" Hernan Peraza y Alonso Fernández de Lugo salieron del Lagaete la misma noche y tomaron el camino de Artenara, donde se hizo una buena presa y mataron algunos canarios, los cuales peleaban con desesperación, viéndose ir apocando, haciendo también harto daño en los cristianos ?" (Abreu, 1977).

Con estas razzias de los Conquistadores, que subían de costa a cumbre por la misma empinadísima red de senderos que habían construido durante siglos los propios canarios, se ejecutaba el mundo de Artevirgo, uno de los más intrigantes paisajes humanos de la Gran Canaria prehispánica.

La actual Artenara, que no coincide exactamente en su totalidad con ese antiguo Artevirgo o Artevigua, es el núcleo de la ruta sagrada que hoy se entiende en un eje vertebrador que ocupa desde Barranco Hondo, -por encima de la cabecera del Valle de Agaete-, hasta Acusa Seca y Acusa Verde e incluso Tirma. En el entorno donde hoy se encuentra las presas de Los Pérez, Las Hoyas y Lugarejos, residía un importante núcleo de población que disponía de unas feraces tierras de cultivo, de una geología que facilitaba la construcción de la vivienda trogloditas, un bosque en toda regla, agua sin fin y un refugio natural. Allí están las cuevas artificiales de La Gloria, El Tablao, Hoya Casa, El Andén, El Pedregal, Era de Las Toscas, El Majadal, Las Lajillas, El Solapón, La Poza, Telde, El Pocillo, La Solaneta, Risco Caído... y una quincena más.

Pero es esta última, también denominada Risco Maldito, que fue presentada en sociedad esta misma semana, la que se sale de lo visto hasta el momento: "Un marcador solticial", la considera Julio Cuenca Sanabria, descubridor de la que sin duda es uno de los últimos hitos de la arqueología de Canarias. Son 21 oquedades, que forman viviendas y silos de entre las que destaca la cueva número 6. A partir del solsticio de verano y durante unos seis meses se proyecta sobre sus paredes interiores rematadas en una inusual cúpula, un falo de luz que baña -desde que el sol se alza por la montaña de enfrente- una treintena de triángulos púbicos dispersos en sus paredes. La disposición del hueco que hace de 'proyector' y el fenómeno que durante dos horas al día tiene lugar en el interior del 'templo', que cuenta además con otra cueva vecina festoneada de cazuelas en su suelo y más grabados, no deja indiferente al visitante.

En el trabajo del arqueólogo se incluye, como en pocas veces, un documento susceptible de relacionar Risco Caído con el almogarén que se cree fue. En 1684 el entonces dueño de Tirma, Francisco López, al que se cree descendiente de los canarios, hace testamento "a favor de su hermano Alonso Hernández, de uno de los almogarenes, situado en una zona cercana a la casa del testador". Entre las condiciones que Francisco recalcó para otorgar la propiedad se incluía su conservación perentoria, "y a perpetuidad", de un lugar se estima sagrado, hasta el punto que exigió un fiador que velara por ese acuerdo.

Es este Artevirgo, pues, uno de los más que posibles cuatro focos rituales de Artenara. Otro núcleo impresionante lo componen las cuevas Del Caballero, de Cagarrutal, Las Manchas y Los Candiles, colgadas del espectacular Risco Chapín, catalogado como un santuario prehispánico que se eleva a 1.400 metros en la cornisa norte de la caldera de Tejeda, según el relato del cronista de la localidad José Antonio Luján.

También Julio Cuenca expone que en El Chapín, junto a sus lindantes riscos de Juan Fernández, se encuentra "la mayor concentración de estaciones rupestres con grabados de triángulos púbicos de toda Gran Canaria". Estas cuevas están " distantes entre sí pero excavadas en el mismo acantilado, y forman lo que consideramos uno de los principales santuarios de la Isla". De hecho, la misma fuente estima que todo este entramado es parte de un itinerario, la ruta norte-noroeste, que arranca en Agaete hasta Tamadaba, que ponía a aquella población en lo alto "para celebrar los rituales que refieren las crónicas".

Pero quizá sea Acusa, la Seca y la Verde, una suerte de 'capital' de ese mundo cumbrero. Con un clima excepcional, al dar hacia el sur, a salvo de los fríos alisios, en las 35 cuevas catalogadas y en las casas de piedra tenían solana y refugio unas 400 personas a las vez. Graneros, habitaciones, cuevas funerarias, y otra rareza con todas las letras: la cueva de Las Estrellas, a la que solo se accede hoy practicando la escalada. Su interior, embreado con tea, está salpicado de unas pintas blancas que representan el cielo nocturno.

Relatos de Covanara

Rivaliza en dificultad de acceso con los silos donde guardaban el cereal, o las cuevas de enterramiento, donde en los años 50 Sebastián Jiménez Sánchez encontró unos cuerpos guardados en tablones y que habían sido amortajados tras trepanarles los sesos y extirparles las vísceras, y con manteca de animal, secados al sol. En el Museo Canario se encuentran varios de estos cuerpos incluidos el de un niño. En Aytata, la actual Acusa Verde, también se hallaron restos envueltos en cueros de cabras que formaban una especie de saco reposando sobre esteras de juncos, "muy similar a los enterramientos egipcios y del norte de África".

Luján recrea en su último libro, El arca de Ismael y otros relatos de Covanara un ritual en una de sus cuevas, en un entorno de vida muy dura, de agricultura cerealista en la feraz Vega de Acusa, de silvicultura en el barranco, y de pastoreo en los riscos, con una población asentada en torno a las grandes fuentes de agua y al refugio que ofrecía el lugar frente a unos cada vez más frecuentes ataques piráticos y al poco, de la entrada definitiva de los conquistadores. Aún así, dada su lejanía, un siglo después de la ocupación, primaban con fuerza los canarios en la cumbre.