Telde

"He visitado algunas cuevas en la ciudad de Telde, donde llaman Tara y Cendro, magníficas por su construcción y hermosas por el orden de sus distribuciones. Recuerdo siempre una, que estaba habitada, tan extensa y llena de alcobas y nichos que llamó sobremanera mi atención. El propietario era un jornalero de edad avanzada; su mujer y sus hijos ocupaban los principales aposentos; los hijos casados las alcobas, los nietos dormían en unos como nichos: había a un lado de la entrada un cuarto espacioso que servía de cocina común. Enfrente de ésta y al lado opuesto se hallaba otra gran habitación donde tenían sus cabras y ovejas; (...) los troncos secos de las pitas les servían de sillas; tres o cuatro garrotes a la cabecera de la cama, un molinillo de mano con un cuerno de cabra por manubrio, y su zalea de piel de oveja para recibir el gofio. (...) Tal es el verdadero tipo canario que nos ha llegado a través de los siglos, con sus gorros de piel de cabrito y el telar en un rincón para tejer la lana y el lino que las mujeres hilan con sus manos..."

Esta es parte de la deliciosa crónica que describe el panorama que

existía en el pago de Tara, y que fue publicada en 1876 en el libro Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, del doctor Gregorio Chil y Naranjo, también teldense y cofundador del Museo Canario.

Han pasado 136 años, a fecha 2012, y la prehispánica Tara y sus "hermosas y magníficas cuevas" se encuentran hundidas y solapadas bajo las viviendas, asotanando así, en un proceso que comenzó desde que finalizó la Conquista, el que era uno de los núcleos más potentes del guanartemato de Telde.

Hoy, muchos de sus vecinos presumen de disfrutar de una cueva, camuflada en lo que es casa, que es el resultado de una mecánica que se remonta a los repartos de tierra y al asentamiento directo sobre el lugar primitivo con la fábrica y ocupación de las nuevas viviendas de los primeros europeos.

Todo ello sobre un terreno muy deleznable, que hace desaparecer solapones y cavidades como azucarillos y que finalmente fueron rematados con los aterrazamientos para cultivos, que, si bien hicieron aflorar algunos hallazgos, también terminaron por desastrar lo antiguo, demoliendo casi por completo el conjunto troglodita.

Algunas de las grandes cuevas, al menos tres, fueron utilizadas y reconvertidas en maretas hasta fechas relativamente recientes. Una de ellas sigue a la vista, tras la fatal construcción de una carretera en su parte superior que la ha dejado maltrecha. Allí está aún a la vista medio taponada por una indecente valla de obra. En su fondo, se encuentra la arcilla con la que se impermeabilizó para almacenar el agua. Varios puntales tratan de aguantar su techo.

Abel Galindo, arqueólogo de la empresa especializada Arqueocanarias, sostiene que el Telde originario "es Tara, Cendro y los restos que se encontraron bajo el barrio de San Francisco, tres montañas, tres, que casualmente son de toba volcánica amarilla, y en la que se documentan tanto poblados en superficie como trogloditas, formando un triángulo en torno al barranco Real de Telde".

El urbanismo del que tras la Conquista sería más conocido como faycanato de Telde -por la relevancia y gran fama de Bentejuí, su último gran faycán-, y del que Tara era centro neurálgico, se extendía a su vez hacia la costa ocupando el margen izquierdo del barranco grande, con agua permanente, bajando por Centro, El Portichuelo, Majadilla, Cascajo de Belén -el actual campo de golf-, Llano de las Brujas y así hasta La Restinga, formando un único todo al refugio de los alisios que ocupaba desde las bajas medianías hasta la misma costa.

En ese entorno, "un valle fértil", pinta Abel, "cerca del mar, junto al también barranco de Los Ríos que se llega de Higuera Canaria, y que plasmó con agua en el plano que dibuja Torriani a finales del siglo XVI, se convierte al poco en los primeros lugares de Canarias en los que se cultivó la caña de azúcar, como lo desvela el nombre de San José de Las Longueras, apelativo que toma de las longas cañas de azúcar".

Habla de nuevo el doctor Chil: "En Telde, en varios sepulcros hallados en Tara, se han encontrado los esqueletos y una porción de pequeños cilindros de tierra cocida, agujereados por el eje, enhebrados en hilos y formando una especie de rosarios..." El doctor también encontró el que luego se bautizaría como ídolo de Tara, que fue donado al Museo Canario, pero al que ahora se cree con sustancia que no fue hallado allí, sino en Gáldar.

El médico lo entregó con la única etiqueta de Gran Canaria, y por un "traspapeleo en el Museo fue finalmente confundido", sostiene Galindo, que suma esta teoría a la de otros expertos.

El sentir general es el de no cambiarle el nombre, ni quitar el ídolo de gran formato que preside la entrada al popular barrio teldense, que, no obstante, tiene su propio ídolo en un valioso fragmento que ocupa parte del hombro hasta el ombligo muy decorado con puntos y triángulos. La Cueva de los Guaires, las del Mayorazgo, de Malverde, del Faycán... y un sinfín de topónimos son prácticamente la única pista además de los materiales dispersos recogidos en los bancales que arroja esta Tara reocupada, y cuyo verdadero tesoro entra en el terreno de lo doméstico. Quizá bajo una cocina o en la alcoba del fondo. O, probablemente, en un santuario, como el que recibe el nombre, y es utilizado hoy en día, de la llamada Cueva del Faycán, si bien no se ha podido investigar si el apelativo hace honor al origen.

Y es que parte del vecindario es reacio a las prospecciones, con la falsa creencia de que luego serían expropiados, lo que se traduce en una auténtica inopia sobre el que es uno de los lugares más emblemáticos de la prehispánica Gran Canaria. De hecho, sus numerosas cuevas no se han podido siquiera documentar y catalogar para protegerlas y darle un uso social en el que asome la auténtica y, por qué no, mítica Tara de los faycanes.