Cuando se vio por última vez a Yeremi Vargas el pequeño tenía solo siete años. A medida que pasaban las horas se constataba la gravedad del suceso, y también la incredulidad de un caso que empezaba con el juego en un solar contiguo a la casa de su abuela y de su tía en pleno Vecindario. La movilización fue casi instantánea. Decenas de personas comenzaron a buscar su rastro por las inmediaciones. Luego ya fueron cientos, que se organizaban en batidas que incluía la inspección de pozos y cuevas. Algunas de estas incursiones se tenían que realizar con personal muy cualificado.

El Regimiento de Infantería 50 aportó cien soldados. También llegaban a la isla cuerpos especializados, sin resultado alguno.

Pero mientras seguía el trabajo de campo, eran miles las personas que se concentraban en todas las manifestaciones de apoyo a la familia, y que, a día de hoy, siguen en activo como lo demuestra el concierto celebrado ayer en Vecindario y que si bien se convoca con motivo del quinto aniversario de su desaparición, incluye la reivindicación a Sara Morales, el otro asunto que sigue conmoviendo a la sociedad isleña.

Sus carteles, con las imágenes de ambos, y con números de teléfono para ponerse en contacto con cualquier pista que pueda ayudar a los investigadores siguen colgados, como el primer día, en paredes, columnas y hasta en las lunetas traseras de muchos coches en Gran Canaria. Pero también esos carteles han llegado a lugares insospechados. La propia madre, Ithaisa Suárez, de Yeremi Vargas informaba a este periódico que los carteles han llegado incluso a la frontera de México con Estados Unidos, o que en países como Venezuela pedían su imagen para ayudar en este proceso.