U n niño grande y una eminencia: escritor, canariólogo, dibujante, actor, un soñador de la vida". James Krüss, (1926, Helgoland-1997, Santa Brígida), nuevo Hijo Adoptivo de Gran Canaria, es uno de los mayores genios de las letras alemanas, Premio Hans Christian Andersen en 1968, el 'Nobel' de la literatura infantil, y merecedor de "todos los demás premios del mundo", según lo define el que fuera su secretario personal, Darío Pérez.

Para entender la figura de Krüss, isleño de nacimiento y vocación, hay que remontarse a su infancia y su pequeñísima isla natal. Helgoland, una rareza geológica del mar del Norte, diana de países combatientes en la Segunda Guerra Mundial, y que sufrió una violencia extrema. Fue allí donde los ingleses detonaron la que sería una de las mayores explosiones no nucleares de la historia, conocida en 1947 como la Big Bang. Pero antes de eso, más de mil bombardeos ya la habían arrasado en abril de 1945. Estos hechos marcaron al autor, pacifista hasta la médula y protector de la infancia. Tras la guerra, estudia magisterio y se traslada a Munich. En 1953 publica su primer volumen ilustrado, pero es con El faro en el Acantilado de las Langostas el que lo encarrila hacia la producción infantil, con un elenco que cubre desde el primario ABC para iniciarse en la lectura hasta series de televisión, en las que llegó a participar como actor, o en espacios radiofónicos y guiones de todo tipo.

A lo largo de su vida escribió unos 300 libros, y vendió y sigue vendiendo millones de volúmenes que han sido traducidos a medio centenar de idiomas, el último en mongol, algo que también se le daba bien al autor, que llegó a hablar nueve, incluido el japonés que comenzó a aprender -solo-, con más de 60 años.

Pero fueron las ganas de calor lo que le trajo a los 28 grados latitud Norte. Y además a otra isla: Gran Canaria. Tras otear el norte de Tenerife, y sentirlo demasiado fresco para lo que buscaba, recala en La Calzada de Santa Brígida, donde se instala en 1966.

Un amor a primera vista. Huye de los lugares turísticos. Al 'niño grande' lo que le sabe es recorrer barrancos y pastorear con los pastores de La Calzada, lo que junto con su baño y pateada diaria, de invierno a verano por Las Canteras, le llena el alma. Pronto se pone a investigar los vestigios arqueológicos. Ofrece charlas en el Museo Canario e interpreta los signos de Balos.

Pero también se deja ver en discotecas o en carnavales. "Le gustaba hacer sus diabluras", ríe Darío. Y se codea con Juan Rodríguez Doreste, o con pintoras como Graciani o Pino Ojeda, y su casa es sede de fiestas de más de doscientas personas, donde pululaban Whisqui, Coñac, Dana o Chulín, sus sucesivos perros a los que adoraba.

Pero de entre todos sus amores, Noelia, hija de una de las señoras que atendía en su hogar. Desde pequeña la tutela, la lleva a su Alemania natal, le enseña el idioma y materializa así de alguna manera su marchamo protector: "Cuando iba a la playa bajaba solo con el bañador y una gorrilla. Yo le ponía dinero por si quería tomarse algo durante el paseo. Se fue a bañar y un vendedor de helados le quitó la gorra. Él lo vio, pero lo dejó marchar. Cuando le recordé que dentro llevaba 2.000 pesetas solo respondió que quizá al de los helados le hace más falta que a mí", recuerda su secretario.

El autor, sin embargo, es apenas conocido en España. Unos cinco títulos han sido traducidos al castellano. Darío Pérez pelea para que el último en este idioma sea reeditado: Las islas felices tras el viento, hoy casi una metáfora de su flamante adopción por Gran Canaria.