Andrés y la isla había cambiado la tonalidad terrosa del paisaje por un manto verde, que era el modelo de belén que todos queríamos imitar en nuestras casas. Con la aparición del arco iris quedábamos todos convencidos de que no habría diluvio universal, ya que así lo aseguraba la lección de Historia Sagrada de los jueves por la tarde que el Régimen y las orientaciones pedagógicas aconsejaban.

Así hasta llegar a Santa Lucía, fecha en la que conmemorábamos el día de la Higiene Ocular y sembrábamos la avena, el alpiste o el trigo en aquellas cajitas de madera, reservadas para la ocasión, en las que venía envasada la conserva de membrillo de las fábricas Tirma o Intercasa. Andado el tiempo, el ciclo de plantación y crecimiento de las gramíneas, vino a coincidir con la llegada de la Lucía Sueca, que el turismo trajo hace ahora cuarenta y siete años desde Luleá, en las gélidas tierras escandinavas y que aún continúa celebrándose gracias al Patronato de la Luz.

Tres días después de Santa Lucía, comenzaban las nueve misas de la Luz que, supuestamente, simbolizaban el ciclo de gestación de la Virgen María y con ellas los villancicos; fueron muchos los años en que "Los Peces en el río" junto con "La Marimorena" encabezaron el hit parade, sin que por ello Juan el Bautista perdiera comba alguna en su protagonismo, pues el Tercer Domingo de Adviento tomaba cuerpo y voz a través del cura que, con gran histrionismo, decía desde el púlpito: 'Yo soy la voz que clama en el desierto; enderezad los caminos del Señor' ¡Y bien que nos enderezaban!... todos presentes y atentos en misa para responder el lunes al maestro, el color con el que iba revestido el cura; todavía recuerdo con simpatía las travesuras de cuando alguno le soplaba al que no había asistido, un color diferente al verde? lo que le costaba una semana sin recreo al ingenuo de turno.

Llegado el Cuarto Domingo de Adviento ya estaban en el ambiente la Navidad y las vacaciones, era el momento de trabajar a destajo en la construcción del nacimiento familiar, que era lo que se hacía en los pueblos, a diferencia de Las Palmas capital, que hacían lo mismo pero le llamaban belén. Y mientras la avena, el alpiste y el trigo crecían, íbamos acarreando las piedras volcánicas y las tierras de colores, dejando para el final la flora autóctona y las plantas acuáticas y de humedales. Sabíamos lo esencial de un nacimiento: el Misterio en la cueva, porque lo del establo lo incorporamos más tarde, la Anunciación a los pastores con el rebaño de ovejas, el pueblo, los Reyes Magos y un puente con un río que siempre supuse que era el Jordán, donde bautizaban porque, si bien nos sobran barrancos, lo que se dice ríos en Gran Canaria, nunca tuvimos.

En el Agaete de mi infancia y supongo que en el resto de los municipios de Gran Canaria, paralelamente al nacimiento familiar se construían el de la escuela y el de la iglesia, presidido este último por un mural espectacular en dimensiones y colorido pintado por Pepe Dámaso, que cubría el retablo del altar mayor y que recreaba el paisaje de Agaete, su Valle y las montañas de Tamadaba. Siendo adolescentes restauramos los rotos por el paso del tiempo, hasta que en la década de los setenta, una mano hacendosa lo arrojó al barranco por aquello de la renovación mal entendida. De todos aquellos nacimientos familiares del Agaete de mi infancia y adolescencia, siempre destacó el de Pedro Armas Boza, que miren por dónde andando las décadas, la Asociación de Belenistas de Gran Canaria lo acaba de nombrar "Primer maestro belenista" título que le viene muy merecido por su saber y constancia; sus nacimientos nunca fueron convencionales, lo que motivaba la pregunta del millón, que hacían los visitantes al no ver el sendero real por donde debían transitar cada día los pastores y pastoras en su camino hacia el portal: ¿por dónde baja ese pastor?

En aquel belén que era la Gran Canaria de la década de los cincuenta y sesenta, no había la facilidad de desplazamiento que existe hoy y se vivían dos Navidades diferentes, una navidad rural como la que les cuento, extensible a cualquier municipio de Gran Canaria, donde los nacimientos se construían con los materiales propios del lugar como son las piedras, tierras y flora y otra navidad urbana donde los belenes se construían a base de papel, corcho y serrín. Pero hubo y hay un belén que desde mi punto de vista representaba la síntesis de esas dos navidades: el belén del Parque de San Telmo, que por su ubicación y materiales rurales usados en su construcción, siempre fue el más visitado por la gente de los campos en sus venidas a la capital y por la gente de la capital por el contraste que suponía con el de sus casas. Tanto en la época en que los coches de hora paraban en Camino Nuevo, actual calle Bravo Murillo, como en el Hoyo -hoy Estación de Guaguas- el belén de San Telmo fue el reflejo del paisaje de las medianías y punto de encuentro de la dualidad que aún sigue siendo Gran Canaria, rural y urbana.

De aquellos coches de hora descendían en vísperas de Nochebuena las lecheras y las cestas de las fincas de Agaete con frutas, queso, café, miel, mantequilla envuelta en una hoja de ñamera, baifos y gallinas ya preparados para cocinar, todo ello con destino a las casas señoriales del barrio de Vegueta y a los barrios populares del Refugio y la Isleta, donde estaba afincada la mayor colonia de gente de la Villa. También llegaban las cajas con la repostería en la que destacaban las truchas de batata y cabello de ángel, que son el dulce rey de la Navidad en la isla y el licor de naranja del Valle de Agaete, cuya obtención convertía las cocinas familiares en auténticos talleres de alquimistas.

Valga que hoy nadamos en la abundancia y hay quien celebra la Nochebuena con pavo, besugo y repostería con edulcorantes y conservantes, pero la época de la que les hablo, era la de una buena sopa de gallina o de pollo con buenos garbanzos puestos en remojo la noche anterior, pimiento y hierbahuerto, la del baifo o cabrito -antes embarrado, ahora en adobo- a lo que se sumaba en los postres la repostería mencionada y el brindis con vino abocado -media de dulce y un cuarto de blanco- o una copita de anís, ron con miel o licor, servida en el juego de vasos a los que pasado el tiempo llaman chupitos, pero que tanto ahora como antes, con dos o tres vasitos te ponías a tono y acababas cantando la tan socorrida 'Campana sobre campana'... eso sí, quedando todo en casa que no había motivos ni razón para dar que hablar con dos copas de más, no por aquello de conducir borracho -que casi no había coches- sino por el qué dirán de los vecinos, que si te cogían, podías perder todos los puntos en una noche.

Hubo un momento de modernidad mal entendida en la que el árbol de navidad desplazó al belén, el roscón de reyes casi desplaza a las truchas y el Papá Noel lo intentó, pero no logró desplazar a los Reyes Magos, con quien acabó conviviendo por instrucciones de los mercados financieros y no había crisis. Superada aquella racha que para unos es religiosa, para otros artística, para muchos puramente sentimental y para otros muchos algo a desechar, resurgió la tradición belenista y se ha convertido en motivo de visitas y rutas por toda Gran Canaria, para ver y disfrutar del buen hacer de unos artistas cuya época de expresión es la Navidad y cuyo producto se llama belén o nacimiento, síntesis de todo un cúmulo de vivencias a las que se han ido sumando nuevos materiales aparecidos en el mercado, el estudio exhaustivo de la liturgia, la historia del arte y del vestido, la geografía del paisaje y por supuesto, la arquitectura y la perspectiva; belenes a los que se han ido añadiendo escenas y secuencias que han venido a complicar cariñosamente la visión de quienes aún continúan preguntando ¿ por dónde baja ese pastor?

Hoy recordamos con humor la Enciclopedia Álvarez, aquellas Navidades y aquel Árbol de Navidad gigante que, enviado desde Escandinavia, lucía en la Playa de Las Canteras. Un tiempo que no fue ni mejor ni peor, sino simplemente diferente y que al igual que los cumpleaños, sirve para que hagamos un alto en el camino compartiendo momentos, mesa, mantel y tertulia con la familia, las amistades y también con los compañeros de trabajo, a pesar de todo, y a sabiendas de que nadie nos prohíbe que lo sigamos haciendo cualquier día del año cuando nos venga en ganas, lo importante está en sonreírle a la vida para que ésta nos sonría y para saber que nunca es tarde para creer en los Reyes Magos y tener ilusión para continuar moviendo cada día los pastores y pastoras de nuestras vidas, para que lleguen a tiempo a la Nochebuena, o a cualquier día del año, al nacimiento y al belén de la vida de cada cual, como igual espero que siga habiendo niños y niñas, jóvenes y gente mayor que se acerquen a los belenes y que sigan preguntando por muchos años ? ¿ por dónde baja ese pastor?