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Por si hace calor Tejeda

Margullos al estilo bienmesabe

La piscina municipal de Tejeda es toda una playa de altura con uno de los mejores baños de la Isla

Hace 14 millones de años el centro de Gran Canaria se colapsó en una gigantesca explosión volcánica y dejó una caldera de 28 por 18 kilómetros de superficie. Mucho después, en el año 2000 un grupo de trabajadores a las órdenes del Ayuntamiento de Tejeda se puso a cavar y alicatar y originó una de las mejores piscinas al aire libre de la Macaronesia.

Son estos dos de los principales hitos geológicos que ha vivido una cumbre que tiene en la espectacular pileta con agua climatizada el centro neurálgico del entretenimiento y la novelería del verano cumbrero. Bajo un sol que se encuentra mil y tantos metros más cerca que en el litoral, a 28 grados de temperatura, como los que hacía ayer, y unos bocadillos de atún con mayonesa, tortilla y cuatro refrescos es posible, por un módico precio, margullar en aquella estratosfera con el Bentayga elevándose por poniente y con el Roque Nublo un poco más a naciente.

No se debe, en cualquier caso, subir al chapuzón antes de las doce. El propio alcalde de la localidad, Francisco Perera, confirma lo que arroja la encuesta a pie de agua, que el personal, bien sea por la menor presión atmosférica o por una cuestión de altura no despereza hasta llegado el mediodía. A esa hora se abre la taquilla, donde decenas de usuarios enfilan a esta playa cumbrera que incluye césped, merenderos, duchas, baños muy aseaditos,... y también restricciones, como el "prohibido tirarse de bomba", que luce bien claro en la entrada.

Pero la piscina pública y descapotada de Tejeda no es monopolio de tejedenses. Se diría que es patrimonio de la Humanidad, o al menos de la Humanidad que se desperdiga por la zona y más allá.

De la capital estaban ayer arrepollinados en el césped Á'lex Martín y Aroa e Isabel Delgado con los pequeños Adexe y Aisha, que habían salido temprano desde Tamaraceite y Almatriche, una vez que vieron por Facebook las imágenes de este oasis estratosférico.

Fue verlo y arramblar con dos neveras, montar unos bocatas de caballa, unas cuantas manzanas, "para hidratar", según explicaba Aroa, y zamparse ruta arriba para abrir la sombrilla. A las doce y diez estaban a la vera de la marea.

Siempre se puede pedir más, pero jamás tan cerca y por muy lejos que parezca.

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