- ¿Toda su familia era de tradición alfarera?

- Sí, eso lo viví desde niña. La mitad del tiempo estábamos en el horno, donde guisábamos el barro y hacíamos la loza. Traíamos la leña de Bandama.

- ¿El oficio lo aprendió de niña?

- Claro. Allí trabajaba mi abuela y la mayoría éramos mujeres de la familia que aprendimos de ella. Yo siempre me ponía alrededor de las mujeres que venían a trabajar. Como era chica me daban un poquito de barro y me decían lo que tenía que hacer. Me gustaba hacer cosas con el barro.

- ¿Ha estado siempre en este oficio?

- Sí, con mi abuela y mi madre. A una hermana mía también le gustaba la alfarería y se dedicaba a eso.

- ¿Ha podido traspasar la tradición del barro a sus hijos?

- Qué va. Ellos se dedican a otra cosa porque esto muy sacrificado y los tiempos de ahora son distintos a los que yo viví. Antes había más necesidad.

- ¿Usted has podido vivir bien como alfarera?

- No, no. Nosotros pasamos muchas penalidades. Íbamos a vender todas las semanas a la plaza de San Gregorio en Telde y para llegar allí teníamos que cruzar andando el barranco. Íbamos caminando cargando todos los utensilios en una cesta. A veces vendíamos y otras cambiábamos cosas a base de trueques. La mercancía que no vendíamos la dejábamos en Telde.

- ¿La familia iba tirando con ese negocio?

- No nos quedaba otro remedio. Teníamos que adaptarnos a lo que teníamos. No había alternativa. ¿Dónde íbamos a trabajar entonces? En aquella época no había trabajo ni nada. Todos en la familia nos dedicábamos a eso, aunque mi marido, como era de Telde no sabía mucho porque allí no había la tradición de La Atalaya. Se dedicaba a guisar.

- La Atalaya es el centro locero más importante de la isla.

- Sí, sí, aquí estaba el centro más importante. Es que aquí hay muy buena tierra y muy buen barro para hacer la loza.

- Este es un oficio mayoritariamente femenino.

- Más bien sí. Los hombres se dedicaban a buscar el barro y la leña, pero las mujeres eran realmente las artesanas que guisaban. Estábamos todo el día dedicadas a este trabajo.

- Cada vez hay menos alfareras.

- Es que es un trabajo duro y sacrificado, muy sucio porque estás todo el día con el barro en la manos y eso no gusta a la gente nueva. Pero es una cosa buena, un buen oficio.

- Ustedes trabajaban en sus casas.

- Sí, en las cuevas que teníamos en casa. Luego íbamos con una cesta caminando a Telde. En mitad del trayecto, estando embarazada de mi tercera hija, rompí aguas y parí allí mismo en el camino. Iba cargada y di a luz en la misma carretera de El Palmital.

- Su vida fue trabajar el barro y traer hijos al mundo.

- Es que no había tiempo para otra cosa.

- ¿Los crio bien a todos?

- Sí, gracias a Dios. Mis hijos nunca se quedaron sin comer. Desde chicos estuvieron alrededor del barro; ninguno siguió la tradición, aunque han hecho sus pinitos y conocen el oficio porque lo mamaron en casa.

- ¿Se jubiló de la alfarería?

- Sí, hace un par de años que ya no me dedico a esto. A los 85 cerré el quiosco. Ahora vivo del cuento, ja, ja.

- ¿Peligra esta tradición?

- Sí, sí, peligra. A la gente joven no le gusta ensuciarse con el barro. Ya no quedan viejos en esto y no hay apenas jóvenes que se dediquen a esto. La juventud no está por seguir la tradición de trabajar la loza. Ya la gente no quiere trabajar.

- ¿Trabajaba todo el día?

- Sí, desde que salía el sol hasta que se ponía. En esas cuevas no había luz y solo se podía trabajar de día.

- ¿Buscaban la leña?

- Sí, teníamos que buscarla para poder guisar el barro. Íbamos caminando a Bandama. La leña era de las parras y los limoneros, sobre todo. Algunos nos cobraban pero otros nos daban gratis la leña. Muchos eran agarradillos.

- ¿Qué loza hacía?

- Hacía muchos bernegales, macetas, platos, calderos, cucharones... La gente se llevaba cosas, pero ahora es más complicado. Mis hijas me han salido muy finas y no le gusta ensuciarse las manos. Yo ya estoy vieja para buscar la leña y guisar el barro.

- ¿Qué le pide al político?

- Que se ocupe más de este oficio y que apoye la alfarería. Ya ni aparecen por aquí. Antes sí venían por el taller y el museo, pero ya nada.

- ¿Ha tenido alguna vez problemas de salud?

- Nunca, nunca. Algún catarro me he cogido y poco más.