A las cinco y medio de la tarde ya hay una veintena de personas en los alrededores de la Iglesia de San Pedro Apóstol, en la parte alta del barrio de La Isleta, junto a los acantilados que separan la playa de Las Canteras y El Confital. La comida se sirve a seis en punto, y a esa hora ya están allí los cincuenta usuarios habituales, que ocupan la mesa por turnos o se llevan el menú.

En la cocina se encuentra el turno de voluntarios de los martes, con Rosi Pérez González junto a los calderos, Consuelo Orozco en el reparto de las bandejas y varios hombres echando una mano en lo que pueden. También ayuda Margarita González Padrón, Margot la herreña, pero poco puede hacer ahora porque tiene un brazo vendado. "Llevo más de veinte años en este comedor; vivo cerca y vengo cada vez que puedo porque estos voluntarios están realizando una labor admirable", comenta.

Cierto. De lunes a sábado, una veintena de vecinos de la parroquia, casi todos de familias humildes, comprometen varias horas de su tiempo para garantizar que los más pobres del barrio tengan al menos un plato de comida caliente al día. El buen trato en el comedor de San Pedro Apóstol ha llegado a otras partes de la ciudad y el los últimos meses acuden personas de barrios, tanto usuarios como cooperantes.

Al frente de este servicio está Daniel Díaz Cabrera, un sacerdote de 28 años nacido en Bañaderos que se desenvuelve con soltura por la cocina. Confiesa que se ha limitado a seguir el trabajo de sus antecesores en la parroquia, aunque la crisis obliga a multiplicar la atención. El proyecto comenzó hace treinta años, cuando aún existían las chabolas de El Confital. Los voluntarios preparaban bocadillos y los repartían entre las familias más pobres. Cuando hubo más dinero se decidió distribuir bolsas con alimentos, pero descubrieron que algunos beneficiarios las vendían, por lo que finalmente optaron por abrir un comedor en el patio contiguo a la iglesia.

Las chabolas desaparecieron, pero no la pobreza. El perfil del usuario es ahora en de un varón de más cuarenta años, vecino de La Isleta y con pocos o ningún ingreso económico. Algunos reciben la prestación mínima de 450 euros, pero la dedican a pagar una pensión o a alquilar una habitación, por lo que no les queda casi nada para comer. También utilizan el comedor algunos sin techo que deambulan por los muelles, inmigrantes que han quedado encallados en la ciudad y también jóvenes en exclusión social. En algunos casos la marginación está sobrevenida por problemas de drogas y alcohol, pero para eso también se buscan soluciones.

"Hay varios que no son de aquí y algunos no comen otra cosa en todo el día", apunta el párroco Daniel mientras muestra las instalaciones, pues además de la comida se ofrecen duchas y ropa limpia una vez en semana, los viernes. "Somos un grupo de 24 voluntarios distribuidos en turnos para preparar la comida, controlar el almacén y coordinar las acciones con otras parroquias para asegurar de que nadie pase hambre", explica el sacerdote. La mayoría de los colaboradores son vecinos de La Isleta, pero también ayudan jóvenes de otros barrios y condenados a prisión por delitos menores que redimen la pena con un servicio a la sociedad.

Aquí no cobra nadie, pero aún así hay que hacer encaje de bolillos para comprar los alimentos y pagar los recibos de agua, luz y gas. La financiación procede de las colectas de Cáritas en el primer domingo del mes, de donativos fijos de personas e instituciones, y de ayudas de la Obra Social en dinero o en comida. También es fundamental el apoyo del Banco de Alimentos y de "gente que pasa por la iglesia a dejar una compra de supermercado o ropa que ya no necesita".

Al hilo del premio que recibirá del Cabildo el próximo 16 de marzo, el párroco Daniel hace un llamamiento a los representantes políticos para que presten colaboraciones fijas, no en ocasiones puntales. "Nosotros lo hacemos por responsabilidad, pero este un trabajo que corresponde a las instituciones públicas, porque solo en La Isleta hay más de 300 familias sin recursos de ningún tipo que viven de la ayuda de los demás", recalca.

Aunque será el padre Daniel en que recoja el Roque Nublo de Plata, el premio "será de todos y cada uno" de los que a lo largo de estos últimos treinta años han pasado por San Pedro Apóstol, un oasis en medio de una de las zonas más pobres de la ciudad, pero también más solidaria. "La mayor satisfacción es ver como la gente se va contenta por poder comer un día más", asegura Margot la herreña.