"Si acaso vían andar en la costa algún bando de sardinas, que hace luego señal en el agua, como eran grandes nadadores echábanse a nado hombres y mujeres y muchachos, y cercaban el bando de las sardinas, y íbanle careando para la tierra, dando palmadas o con palos en el agua. Y, cuando lo tenían cerca, tomaban unas esteras largas de juncos, con unas piedras atadas a la parte baja: llevándola como red, sacaban a tierra mucha sardina".

El franciscano Abreu Galindo en su Historia de la conquista de las siete islas de Canaria, de finales del siglo XVI, es quizás el mejor referente para explicar la razón de los asentamientos de los antiguos canarios a pie de costa, un modelo de población que se sucede a lo largo del perímetro de las islas y que curiosamente se refleja en el 'estado de salud' de no pocos restos humanos que datan de antes de la llegada de los europeos, con evidentes síntomas de un margulleo rutinario que deriva en lo que se conoce como el síndrome del surfista, o en su término científico: exostosís de oído, una patología especialmente molesta que hace crecer el tejido óseo y que deriva en infecciones.

Es difícil imaginar qué sería de aquellos antiguos canarios obligados a estar en remojo para procurarse una dieta, pero sin remedios contundentes para mitigar una fortísima dolencia que hoy en día se opera cortando esa parte del hueso que ha crecido.

Es esa misma protuberancia, relativamente enorme en algunos casos encontrados, la que delata la estrecha relación de los habitantes de estos asentamientos del litoral con el mar que los acompaña.

Los europeos que llegaron a tomar plaza de las islas dieron la espalda al mar, con una conciencia prácticamente de secano, aún absorbida por un concepto medieval del océano como lugar oscuro de miedos y monstruos, como muestra este relato portugués sobre nuestra San Borondón: "se veían ciertas tinieblas impenetrables que se levantaban desde el mar hasta tocar con el cielo, sin notarse en ellas disminución, añadiendo que estas espesas sombras estaban defendidas de un ruido espantoso, cuya causa era oculta, y que no las consideraban sino como un abismo sin fondo o como la misma boca del infierno..."

Un punto siniestro ajeno a unos indígenas que sí aprovechaban el Atlántico como despensa y lugar de juego para mayores y niños. Sus pesquerías aparecen reflejadas en prácticamente todos los yacimientos de la isla, incluso en aquellos más alejados de la costa.

El laperío, que en ocasiones se incluye en el alicatado de suelos y paredes, es constante, así como los restos de piezas de mayor enjundia, que eran o bien capturados, como relata Abreu Galindo en su descripción de aquél ancestral chinchorro de sardinas, o con técnicas como el embarbascado, atontando los cardúmenes represados en charcos con la leche de las euforbias, como se da por hecho en La Aldea de San Nicolás y así se rememora en sus fiestas anuales.

Torriani fue un poco más allá, al describir unas facultades marinas de los indígenas de las que, no obstante, no se tiene constancia material alguna: "Hacían barcos de árbol de drago, que cavaban entero, y después le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de palma alrededor de las costas de la isla; y también tenían por costumbre pasar a Tenerife y a Fuerteventura y robar", algo que supondría una posible pesca de altura, y que podría casar con los grandes anzuelos encontrados en algunos yacimientos.

De cualquier forma un espacio intermareal, como lo es El Charco de Maspalomas, o la desembocadura del barranco de Telde, en Jinámar, justo en el zaguán de la capital grancanaria, eran lugares de especial interés para una economía basada en buena parte en la pura recolección.

En este último punto, el de Jinámar, es donde se encuentran los yacimientos de La Restinga, con diez estructuras claramente definidas, y el de Llano de las Brujas, formando un grupo de construcciones habitacionales junto al cual pasan hoy en día miles de vehículos a cien por hora por la GC-1 enfocados al siglo XXI, pero a apenas unos metros de un asentamiento que data, según las pruebas del carbono 14, del 920 dC.

Marcos Moreno, codirector de la empresa Tibicena. Arqueología y Patrimonio, es encontrado en el lugar sin previo aviso junto con su equipo en pleno campo arqueológico, en el día 1 de una nueva campaña de trabajos que se suma así a la realizada en el año 2006. La zona del Llano de Las Brujas se encuentra acotada y su vallado es perfectamente visible desde la autovía del Sur en dirección a la capital. Dentro se aprecian varias viviendas con la peculiaridad de constituir 'casas sobre casas', lo que apunta a una continua reutilización del sitio.

En la parte baja, en lo que ya es prácticamente playa, si bien asentadas en una ligera meseta a salvo de las aguas del cauce, se esparcen las diez estructuras mencionadas de habitación, todas de piedra seca con la configuración habitual de planta circular, otras ovales y también cruciforme, con sus alcobas, espacio común y de manipulación de alimentos, en las que se ha encontrado entre otros muchos restos, un delator anzuelo elaborado a partir de una concha.

De más difícil interpretación son dos estructuras en forma de recinto, de mayores proporciones que las viviendas, y que pudieran ser desde un lugar de ofrendas común a un lugar de encerramiento para ganado.

De momento, Moreno y equipo tienen por delante un entretenimiento apasionante en La Restinga, un punto que forma una minúscula península pero que tiene visos de completar un capítulo más sobre cómo vívían, disfrutaban, y también sufrían los antiguos canarios con el mar que los aislaba.