santa brígida

Va Europa por el año 1341 cuando por orden del rey portugués Alfonso IV llega a Canarias el navegante de rimbombante nombre Nicoloso da Recco, un genovés que se adelantaba un siglo casi exacto a la Conquista de las Islas, y que se convirtió prácticamente en el primero que describió una estafeta con cierto fundamento de lo que aquí había. Según varios historiadores el relato, en forma de carta, es recogido por el mismísimo autor del Decamerón, Giovanni Bocaccio, que recrea con esos apuntes unas cuartillas tituladas Sobre Canaria y las otras islas recientemente descubiertas en el Océano más allá de España, según la traducción del profesor de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, Marcos Martínez.

Da Recco y tripulación, que se pasan cinco meses costeando en una extraordinaria gira para la época, "encontraron excelentes higos secos conservados en cesta de palma, tales como vemos los de Cesene, y además trigo mucho más hermoso que el nuestro, si juzgamos por el tamaño y grueso de sus granos, que eran muy blancos».

Bocaccio, que aunque no deja de tener una idea un tanto bucólica del paisanaje humano de la antigua Canarias, como un grupo de alta estatura y además con individuos rubios y de ojos claros, viene a acertar cuando pone en papel que a Nicoloso y su gente "la isla les pareció muy poblada y bien cultivada; produce grano de trigo, frutas y principalmente higos; el grano de trigo lo comen como los pájaros, o bien hacen de él harina, con lo que se alimentan sin amasarlo, y beben agua".

Un grano que, según estudios más contemporáneos, coincide en su existencia y que tiene en los grandes silos que existen en la isla su razón de ser y cimentar el poder. De la época prehispánica existen silos y silazos. El de la Caldera de Bandama pertenece a este último 'grupo', con un verdadero e ingenioso fortín difícil de reventar ni por sorpresa ni por la fuerza.

Ubicado y camuflado en la parte norte del interior de la ya de por sí algo escondida Caldera de Bandama, la Guía del Patrimonio Arqueológico de Gran Canaria, editada por el Cabildo, lo califica con acierto como uno de los yacimientos "más singulares" de la Isla.

Acceder al lugar es jugarse el físico y nada recomendable. Las 'escorrentías' de picón que bajan de la parte alta de las paredes del cono convierten el 'camino' en una rampa movediza que se desliza al precipicio, al fondo, allí donde el flamenco Daniel Van Damme plantó uva en el siglo XVI, cosechando de paso el nombre que denomina al emblemático edificio geológico.

Van Damme no debió ser el primero, porque se estima fue también cultivada por los indígenas, en un entorno tanto dentro como fuera que poco se parece al actual con una potente vegetación que fue desmantelada a conciencia tras la colonización para el aprovechamiento indiscriminado de la madera. Una vez se superado el ejercicio de funambulismo se llega a los primeras habitaciones y graneros, una hilera a ras de tierra, bien cuadradas, pero algunas con enormes grafitis que lo arruinan. Unos metros más allá, siguiendo el filo del Paisaje Protegido, se dejan ver varias enormes cuevas a unos metros por encima del sendero y en principio inaccesibles.

El conjunto, llamado Cuevas de Los Canarios, tiene un buen tamaño pero sobre todo una solución de blindaje definitiva: un simple agujero, en lo alto, con un paso formado por unos mínimos escalones permiten subir hasta una primera estancia que formaban los silos. Por arriba, ya dentro del granero, ese mismo acceso, cuya boca parece vista desde arriba una tapa de tupergué, se podía taponar con una gran piedra impidiendo la entrada.

En uno de sus solapones existen unos casi imperceptibles grabados rupestres, que forman líneas verticales de inscripciones líbico bereber. Y por todos sus rincones, y hasta en el piso, están los detalles de su ocupación, con 'alacenas' excavadas, un generoso cuenco en el suelo, y pequeños agujeros que formarían la base de los tinglados propios de un almacén.

Las cuevas están trabajadas en un material endeble que amenaza con hacerse cisco de un momento a otro, especialmente una de ellas que parece un Moby Dick por dentro y que se va estrechando muy poco a poco a medida que se acerca a la 'cola' de la ballena.

Hacia fuera, en el quicio, una vista peculiar: tres kilómetros de caldera, que dejan Gran Canaria fuera de allí, como si en realidad el antiguo sitio de Cuevas de los Canarios quizá fuera uno de esos lugares mágicos y ocultos que son obligatorios en toda isla del tesoro.