Son las tres de la mañana en el Cortijo del Caidero. Enfrente hacia el oeste, Tamadaba. Por debajo, muy, muy al fondo, las luces de un cacho de lo que parece Agaete, una pizca de Sardina y unos brillos de lo que es Gáldar. Por encima, un techo apretado de constelaciones con alguna estrella fugaz perdida. El aire está quieto, un punto tibio, a 27 grados, y las 300 ovejas en vilo, con el mismo punto divertido de una víspera de Reyes.

El pastor Cristóbal Moreno se levanta. Esta noche arranca para Ayacata, por allá de la Trasierra. Y las ovejas lo saben. Venían balando del tema entre ellas desde hace semanas. Todos los años, excepto el pasado por el tremendo calor y la sequía, arrancan en agosto de los suelos ya secos de los altos de Gáldar hacia allá, donde en verano se alfombra un mundo de flores y trebolinas. Ayacata, y las cumbres todas de la isla, para una oveja en verano son las Antillas o una suerte de Polinesia donde andurriar sueltas. Donde se relaja la disciplina. Allí, en las vueltas de Ayacata, cada oveja va a su bola, sin horarios de ordeño, libres de pejigueras, al oreo, ramoneando por donde les da la gana y sesteando cuando están ahítas. En fin, contando ovejas a la sombra del almendro.

Cristóbal Moreno se ha hecho esta noche con un rancho de una docena de pastores, y compadres de pastores, que comienzan a llegar con jaleo, bromas y ´mentiras´ para emprender la trashumancia. La expedición requiere logística. Un par de camionetas con un surtido de atarecos compuesto fundamentalmente por unos sacos de gofio para los perros, medicinas por si una oveja se avería, agua a mansalva, unas mantas, unas cartas, el garrote... Benedicta Ojeda, su mujer, también estiba arroz, gallo, carne cochino. Algo maquina para el fin de ruta.

El ganado ahora en este punto está que hierve. Se sacan los herrajes del camino: las cencerras gordas canarias y las bescainas altas, las dos que más suenan. Las cencerras estas son para una oveja "como cuando hay dos guitarras y llega el de la bandurria". O cuando "a un niño se le pone la ropa de la cama y se enrala porque va a salir".

Son las cuatro. Benedicta sirve café. Veinte minutos más tarde empieza la gira. Salen del Cortijo y poco después, el primer lío de la ruta. De repente otro ganado de ovejas en Lomo del Palo. No es que se vaya a engrifar un equipo con el otro, pero es hartamente peligroso. Si las segundas se pegan a las primeras ponen el piloto automático y se suman a la fiesta. Los pastores ´tuercen´ los dos grupos, los separan en un follón con aspavientos en el lenguaje de ellas, y logran pasar a Las Montañetas sin polizones a bordo.

Y justo después, la prueba de fuego: una imponente rampa de fama insular para el pastor. La Cuesta de los Pinos, afamada por un mixturado de piso de picón en una pendiente infernal del tropecientos por ciento de desnivel.

A los animales se les entierran las patas. Los bezos le rozan en el suelo y a los pastores, y a los compadres de los pastores, se le hunden las botas. Si un animal está flaco, anémico o apático es allí donde traspone. Y lo mismo el individuo. "El que la supere puede andar por toda la Isla", sentencia Moreno.

De allí se enfila a Montaña del Capitán, a las seis menos diez, con las estrellas tililando y brincando al son de las cencerras y embrumadas por el polvo que revira el peso de 1.200 patas. Ahí aparece la Degollada de Las Palomas y el Corral de los Carneros, a un paso del Mirador de Artenara. Un poco más y cima.

Por el norte sube el ganado y por el este el sol. Están a un punto de tocarse los dos. Son las siete y pico y se ve Cruz de Tejeda. Se levanta el día en cuesta abajo, virados a la enorme cuenca, encandilanda en la amanecida, para volver a remontar por Hoyeta Las Piedras, los altos de Cuevas Caídas, la Degollada de Becerra, el Andén del Toro, por encima de la coqueta Culata de Tejeda. Lo próximo es el Garañón donde el pinar de lejos parece césped recién regado.

Siete horas después alongan por encima de la presa de Los Hornos, o de La Cumbre. Es el embalse que se encuentra a la derecha justo antes del camino al Roque Nublo. El ganado viene margullando entre los árboles. Desde la atalaya de enfrente se oye, a kilómetros, el rebumbio del campaneo. Y se intuye por dónde va la comitiva por la fumarola de polvo bermejo que emerge del verde lima. Es un espectáculo que da nervios.

Durante el camino pastores y compadres de pastores se van turnando en el trasiego. Algunos se adelantan para esperar en un paso comprometido. Otros viran de vanguardia a retaguardia. Y las ovejas también. Un grupo de enteradas va el primero, "para ver mundo y cosas nuevas", y luego son relevadas por la fila siguiente, por el mismo ánimo de la curiosidad y novelería. El resultado es como el de un tour ciclista. Van a toda mecha. Da lo mismo cuesta arriba, cuesta abajo que de lado. Es que les gusta. Se ha dado el caso de escaparse del cortijo en invierno y salir 80 de ellas buscando Ayacata por su cuenta, como añorando los meses del verano y tener que irlas a buscar y convencerlas de que no es ese el momento.

Un chuchango cojo

Carmelo Quintana, sombrero de fieltro con vitola morada, camisa a cuadros perfectamente abrochada al penúltimo botón, naife tamaño sable hecho al gusto para cortar pitas sin rebanarse los dedos y garrote corto de punta metálica es de Alguacilejo, en Guía. Él no es compadre de pastor. Él es pastor con sus seis letras, y Spiderman, un chuchango cojo al lado de él.

Quintana se enrisca por los taliscos más desalantes dando botes subido al garrote a una velocidad no apta para el ojo humano. "Estoy ligero", es lo único que se le ocurre para justificar su capacidad de aerotransportación personal. En un momento estaba a la vera del mirador del Roque Nublo, alegando de sus cosas, y al segundo siguiente se materializa allá abajo en los infiernos, en el principio del muro de la presa. "Es para que las ovejas no fueran al agua", que es una querencia muy suya cuando un ganado lleva siete horas de camino.

La procesión cruza el cemento de Los Hornos, con un ancho de diez ovejas, estirando el grupo hasta formar un ferrocarril, dando balazos a toda cencerra y con Pedro Moreno, hermano de Cristóbal, ejerciendo de maquinista. Pedro, junto con Paco González, Paco ´el de Tejeda´, viene tan pancho.

No tiene en el potente andamio de sus 43 años rectos como una vela, una gota de sudor, un síntoma de sofoco. Está igual de fresco que el que se planta en el zaguán antes de misa. "Vienen contentas. A la soltura, a su rumbo. A pastar".

Pedro mira hacia atrás, al collar de trescientas perlas peludas que lucen por el sendero dibujando un gigantesco zig-zag, largando pujidos y componiendo música de campana tosca. Un hombre tan grande y se pone tierno. Son las niñas de sus ojos. "Mírelas. Están alegres porque ahora tendrán poco roce con el personal".

En el paso del Nublo espera otro rancho de hombres a verlas pasar y a ayudar en lo posible. Llegan en coche. Algunos vienen solo a ver. La trashumancia, aunque se practica desde antes de la llegada de los europeos, no deja de ser un acontecimiento, una efemérides, una cosa digna de ver, motivo de alegato y fiesta.

Queda una hora para llegar a Ayacata. Las ovejas huelen la cercanía de los relinchones, las malvas, los "tasagastes", como le llaman arriba, los cardos, las tederas, el hinojo: una suculenta ensalada de flores que, según Cristóbal, este año está mejor que nunca. Llovió lo justo, ni lo mucho ni lo poco.

Cristóbal y Benedicta tienen todo a punto en una casa con utensilios de toda clase para bienvivir hasta noviembre o diciembre. Cuando llega el ganado es un momento grande. Balan de alegría. Las meten en el corral de la vuelta para quitarle las cencerras grandes, que no se machaquen con las piedras, y colocarles al 20% de cabezas los herrajes más ligeros: habaneras, grillotas y esquilones, con un sonido más contento. Y las mandan a pulpiar. "Hasta dentro de cinco días. Luego las visitamos para ver que están bien".

Benedicta tiene al fuego el gallo y la carne cochino. Le manda encima una tonga de arroz. Se abren "cervezas canarias". Es un día de suerte. No hubo quiebro, ni ovejas descarriadas. Tampoco que lamentar espantadas por perros de cazadores sueltos, una pesadilla para el buen transitar de un ganado y, sobre todo, se vino con un andar de lo más regular, sin prisas ni carreras que es cuando las ovejas se desmigajan y estropean.

Se da cuenta allí del arroz caldoso. De más "cervezas canarias" y se abre una partida a la zanga. El que espere un rancho molido tras más ocho horas de camino por algunas de las pendientes más pendientes de esta Isla en pendiente se lleva un chasco. Aquí no ha pasado nada.