"Ahora empieza la carretera mala". Juan Alonso Castellano, 83 años, cinco hijos y 10 nietos pilota con garbo de Barón Rojo una avioneta Piper Cherokee 180 y se dispone a entrar en las turbulencias que preceden a la Punta del Descojonado, rumbo a Güigüi. Alonso Castellano maneja el aeroplano como el que rumbia de domingo por las medianías, al paso, tomando las curvas, centrando la punta del capó en todo su diámetro, acelerando al golpito, oteando el panorama y avisando a la parentela cuando vienen los baches que forman los vientos y sus corrientes.

Nacido un 22 de septiembre de 1929 en Vegueta, de una familia con gran arraigo en Arucas, soñó con aviones desde muy pequeño, cuando su hermano Luis le decía que quería ser ingeniero aeronáutico, y Juan le prometía ser su piloto de pruebas. Luis Alonso moriría en los últimos momentos de la Guerra Civil, pero Juan a su manera le mantuvo la promesa: lleva 54 años volando y posee la licencia más antigua de España.

11.04 horas de la mañana. Aeródromo de Berriel. El aviador coloca la Cessna en cabeza de pista. Y chequea: Calefactor del carburador, mezcla rica, gases: dos bombadas. Alternador, radio on... Unos puntitos de flaps, aceleración a 2.000 revoluciones. Magnetos. Puerta cerrada y blocada: "Siempre me emociono en este momento que se mete gases y se va al aire".

A pesar de los años en vuelo Juan Alonso disfruta a los mandos como el que estrena un jeep de pedales. "Vamos a Charlie", un espacio aéreo sobre el mar de San Bartolomé de Tirajana y Mogán, un oasis en la atmósfera para entrenar, pasear o para practicar el parcaidismo. "No, eso no lo he hecho, pero lo tengo en mente".

La Cessna tiene el distintivo Granca 03. Se le comunica a la torre de control de Gando que un nuevo pájaro ha entrado en Charlie, que en estos momentos comparte con dos helicópteros, uno civil y otro militar. El rebumbio parece encantar aún más al aviador: "Esto es una pasión de la que no te cansas", sigue mientras le da caña al valiente motor Lycoming para trepar dejando por popa San Agustín. Su único chasco, que en 1946 su padre le negara el permiso para convertirse en piloto de combate.

Pero en lo que sí se convirtió fue en ginecólogo de combate, el primer especialista en Ginecología y Obstetricia de toda Canarias. También con números récord: 15.000 partos, 16.500 operaciones entre grandes y pequeñas, 600.000 pacientes vistos y 490.000 horas de consulta en su libreta.

Aún sigue practicando la medicina, aunque los partos los considera una "modalidad histórica" por el descenso de la natalidad; trabajando en el equipo directivo del Aeroclub Gran Canaria, único socio fundador que sigue vivo; y ejerciendo de vicepresidente de la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas.

Y volando cada semana, de forma que la agenda de Alonso está tan saturada como el espacio aéreo de Chicago.

"Ayer pasé la revisión de la licencia, que es cada seis meses".

-¿Todo bien?

-Oiga, perfectamente.

Llega al Inglés el comandante, con un azul de mar que regaña. El maestro afina con tiento la rueda de compensación de profundidad dejando el aparato nivelado, piano, quieto, sin manos. El horizonte artificial está ajustado al milímetro y el indicador de velocidad vertical a estricto 0. Esto no es un vuelo de aceite y vinagre. Es la butaca de un cine 3D levitando sobre las dunas. Ahora solo falta un bidón de roscas mientras Juan Alonso sigue proyectando en off la película de su vida en un sonido estéreo que llega por los auriculares de cabina.

El título de piloto privado 'data' de 1959. Es el número 3.910. Pero le supo a poco y obtiene el de piloto comercial en 1964. En 1996 logra el de piloto de vuelo sin motor: "Una vez me quedé sin viento ni térmicas y aterrizé entre unos surcos, cerca de lo que yo creía una casa para llamar por teléfono. Aquello resultó un cuarto de cabras. Cuando paró un señor mayor le pedí que llamara a Ocaña, a la Escuela de Vuelos para que vinieran a buscarme. El hombre llamó al 112 y llegó la Policía Nacional, la Guardia Civil y una ambulancia. Le había dicho que había aterrizado un avión y para qué fue aquello: ¡una catástrofe aérea!".

Todo Juan Alonso, todo él, se lo pasa en grande, como en los 60, cuando tomaba tierra sobre la arena de Playa del Inglés, entonces desierta, o ejecutando unas rasantes con una Piper Cub con la que llegó a obligar a una amiga de su hermano solterón a meter la cabeza en el agua: "¡Y eso que estaba de peluquería"!.

A Juan Alonso le acompaña el instructor de la Escuela de Vuelo del Aeroclub de Gran Canaria Alberto Roldán Benito: "desde que cumplí 70 años viajo con copiloto, por si me da algo", explica mientras acomete los 'baches' rumbo a Güigüi. Pasa por delante de la magnífica playa y avisa de que va a emprender una maniobra "divertida". Agárrense. Pone geito de chófer de Utinsa y mete el ala derecha apuntando al agua y la otra a Júpiter: "De vez en cuando hay que hacer una cosa de estas".

Tras el sacacorchos enfila a la base. El día de Castellano es largo y tiene reunión en Arucas por la tarde, o en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, del Msueo Canario, el Gabinete Literario, Club Náutico, Cachorro Canario, entidades de la que es socio.

Pero sin prisas. Cuando llega por la banda de mar a la pista del aeroclub gira con la pachorra de una gaviota con la tensión baja. Enfoca recta la pista, corta todo el gas, mete flaps, acelera una punta, y aterriza en formato alfombra voladora. "Matrícula de honor", le pone de nota Alberto Roldán.

Por el despegue, ruta y aterrizaje, y sobre todo por él al completo.