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Agricultura y ganadería Año histórico en el Norte

Las Hoyas, Lugarejos y Los Pérez rebosan por primera vez en 36 años

La última vez que se llenaron las tres presas de los Regantes del Norte fue el 20 de enero de 1979

La presa de Los Pérez, en la cabecera del barranco de Agaete, con lleno absoluto. SANTI BLANCO

El 20 de enero de 1979 unos cuantos cientos de personas que poblaban Barranco Hondo, Juncalillo, El Hornillo, Lugarejos, y todo el cauce y laderas que formaban parte de la prehispánica Artevirgo bajaban al borde de las tres presas que se hacen playas donde los pinos, las de Las Hoyas, Lugarejos y Los Pérez, para ver el raro fenómeno del reboso.

Ahora, 36 años después, se repite el acontecimiento, pero sin tantos criollos que las mira, de los que apenas quedan unas pocas decenas en toda la vaguada. Como Bernabé Rivero, que reposa la mañana sentado haciendo memoria de sus 91 años de vida, mientras tres patos navegan a poco metros del banco de obra de la tienda, el único ultramarino a ras de presa que existe en kilómetros a la redonda.

Bernabé se recrea en el pequeño mar de Juncalillo, en marea alta, mientras en todo el paisaje solo dos personas, justo allá enfrente, le dan sachazos al piso para comprobar la humedad de la tierra con vistas a plantar unas papas en cuanto reseque un pisco. Hace cuentas Bernabé y los números no salen: "si comemos de la tierra, y si la tierra no la planta nadie, ¿cómo es que comemos, usted me quiere decir?"

De la presa se están saliendo por el rebosadero unas 30 azadas de agua a la hora que van a parar muy muy abajo, donde el barranco de Las Nieves, en Agaete, coronado por un pinar de Tamadaba, que hasta finales de la década de 1960 aún era un hervidero de gente recogiendo pinocha para envolver y despachar los racimos de plátanos que se empaquetaban en la costa para coger rumbo a los mercados europeos. De allá arriba se riscan caideros que brotan del verde de los pinos, y como por fin hace sol -"a seis graditos llevamos un tiempo", informa Bernabé, se monta una explosiva, y un poco hipnótica, parranda de colores.

El apabullante paisaje le recuerda al anciano aquellos días en que subían hileras de hombres y mujeres por los quiebros de Berrazales, el Sao y El Hornillo, cuando no de los mismos cascos de Agaete, Gáldar, Guía y Moya acarreando quesos, pescados y textiles hacia la cumbre para bajar a la mediana del día con carnes, carbones, leñas, papas y millos.

Una novelería el estado de las tres presas, que hasta televisiones y todo hay al borde del océano de Los Pérez recogiendo reportes de la rareza. Una presentadora con prisas para echar el documento en el parte de las dos y media de la tarde por fin suelta a Vari Rivero, hijo de Bernabé Rivero, otro de los últimos de Filipinas con residencia en el fenomenal sitio junto con Eulogio Ramos, guardián de Los Pérez y Lugarejos que ahora está lejos atendiendo roturas de tuberías.

Vari ayuda en la tienda, y planta papas y hortalizas varias. A venido a espabilar en las últimas horas, después de pasar un largo letargo provocado por semanas, cuando no meses, de "frío terrible". Pero está mas contento que unas pascuas, imaginando el proceso siguiente.

""Ahora las plantas se animan, y si le parece bonito lo que ve, no le queda nada en primavera". El hombre se frota las manos, se siente en la gloria "respirando el poco aire puro que nos queda".

Los niños no flotan

Enseña los patos, y los patos parecen conocerlo. Es más, lo llaman en el idioma de ellos. "Resulta que les echo millo y ellos margullan a buscarlo al fondo porque el millo no flota". La aclaración sobre la flotabilidad del millo tiene mucho que ver con el nivel de conocimientos que aprecia Rivero entre el personal flotante que acude los fines de semana, atascando los domingos de coches en una vía de obligado reculamiento: "Se lo digo porque los niños tampoco flotan, y los fines de semana los sacan por fuera de la valla que da al agua para sacar una foto. Un día va a pasar una tragedia y esa va a ser la última foto". Y es que el agua parece querer comerse la propia carretera. Y las carpas y las percas, que las hay enormes y en cantidades de cardúmenes, amenazan con salir al alquitrán.

Es tanta la altura, que el firme, una parte asentado sobre la frágil tosca volcánica, se derrumba un poco, virando el quitamiedos. Vari Rivero avisa también de ese nuevo y escondido peligro, mientras enseña por naciente del embalse lo que queda de un pueblo cueva sumergido en el que residían veinte familias desalojadas una vez construido el vaso. "Y menos mal, porque hoy estarían viviendo bajo el agua".

Enfrente, donde los sachazos, está Matías, de 62 años, con su hijo Marcos, de 36. Nacido allí solo recuerda tres veces en su vida un lleno absoluto, acompañado de cataclismo:, "el barranco daba miedo bajando, hasta que se cayó un risco grandísimo".

"Juncalillo es tierra de papas y millo", y calcula a ojo que el volumen almacenado "da para diez años", atendiendo el menor gasto por unos campos cada vez más solitarios "en lo que fue un valle de personas, con dos colegios, uno para niños y otro para niñas. Era tanto el trasiego que en la presa, según recuerda, existía una balsa "como las que salen en las películas de oeste para cruzar el río", balsa que zozobró un día llevándose un cristiano al fondo y el invento para el desguace.

Matías no entiende el vacío, que la gente se haya ido "si es que aquí es donde se vive como es gloria", sentencia con la raspadera sacando terrones de tierra envilmada y mixturada con estiércol de mula y otras bestias.

Allí se daban los chícharos, las legumbres, los cereales, "y todo lo que nacía en demasía se cambiaba" por papas a cambio de un almud de cebada y no como hoy, hermano, que se hace todo con dinero, y lo que es peor, por dinero".

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