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Un otoño redondo El Norte alfombrado

Gran Canaria explota en verde

Los pastores 'huyen' del frío a la banda sur de la Isla una vez consumidos los ricos pastos del otoño

Gran Canaria explota en verde

"En tan poco tiempo nunca ha llovido así". Ana María Vega Gil está en vísperas de trashumancia. A estas horas su marido, José de la Cruz Mendoza Mendoza, debe estar al frente de una parranda conformada por más de cuatrocientas ovejas, un rancho de veintipico personas y una decena de camionetas y todoterrenos subiendo desde el Cortijo de Pavón, en los altos de Moya y Guía, desde el que tenía previsto salir a las ocho de la mañana, por Arbejas, Artenara, Cruz de Acusa, Cruz de María, Lajas de Jabón, -donde se resbala que da gusto-, Tifaracás y, por fin, Tirma, a varios centenares de metros de altitud pero que, por su clima cálido virado al sur, ellos llaman la "Costa".

Ana María tiene las manos rojas, entumecidas, -y eso que ayer el día estaba bueno-, presionando el cuajo para hacer los últimos quesos antes de la partida. Pavón, Fontanales, Fagagesto, Caideros, y por la otra banda, Lanzarote, Valleseco, Valsendero y Zumacal, todo está de un verde subido.

Pero los pastos de otoño, tras un atracón monumental del ganado, ya han dado todo de sí y es el momento de buscar otros climas en el que las hierbas prosperan en distintos tiempos, como las flores que nacen a partir de ahora en los afilados riscos y vaguadas de Tirma, cerca de La Aldea de San Nicolás, y una Arcadia feliz para pastores y ganados que se arrancan allí el pelete del norte que llevan agarrado desde el pasado otoño y una pejiguera de agua como nunca hubo.

Más allá de los litros contables, con unos asombrosos 480 por metro cuadrado en seis semanas, da la nota del fenómeno el que el propio José de la Cruz, el incombustible Pepe el de Pavón, se confiese "más aburrido que el carajo de tanta lluvia y tanto frío". O que poco más abajo, en Valleseco, Juana Taisma Rivero, de 75 años de edad, y también pasmada por las precipitaciones, asegure que sus papas han sucumbido a una tierra demasiado envilmada, mientras muestra uno matillos encogidos y resfriados.

La única calor de la fabulosa huerta de Juana -galán de noche, aguacate, limones, naranjas, ciruelas y una pizca de cebada plantada para echar a los camellos de los Reyes Magos-, parece provenir de su cochina, rosadita y limpiadita, de la que salen vapores apenas coge un poco de fuga para estirar las patas. "Frior tan grande", sentencia la señora mientras guisa un caldero de papas feas para el almuerzo de su cochina sin nombre.

Por eso hoy sábado para los Mendoza Vega y compaña que viven y prosperan en una suerte de nevero con hierbas el tirar rumbo a la costa, aunque sea una costa de tierra adentro, supone "un día de fiesta" según ilustraban Joanna y María Belén, hijas de Ana María y Pepe, y el compadre Juan Guillén, presionando las queseras, y alternando el trajín con el entongamiento de medicamentos para los animalitos, catalogando las cencerras y crotales, sacando los bastones, acicalando los cachorros y colmatando el zurrón del millo que se va echando un granito aquí otro más allá para ir engolosinando y dar rumbo al interminable tren de ovejas por el enrevesado y empinado camino. En ruta harán significativos altos para el comistraje de la comitiva y para pavonearse de los paisajes.

Joanna y María Belén, y también su madre, siguen embelesándose por las vistas de la ruta, y eso que llevan años y años repitiéndola. Comerán en el pinar y pasarán por los cuadros panorámicos que forma Acusa, o allá bajo el Valle de Agaete y sus Nieves, luego El Risco, o el impresionante Faneque, del que pocos saben que es el tercer acantilado costero más alto del mundo, con sus 1.027 metros, o el más que remoto Tifaracás, un planeta aparte en el centro de una isla. "Deseándolo estamos".

Y las ovejas también. A medida que pasa el fielato del mediodía, y una vez que se han ido los hombres que han ido a comprar quesos al cortijo -"el queso de cordero en Navidades ahora es costumbre porque la gente ya no sabe qué hacer con ellos enteros"-, el casi medio quintar de animales se van dejando ver, acercándose a las personas con pachorra de oveja tras una mañana de emboste en las lomas.

El retrato de Pavón, con aquellos algodones balando, los pinos de fondo, la tierra rezumando culantrillos y berros silvestres y un cielo azul como una piedra de hielo que se está desempolvando de la calima, se diría pintado adrede para creerse en Suiza. Y eso que el prado ha quedado menguado tras semanas rumiando encima, pero como la hierba tiene memoria desde que espabile la primavera de 2015 y recuerde el agua a mansalva del otoño del 14 se volverá a recrear el espectáculo, pero esta vez con flores de colores, y en consecuencia, con unas vistas y un queso para chuparse los dedos.

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