Estoy absolutamente convencido que el Gobierno de Canarias con su presidente al frente no han querido ni reavivar el pleito insular ni mucho menos perjudicar a Gran Canaria. Porque sí así fuera sería la felonía mayor que un gobierno podría hacer contra sus propios ciudadanos, vamos, la gota que colma el vaso que se ha ido llenando desde la división provincial allá por el año veintiocho del siglo pasado y comandada entre otros por mi pariente Leopoldo Matos Massieu.

No se me pasa por la cabeza que lo que realmente quieren hacer es una ley turística que perjudique los intereses de Gran Canaria, porque si así fuera serían una pandilla de desalmados que solo velan por unos intereses bastardos. Me niego a creer lo que algunos mal nacidos dicen que a Gran Canaria es más complicado venir porque hay menos vuelos y peores conexiones desde el aeropuerto de Gando, si eso fuese así habría que ser rematadamente inepto para permitirlo.

Qué se han creído esos empresarios que pretenden construir hoteles de cuatro estrellas de acuerdo con el modelo más conveniente para cada isla sin ningún remordimiento para con los vecinos que ya tienen consolidado su planta alojativa. Ni se me ocurre pensar que las autoridades competentes iban a propiciar un agravio comparativo olvidándose de la igualdad de oportunidades, ¡por favor! Desde que se den cuenta estoy seguro que impedirán este atropello porque si no los votantes jamás se lo perdonarían, así como que Gran Canaria se lo demandaría.

Conozco al presidente Rivero y mientras escribía estas líneas ayer jueves por la noche, él estaba pensando, seguro, cómo desagraviar a Gran Canaria de semejante despropósito.

Esta tarde a las cinco, como las buenas tardes de toros habrá que saltar al ruedo con el estoque de matar para cortarle las orejas y el rabo al toro que quiere empitonar a Gran Canaria.