Dentro del catálogo de rarezas del patrimonio de las islas figura con honores propios el Tagoror del Gallego, en Santa María de Guía, una suerte de rotundo mueble en piedra compuesto por una hilera de asientos principales colocados con vistas excepcionales a la Montaña de Gáldar.

El conjunto se encuentra justo por encima del Cenobio de Valerón, y el apelativo de Gallego se le quedó en herencia a cuenta de la propiedad de aquellas tierras, de un tal Gonzalo Gallego en las tempranas fechas de principios del siglo XVI, casi el día después de la Conquista.

Es este supuesto tagoror, o lugar de reunión, uno de los lugares que no deja indiferente al visitante, al que si mira de soslayo imagina animado, sobre todo si se recuerda que también es conocido desde antiguo como el consejo o ayuntamiento. Tal es así que en principio parece tenerlo todo para celebrar allí una sesión plenaria de reglamento con el añadido de ofrecer a la asistencia unas panorámicas vistas en directo sobre el territorio administrado.

Que sea o no prehispánico queda por determinar. Es prácticamente imposible indagar en busca de indicios orgánicos que puedan datar la fecha de trasiego. La loma, en la que se quiere apreciar el citado tagoror, está pelada, salvo la sencilla cruz que remata la montaña del Gallego. Pero es el contexto, lo que tiene alrededor, lo que pudiera darle un cierto punto de sentido.

El ´banco central´ del Guanartemato, que es el gran Cenobio de Valerón, queda justo en su ladera de naciente. Dentro de sus silos se almacenan los diezmos en forma de grano. Un depósito estratégico, prácticamente fortificado que podría tener unos metros más arriba el otero no solo de su defensa, sino también de la administración.

Porque desde el Gallego la vista se expande por todos los cultivos. Por el poniente abarca la vaguada que forma Santa María de Guía y Gáldar, el centro neurálgico del Guanartemato. Y por el este, la ´foto´ capta desde los poblados prehispánicos de la costa de Lairaga, empezando por San Felipe, San Lorenzo, El Altillo, y así hasta pasar por San Andrés, Bañaderos y, al fondo, La Isleta. No menos detallista es la asombrosa panorámica hasta las cumbres, con las medianías ganaderas casi en primer plano. Especialmente sorprendente es el enorme agujero que forma desde allí los Tilos de Moya, invisible, metido en el interior de la Tierra, quizá por eso hoy el único reducto de laurisilva en Gran Canaria que se salvó de la tala masiva posterior a la Conquista.

Al recaudador de diezmos no se le escaparía desde arriba un cultivo por auditar, un ganado por escrutar y también echaría cuenta con un solo vistazo del estado de las lluvias y sequías. Y a ser posible, sentado. Es pues, un lugar estratégico tanto para impartir cátedra y justicia, como para debatir y echar un ojo al reino.

Sebastián Jiménez Sánchez, el que fuera comisario de excavaciones arqueológicas en la mitad del siglo pasado, lo inscribió oficialmente en el catálogo de riquezas prehispánicas en el mes de agosto del año 1939. Jiménez, de perfecto terno y corbata no resistió la tentación de sentarse en uno de los ´tronos´, en una imagen publicada en la Guía del Patrimonio Arqueológico de Gran Canaria.

El comisario lo describe como "un tagoror tipo único hasta el presente, el cual está formado de seis toscos asientos labrados en la propia toba basáltica de la cima de la citada montaña, con sus espaldares correspondientes".

"El sillón central", escribe en su informe titulado Excavaciones Arqueológicas en Gran canaria, del Plan Nacional de 1942, 1943 y 1,944, "parece haber tenido mayores dimensiones. Todos estos asientos están en disposición un tanto circular. En la misma masa rocosa, pero sobre los antes dichos asientos, existe otro sillón labrado, completo, y ruinas de otro. Delante de estos sillones pétreos hay una pequeña plazoleta ovoidal de ocho pasos de ancho por trece de largo. Limitando esta plazoleta, por el lado opuesto a los asientos, hay algunas piedras irregulares de superficie un tanto planas, que de seguro", interpreta Jiménez Sánchez, "sirvieron de asientos a los asambleístas o ediles aborígenes".

Sorprendentemente esta es una de las escasísimas referencias que se tienen sobre el peculiar ´tresillo´, que allí sigue, "tan interesantísimo monumento arqueológico prehistórico", barrido por el viento del norte, tal y como Jiménez lo encontró: "cubierto de una capa de criptogramas, especialmente de líquenes y orchillas".