las palmas de gran canaria

"Con la llegada del clan Guanarteme la parcela de Gáldar experimenta una conquista tan grande que logran someter la isla a sus intereses y convierten su residencia en la capital". Esta era la idea que el doctor en Arqueología e investigador galdense Celso Martín de Guzmán, (1946-1994), sostenía a raíz de sus estudios en la hoy Ciudad de los Caballeros, y que fueron casi los primeros realizados en profundidad sobre la Agáldar anterior a Castilla.

Martín de Guzmán realiza el esquema de la polis antigua en un trabajo titulado Orígenes de la población de Gáldar, publicado el 24 de julio de 1971 en el periódico El Eco de Canarias, que no tiene desperdicio, y en el que distingue dos tipos de poblamientos: los de los altos del cantón y los más numerosos costeros.

De los primeros, "el pueblo de la montaña", aseguraba que pertenecían a "los clanes primitivos de origen camita africano, de técnicas muy remotas y rústicas, común en gran parte a la primera oleada humana que hubo de poblar el archipiélago". El arqueólogo los situaba "mucho más cerca del paleolítico que del neolítico", y "eminentemente trogloditas y ganaderos".

A los segundos, a los pegados al marisco, o "pueblo de la costa", y de "técnicas más avanzadas, agricultores y organizados en poblados diversos", los relacionaba con las últimas entradas demográficas al archipiélago, una "oleada racial de tipo mediterranoide, mejor dotada y con técnicas avanzadas y emparentadas con las del Bronce del Mediterráneo oriental."

"Tienen poder militar y religioso, organizan jerárquicamente los grupos indígenas y distribuyen las funciones sociales, el trabajo y la propiedad".

Como quiera que sea, efectivamente Gáldar es un compendio de la prehistoria insular, que muestra su fuerza en multitud de indicios que lo enseñan, y no solo en la citada Cueva Pintada, sino en la organización del espacio que muestran, como dice el investigador, la jerarquización del trabajo, su cerámica pintada, su "base agrícola de policultivo con lo que se hace más sedentaria", y en fin, como sentencia, con "un nivel de civilización estimado como el más brillante de la cultura prehistórica de las islas".

Este repunte de la antigua Gran Canaria se observa en los lugares menos imaginados. Como en el Puntón del Clavo, o Mugaretes y La Furnia, a tiro de tosca de otros yacimientos como La Guancha, Bocabarranco, El Agujero -por el este-, o Costa Botija, por el oeste.

En La Furnia, y en medio de un absoluto caos constructivo, un desastre del bloque del 15 y homenaje de la casa garajera, se esconde una espectacular cueva decorada con almagre, que es aún visible, y de unas dimensiones inusualmente grandes. La estancia, que recibe estos días un exhaustivo mantenimiento y puesta a punto por parte de la empresa Arqueocanarias, dentro de la política de preservación del patrimonio insular del Cabildo de Gran Canaria, está encastrada en un pretil de entorno surrealista, y a la que se accede entre las columnas al aire que sostienen casas sometidas a una extraordinaria anarquía, unas alicatadas en sus frontis con azulejos, da igual si del baño o la cocina, con los bajantes criando lapas, y otras con su base en el aire y de la que se teme que su inquilino tire de la cadena.

Todo ello rematado por una piscina natural en la que nadan inocentes cabosos, gueldes y salgos en proceso de crecimiento. Allí, dentro de la cueva, desde la que se ven los dos mares, los de plástico de los invernaderos de la falda de la montaña de Gáldar, y el Atlántico propiamente dicho, con su famosa ola de El Frontón, destaca una veintena de oquedades en el suelo, y un par de pequeñas estancias.

Valentín Barroso, codirector de Arqueocanarias, sitúa a los antiguos pobladores recolectando del mar en esa costa, abrupta y de buenas marejadas, como hoy lo hacen los pescadores de caña, que tienen en el lugar uno de los mejores caladeros isleños.

Por encima, ya en zona horizontal, El Puntón de El Clavo, donde se encuentra lo que el primero que lo describió, el canónigo de la Catedral de La Laguna, José García Ortega, bautizó en 1925 como el Cerco de Gáldar, hoy más conocido como Los Mugaretes, un conjunto de casas cruciformes de buena fábrica, rectangulares y semicirculares, y que en los años 40 fueron excavadas por el entonces comisario de asuntos arqueológicos Sebastián Jiménez. Allí recogió cerámicas, huesos de animales, moluscos y piedras talladas.

A la vista, más fincas abandonadas, invernaderos en producción, casas huérfanas de arquitectos posadas sobre lo que todo indica fue un nutrido poblamiento que ocupaba esa fenomenal y feroz costa.