Gran Canaria, siglo XIV, a vista de cernícalo es una sucesión de humaceras ascendiendo de los bordes de barrancos, de hilos de aguas que, con mayor o menor fuerza, bajan continuos todo el año. Son cultivos de granos antiguos peinados por las brisas del sureste; o sucesiones de hileras en capas en las que alternan auténticas urbanizaciones de casas de piedra seca con las cuevas naturales que ofrecen los pretiles, como ocurre en Gáldar.

Gran Canaria, siglo XIV, es un abigarrado entramado social organizado alrededor de las fuentes de agua, conectado por caminos que cortan de Norte a Sur la isla por la Trasierra cumbrera, por los que bajan y suben con densidad de acera contemporánea centenares de canarios cargados de vitualla o descargados de visita a un pariente.

Gran Canaria, siglo XIV, no son las toscas muertas ni primitivas que aparenta un yacimiento, sino un potente guineo de trajines, económicos, sociales y religiosos que esos mismos restos arqueológicos están sacando a la luz cada vez con mayor precisión, incrementando exponencialmente la complejidad de una sociedad única, arrasada de un tajo en apenas 100 años.

En ese proceso de torpe desmantelamiento de una cultura de unos 2.000 años de antigüedad se incluyó la rotura sistemática de sus infraestructuras, de sus casas, sobre las que se construyeron las nuevas, de sus albercas y acequias inverosímiles colgadas de los riscos, de sus terrazas de cultivos.

Unas veces para reutilizarlas cambiándoles la morfología, como ocurrió en Gáldar cuando se ocuparon los retales del Palacio del Guanartemato, forrado de madera, para realizar sobre el solar el culto al nuevo santo y otras con ira conquistadora como la entrada del obispo Juan de Frías con el capitán Pedro Hernández Cabrón por las Tirajanas con el obcecado afán de aniquilar personas y santuarios.

Solo dos son las formas de reconstruir lo desastrado. Tirando de crónicas, con la carga de subjetividad de quien monopoliza la escritura, y por la brocha de limpiar de los arqueólogos y cuyas aportaciones, a partir de lo que a primera vista para un profano solo es un terregal salpicado de teniques, o un refugio de cabras excavado en la hondura de un risco, van incorporando pixeles a la gran foto de la Gran Canaria prehispánica, un retrato gigante que poco a poco rompe con la mirada interesada del vencedor para alongarnos a una cultura que se las compuso para sobrevivir y prosperar tras su arribada, con solo lo puesto, desde las costas de África.

José de León Hernández, arqueólogo e inspector de Patrimonio del Cabildo, asegura que cuando los castellanos pisaron la isla "se encontraron la del pulpo". Eran "poblados abigarrados, con una enorme ocupación, con albarradas cerrando bancales de cultivos, albercones de agua y una distribución de población en la isla compuesta por una quincena de guayratos -o comarcas-, cada uno de ellos con personalidad propia en la que los yacimientos van mostrando dónde y cómo enterraban a sus difuntos, la distribución de sus núcleos urbanos, siempre siguiendo una pauta de continuidad". Pero, ¿cómo es posible ofrecer una imagen de la vida cotidiana que abarque tantos aspectos distintos?

Valentín Barroso, también arqueólogo y director de la empresa especializada ArqueoCanarias, sentencia categórico que Gran Canaria es, con diferencia, la isla que no solo atesora un mayor número de yacimientos, sino que éstos comprenden elementos que no se encuentran en el resto de la Comunidad.

Son las cuevas decoradas, como la de Acusa y sus pinturas rupestres, o una cerámica más evolucionada y en ocasiones pigmentada, que contrasta con la sobriedad de sus vecinas. Los matices superpuestos permiten entonces ir escalando en la profundidad del tiempo, como lo haría un telescopio cuyo espejo se va perfeccionando, diseccionando aún más la nebulosa que dejó tras sí el destrozo de la Conquista.

Juncos y solsticios

"Alterarlos es dejarnos amnésicos", se advierte en la Guía del Patrimonio Arqueológico de Gran Canaria, el vademécum de los yacimientos insulares, en la que se ofrece una selección de un centenar de ellos con una información apabullante.

Su lectura -a pie de indicios- es un viaje emotivo que reinventa la percepción de los canarios con decenas de modalidades para confeccionar tejidos, descubrir dónde se hallaron los juncos majados para hacer colchones, o las puertas y vigas de madera; es recrear sus tragedias, como los restos de recién nacidos del Poblado de Cendro, que apuntan a un infanticidio femenino, precursor de un control de la natalidad que no es ajeno a este siglo XXI; los grabados alfabéticos líbico-bereberes de la cueva de Los Candiles; el ingenio para hacer de unas cuevas naturales fortificaciones imposibles, como en Amurga, u organizar complejas geologías, hoy en perfecto estado de revista en el Cenobio de Valerón. O elementos más intrigantes aún, como en Risco Caído, con la construcción de unas potentes bóvedas "donde jugar con el solsticio de verano", apunta Larry Álvarez, consejero insular de Patrimonio Histórico.

Álvarez se ha propuesto, "y a ver si lo conseguimos entre todos de una vez", impulsar el funcionamiento de este "tesoro que nos ilustra de dónde venimos". "Los yacimientos están vivos", añade, "y tan vivos que en Gáldar se están realizando descubrimientos que pueden dar una sorpresa y revisar las fechas hasta hoy establecidas".

De momento el Cabildo ha adjudicado por 55.000 euros la protección de un grupo de yacimientos a una empresa. Y otros, como el Maipez de Agaete; Arteara, en San Bartolomé de Tirajana; Bentayga en Tejeda; La Fortaleza, en Santa Lucía; y Balos, en Agüimes, serán potenciados, bien abriendo, o reabriendo según casos, sus centros de interpretación. Como ejemplo, La Fortaleza recibirá 100.000 euros para equipamiento, y Balos 48.000. "Porque no solo se debe lograr que los canarios nos sintamos orgullosos de nuestra historia, y que el turista la disfrute, sino creer en ella también como una importante fuente de creación de riqueza y empleo".