Las cumbres de medianías tirajaneras fueron testigo a principios del siglo pasado del nacimiento de una de la eminencias religiosas de la Isla: el sacerdote Santiago Cazorla León. Eterno enamorado de su pueblo natal, Cercados de Araña, este vecino de San Bartolomé pasó de dormir en una caja de tea durante los primeros años de su niñez a vivir en los habitáculos del Vaticano, donde lo nombraron prelado del Papa. En reconocimiento a su labor como historiador y sacerdote, el consistorio sureño le nombrará mañana en sesión plenaria, junto a Pancho Guerra, hijo predilecto del municipio a título póstumo.

Santiago Cazorla nació en 1907 en el seno de una familia humilde a escasos kilómetros de la presa de Chira. Ante la escasez de recursos económicos de la época, Cazorla durmió en una caja de tea en los primeros años de su niñez en un hogar construido con el sudor de sus padres y en cuyas paredes floreció su vocación religiosa, según el legado fotográfico que dejó el propio sacerdote a sus familiares. Huérfano a los seis de edad, aquel niño tirajanero ingresó en el internado de San Antonio, en la capital grancanaria, donde destacó entre los demás alumnos por su inteligencia y comportamiento ejemplar. La monja propietaria del colegio en aquella época, Sor Brígida le costeó los estudios de Teología en el seminario de las Palmas de Gran Canaria y, posteriormente, en la Universidad Gregoriana de Roma, en Italia.

La década de los treinta supuso para Cazorla la consolidación de su carrera eclesiástica, ya que tras doctorarse en Teología Moral en la capital italiana fue ordenado sacerdote en San Juan de Letrán y, años después, nombrado prelado de honor del Papa.

"De su paso por Roma, mi tío me contaba que hablaba en latín con el resto de sacerdotes; pues para ellos no eran en absoluto una lengua muerta", relató María Jesús vera, una sobrina de Cazorla que vivió con él hasta el fin de sus días.

Ya de vuelta en la Isla, el sacerdote comenzó a ejercer como párroco en varios pueblos del municipio de San Bartolomé de Tirajana y capellán en diferentes centros como el sanatorio El Sabinal o el Colegio Insular San Antonio, donde fue profesor hasta su jubilación.

"De pequeñita me decía que para ir de un pueblo a otro, se desplazaba en burro", señaló María Jesús, mientras sus ojos brillaban como dos luceros al recordar la memoria de su tío. Y añadió: "Fue un enamorado de Tunte y de su idiosincrasia; siempre que podía visitaba a la gente de las medianías".