Tomás Almeida fue uno de los primeros propietarios de un automóvil en Canarias. Era de Arucas, y a sus 104 años de edad contaba cómo le había llegado aquél primigenio artefacto. "Llegó en una caja y se bajó del barco con un pescante. Cuando tocó suelo le quitamos los clavos a la madera, y allí apareció la maravilla. Le montamos las ruedas y el vendedor me explicó los tres pedales. Con este se camina, con el del centro usted frena, y cuando vaya a ir más rápido me pisa el de la izquierda para darle a esta palanca..." El volante, era "el timón".

Con ese ´máster´ y una práctica en el propio puerto Almeida tiró para Arucas. Y llegó. Poco después volvía a la capital, convertido en un flamante coche de hora.

Pero antes de la llegada del automóvil y su motor de explosión durante cuatro siglos en las islas se andurriaba, se montaba, o se navegaba,. No había más. En Mogán, cuando un finado trasponía en extrañas circunstancias era obligatorio llevar al muerto a su juzgado territorial..., en Santa María de Guía.

Era toda una jornada, o más, tirando del muerto en su caja a hombros por quiebros, terregales y degolladas. Era casi más desgracia transportarlo que echarlo de menos. La orografía isleña ya dio la lata en el minuto uno de la Conquista, con unos castellanos más habituados al llano que a los riscales. Existen crónicas que relatan la impotencia del europeo frente a unos indígenas saltapericos capaces de burlar el espacio-tiempo con su garbo para brincar por un territorio que es todo un accidente geográfico en sí mismo. Un barranco detrás de otro, bajo un sol a veces inclemente, en una isla en forma de pastel que sube desde el nivel del mar hasta casi los 2.000 metros de altitud en apenas nada no es lugar para enclencles. El salto del pastor es un producto de ese rebumbio de piedra que durante varios cientos de años mantuvo prácticamente despoblado el interior. Y, cuando no, sellado al resto de Gran Canaria. Cuando el doctor Víctor Grau Bassas llega en febrero de 1888 a Tejeda se encontró con una reducidísima población con el atraso propio de siglos atrás, y cuyos productos costaban "más el acarreo que el valor de ellos".

Amueblar un casa en Acusa, Artenara, era subir los taburetes, mesas, camas y enseres a hombros o en mulas. Y existen relatos de roperos y ajuares despeñados. En las medianías los senderos, los caminos reales hoy tan de moda, eran una suerte de concurridas trianas´, con arrieros subiendo y bajando. Todos a pie.

La dificultad era tanta que se expandía la endogamia, con apenas cuatro o cinco apellidos por pueblo. Primos con primas y viceversa. Solo los que tenían monturas conocían el ´más allá´. Miles nunca conocieron la costa, y el resto no subió a la cumbre. Un animal - Vespa prehistórica-, era un lujo en toda regla. En 1804, según el cálculo de los naturalistas Webb y Berthelot, existía una escasísima ´flota´ de 1.200 caballos; 30 camellos; 100 mulos y 3. 200 burros.

En un delicioso trabajo titulado De las caballerías al propano el cronista de Telde, Antonio González Padrón, habla de la ´corsa´, un trineo tirado por bueyes que sorteaba las toscas. Y de la silla de mano, para las "personas de respeto".

Para ver la primera rueda que giraba a una cierta velocidad para un transporte de pasajeros medianamente eficaz hay que remontarse a la diligencia, la de las películas.

En 1864 se funda la empresa ´La Primera´, que en cuatro horas de "expedición" cubría los 14 kilómetros entre Telde y la capital. ´Expediciones´, le llamaban, e ir en ventanilla era margullar en polvo.

Y también se navegaba. Para ir a San Bartolomé o Mogán. O de La Aldea a Santa Cruz de Tenerife, que Las Palmas de Gran Canaria quedaba muy lejos..., al fin y al cabo las primeras luces eléctricas que vieron los aldeanos las descubrieron una noche allá enfrente.

La invención del coche de gasolina, patentado en 1885 por Karl Benz, lo trastoca todo, pero no repercute en Canarias hasta que llega el primero en 1902, según José Miguel Alzola en su libro La rueda en Gran Canaria. Y para el primer accidente hay que remontarse al sábado 12 de agosto de 1911 en Guanchía, Teror, con un espectacular triciclo o voiturette, fabricado por Léon Bollée Automobileses.

Aquella fatal riscadera, con la muerte de dos miembros de la alta sociedad isleña supuso una auténtica conmoción: ir sobre cojinetes también mata. Y sobre todo por unas carreteras que no eran tales, sino unos ensanchados e intransitables caminos de herradura.

En 1912 con la Ley Constitutiva de los Cabildos Insulares se trata de desarrollar la primera red de carreteras, pero dos guerras mundiales y una civil impiden dar forma al proyecto hasta la segunda mitad del siglo XX. Así es como vienen décadas de automóviles que se van adaptando al transporte de de personas . Y no al revés. Como el de Tomás, que salía de Arucas cuando finalmente se llenaba, -el coche de hora-, y al que se suman vehículos cada vez más adaptados, pero muy poco a poco. Así es como se van constituyendo líneas regulares, como las de Melián y Cía o Aicasa, entre otras, que compiten con ´piratas´, particulares que dan viajes clandestinos de fortuna , o que se apalabran para grupos -como si fuera un charter-, para ir a la playa, a un tenderete o alguna otra ´remota´ excursión por el centro de la isla. El transporte va rompiendo así la endogamia de los pueblos aumentando apellidos en los municipios, y los isleños por extraño que parezca para un reducido espacio de apenas 1.560 kilómetros cuadrados, comienzan a conocer mundo sin salir de Gran Canaria.