"Dos, cuatro, seis, siete... Vamos a hacer el fondo", afirma Honorio Rodríguez mientras dobla unas varillas de mimbre. "Esto hay que hacerlo así, agachado, siempre así. Yo tengo una finca en el Balcón de Zamora, en La Rosada, y una casa grande. Los mimbres los saco en Cueva Grande y Camaretas".

Lo suyo es pura pasión. "Siempre me ha gustado estar entretenido. Unos vecinos, los Suárez, hacían esto. En aquella época se mandaban las papas de aquí a Inglaterra, pero ahora es al revés: ahora vienen para acá. Todo eso ha cambiado".

Las cesta que hace tiene múltiples utilidades: para el pan, la agricultura, la recolección... "En la isla no queda nadie, no hay más cesteros de mimbre como yo. También trabajo la caña, pero prefiero el mimbre porque es más suave para trabajar".

Asegura que no se puede vivir bien de este oficio. "Lo hago porque me gusta desde joven y la materia prima no me cuesta nada, solo tengo que recogerla. Es entretenido y me compensa".

Los hijos no siguen la tradición porque la cestería es muy sacrificada. "No les gusta porque esto es duro como el demonio. Ellos van a ayudarme y van conmigo a coger la vara, pero no les gusta trabajarlo". A lasa ferias va con su mujer, que es la que trata al público y vende mientras él hace cestos.

"Hay que coger los mimbres y luego meterlos en agua en el estanque para que se vaya suavizando. Si los dejas quince días en el agua se quedan modositas y ceden; si no, estalla el mimbre. Yo los podo. Si me regalan la vara yo les doy un cesto grande a cambio".

Taller

En su taller de artesanía hay cestas de todos los tamaños. "Una vez hice una de tres metros por tres en una romería del Pino en Teror hace un montón de años. La tiene un sobrina mío que trabaja allá abajo. Si no se la queda él, se la llevan", remacha el artesano.

El proceso consiste en cultivar el mimbre, podarlo, recolectarlo, enjuagarlo unos días para que se suavice y esté listo para su manipulación, pelarlo y trabajarlo hasta convertirlo en la pieza deseada. "Esto es el diablo, perdone por la palabra, pero es que me gusta, tengo mi rinconcito, estoy entretenido y, mientras, no estoy en los bares"

"Esta vara se podó en febrero del año pasado, hace un año. La puse en agua, ella revienta y luego se quedan las varas abiertas sin la cáscara. Las varas las pongo en remojo por lo menos quince días en un estanquito que tengo para eso", afirma complacido.

Lo más que le duele es que esta afición, que ha sido su oficio durante sesenta años, se pierda porque sus hijos no la van a continuar. "Mis hijos no quieren aprender, de eso nada. Esta profesión antigua se pierde ya conmigo. Como los zapateros y los barberos de antes. Tengo cuatro machos y una hembra, pero ninguno va a seguir esto".

Los compradores

Los compradores de Honorio los encuentra en las ferias de artesanía y las fiestas de los pueblos, donde vende directamente. "El otro día fui a la fiesta del almendro en Tejeda y me fue bien. Me he recorrido otras islas. También he ido a Fuerteventura y Lanzarote, y a Tenerife cuando hacen la fiesta de artesanía".

El Cabildo de Gran Canaria le subvenciona esos viajes. "La Fedac nos ayuda. Nosotros vamos a la feria y nos ponemos a trabajar delante de la gente para que vea cómo se hace. Y luego, si se puede, vendemos los productos".

A menudo lo llaman desde los colegios para que los niños se familiaricen con esta rama de la artesanía que está a punto de extinguirse. "A veces me llaman y otras vienen ellos aquí, a mi casa".

Se queja de que las autoridades no prestan la debida atención a la artesanía canaria y más concretamente a la rama de la cestería. "Los políticos no hacen nada, todo para ellos, olvídate. Ellos van a lo suyo".

Sus herramientas son sus manos, sus piernas, las tijeras y el cuchillo. Con eso se basta y sobra. Lo hace todo él solo, sin ayuda de nadie. "Hay que ponerlas en agua las varas porque, si no, se parten solas y no sirven para hacer el cesto".

Antes de trabajar en Aguas de San Roque durante quince años seguidos, tuvo otros oficios. "Estuve trabajando con don Carlos Acosta Lantigua, que era el dueño de Gofio La Piña. Yo trabajé en el almacén de Las Alcaravaneras y en la finca de Miraflor. Era muy buena gente, y sus hijos también".

Trabaja en la cestería a cualquier hora. "Por la mañana, por la tarde... Cada vez que puedo me pongo a hacer cestos. Tengo una casa en La Rosada y cuando puedo me voy para allá porque es una tierra buena".

Competencia

"Yo ya estoy retirado y tengo mi pensión. Por lo menos estoy tranquilo. Lo de los cestos es solo una ayuda. Ahora hay mucha competencia porque hay productos de Portugal, de China y del coño su madre. Esto ya no da dinero, lo hago por amor al arte. Tiene un proceso duro".

El cesto más grande puede costar 70 u 80 euros. "A la gente le parece caro, pero no sabe el trabajo que da. El más caro vale eso, pero hay otros más pequeños que cuestan 40 o 30. Hasta tengo uno chico que vale cinco euros. Con este que ve ahí me pegué quince horas para hacerlo. Si lo vendo a 50 euros, imagínese lo que vale mi hora de trabajo, material aparte".

Honorio hizo las pantallas de cesta y las lámparas grandes del mirador de Firgas. "Todas esas están hechas por mí. Como eran muy grandes tuvieron que ayudarme con una grúa para poder bajarlas a la calle".

Se queja de no tener la misma suerte en su pueblo natal de Teror que en Firgas. "Aquí en Teror no me compran nada, el ayuntamiento no me compra. El Cabildo es el que me compra".

Se entristece porque en la villa mariana no le han hecho ningún reconocimiento a su vida dedicada a la artesanía. "Nada, aquí nada. Aquí ni me han dado las gracias. Ellos saben que soy el único cestero que queda en la isla, pero son unos pencos".

Es el único cestero de la provincia de Las Palmas. En Tenerife queda un par de ellos, igual que en El Hierro, aunque en esta isla los cestos los hacen con caña, además de mimbre.

Tras el hermanamiento de Teror y Tinajo, a través de las respectivas vírgenes del Pino y Los Dolores, comenzó a ir cada año a Lanzarote, pero hace cuatro que no va debido a que las instituciones no subvencionan el viaje como antes.

"Íbamos porque nos invitaba el Ayuntamiento de Tinajo porque si esperamos por el de Teror estamos arreglados. Ponga eso en el periódico, por favor, que es una vergüenza". Honorio Rodríguez habla de una forma campechana, sin tener en cuenta lo políticamente correcto. Es un hombre que destila sinceridad a manos llenas. Como sus cestos.